Se aproxima la temporada para hacer la DRPF, o sea: la Declaración de la Renta de las Personas Físicas (que no se muy bien por qué añaden lo de las personas físicas, que yo sepa no he visto ninguna persona etérea pese a que haberlas haylas). Y como suele ser habitual en fechas tan míticas, los ciudadanos andamos para arriba y para abajo, portando documentos, nóminas, hipotecas y demás copias y formularios si no nos hemos entregado a la comodidad placentera de hacer la renta por Internet, o aun mejor, la llamada Rentafácil en la que ya te envían la declaración hecha a tu casa, en un ejercicio de vaguedad absoluta por nuestra parte.

Pues bien, como es lógico, al final de las jornadas en el autobús uno se encuentra con carpetas olvidadas, bolígrafos, resguardos ocultos, facturas variadas y hasta alguna nota garabateada de dudosa legibilidad. Los materiales pertinentes se recogen como es norma al final de la jornada y se dejan en la oficina de objetos perdidos de la empresa que, por sí misma, da para hacer un generoso artículo de humor descabellado haciendo un simple inventario superficial de las cosas que se extravían.

Yo llevaba apenas una hora trabajando en el turno de tarde, cuando un hombre trajeado, elegante y serio se me acercó para darme una carpeta con etiquetas identificativas, libretas bancarias y un borrador que podía ser perfectamente de la Renta o los planes secretos para invadir Gibraltar por la cantidad de garabatos, esquemas y tachaduras que tenía escritos. Lo recogí y guardé en la guantera.

-Todos andamos en estas fechas a ver que podemos desgravarnos ¿verdad? -le dije a modo de comentario cordial.

-Sí que es verdad -respondió-. Yo trabajo en una asesoría contable y de abogados y entre declaraciones y divorcios no paramos un momento.

-¿No me dirá que tienen tantos divorcios como declaraciones? -pregunté incrédulo.

-No, claro que no. Tenemos muchas más disoluciones matrimoniales que ejercicios de impuestos -aseguró convencido-. Las personas ya no se aguantan en pareja: se aburren, se desilusionan una de otra, buscan divertimentos diferentes, no tienen objetivos juntos?

-¡Que no hombre! -exclamé-. Hay muchas más parejas felices juntas que separadas. Y que me dice de los hijos?

-Pues no le digo nada bueno, al menos en mi oficio, porque acaban siendo motivo de conflicto y normalmente los más perjudicados en las separaciones -reconoció lánguido-. Pero buscando, si me lo permite, un símil financiero creo que el matrimonio al final es como las libretas de ahorro que le he entregado antes?

-¿Y por qué dice eso? -cuestioné atónito.

-Pues porque de tanto meter y sacar se acaba perdiendo interés?