comenzamos el día con un tazón de cereales con leche. O una dosis de bollería o galletería industrial. Ya está metiendo aceite de palma al cuerpo. A media mañana puede consumir algún aperitivo, snack o patata frita que también lo contenga. Si a la hora de comer no ha tenido tiempo para dedicarse a los fogones se puede zampar un precocinado que, a buen seguro incorpore el ingrediente maldito. Si a la merienda, consume una crema de cacao, o una margarina, no se librará de esta grasa. Quizá a la hora de cenar meta una pizza al horno... En todo el día no ha hecho más que atiborrarse de aceite de palma, presente en multitud de alimentos que consumimos a diario.

Convertido en el enemigo público número uno, la guerra al aceite de palma ha estallado. Y eso que es el más utilizado del mundo. Se calcula que cada ciudadano consume una media anual de 10 kilos sin saberlo. Forma parte de cremas y coberturas, está omnipresente en productos para untar, en snacks, galletas, tostadas o bollería industrial, como sustituto de las grasas hidrogenadas, poco cardiosaludables, y de la mantequilla, que es más cara. También lo podemos encontrar en precocinados porque se enrancian menos. No suele faltar en chips y aperitivos. Figura hasta en los cosméticos porque por su untuosidad es óptima para productos de belleza y cremas. Aparece incluso en alguna leche infantil, aceite para conservas, sopas enlatadas y en el pienso de las mascotas.

La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria lo ha catalogado como “potencialmente dañino”. “Porque mientras que los aceites de oliva, girasol o colza contienen ácidos grasos insaturados saludables, los de coco, palma y el de palmiste tiene ácidos grasos saturados como el láurico, palmítico y mirístico, que son perjudiciales para la salud”, indica Rafael Garcés, investigador del Instituto de la Grasa del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Juan Revenga, uno de los nutricionistas que ha puesto el foco de atención sobre este ingrediente, asegura que en contra del aceite de palma hay dos aspectos fundamentales. “Por un lado su valor nutricional especialmente rico en ácidos grasos saturados, algo a tener muy en cuenta dada su abundante presencia en una cantidad importante de alimentos procesados”. Y por otro lado, explica que en su producción “generan una serie de compuestos que no son beneficiosos”. Pero lo primero que hay que dejar claro es que el aceite de palma es un ingrediente autorizado como lo es el azúcar. Por lo tanto “la idoneidad de su presencia en la dieta habitual dependerá tanto de la naturaleza del producto, y también de su uso, de la frecuencia con que se emplea”.

A su juicio, las razones de su éxito y de por qué se ha popularizado tanto es porque es muy económico y muy versátil. Aporta consistencia, untuosidad, da un toque crujiente... También alarga la vida útil del producto y evita que se deteriore visualmente. Hace pocos días, la Comisión de Sanidad del Congreso aprobó una proposición no de ley para instar al Gobierno a mejorar la información facilitada al consumidor sobre los alimentos que contengan esta grasa. “A nadie le va a pasar nada por consumir de vez en cuando productos con grasa animal o aceite de palma pero si lo hacemos todos los días y en grandes cantidades podemos tener problemas a medio y largo plazo con el colesterol en sangre y las enfermedades del sistema circulatorio”, apunta Garcés, desde el CSIC.

¿Qué piensan las cadenas? Tras saltar todas las alertas, varias cadenas de supermercados se plantean dejar de vender sus productos de marca blanca que contengan esta sustancia. Las principales cadenas de distribución españolas han comenzado a reclamar a sus proveedores que dejen de usar este aceite, y en los casos en que no sea posible sustituirlo, piden utilizar aquel que cuenta con certificado de sostenibilidad.

“El debate sobre el aceite de palma va más allá de si se elimina o no. Todos podemos aspirar a quitarlo, pero falta saber por qué lo puedes sustituir. Ahora mismo no se conocen alternativas y puedes perder categorías de producto”, argumentan fuentes del sector. Sin embargo, la polémica viene ya de atrás.

Las razones no tenían tanto que ver con la salud como con la ecología. La doctora María Suárez, señaló, durante las XXI Jornadas de Nutrición Práctica, que “el cultivo del aceite de palma tiene efectos devastadores sobre los ecosistemas, el cambio climático, las especies protegidas y las poblaciones locales”. De hecho, la mayor producción de aceite de palma procede del sudeste asiático donde cada año millones de hectáreas de bosque y selva son arrasadas para poder cultivar la palmera Elaeis Guineensis, de origen africano. De la parte carnosa del dátil se extrae el aceite de palma, mientras que el aceite de palmiste procede del hueso del fruto.

Además un 42% de las especies animales endémicas que habitan en los bosques naturales del sudeste de Asia se enfrentan a un alto riesgo de extinción debido a la pérdida de sus hábitats por la expansión en los últimos años de plantaciones de aceite de palma, caucho y otros cultivos arbóreos. Y todo porque solo en Europa se importan al año unos nueve millones de toneladas, de las que cinco o seis se destinan a la alimentación industrial.