Bilbao- Asha es una mujer somalí de Kenia que debe rondar los 50 años ya que no sabe exactamente cuándo nació. Con su testimonio como superviviente de la Mutilación Genital Femenina (MGF), esta activista pretende erradicar una práctica ancestral que sufren 200 millones de niñas y mujeres en 28 países de África y Oriente Medio. Cuando tuvo a su primera hija hace 27 años, Asha decidió que “ella no iba a pasar por lo que yo” y nació la idea de fundar Save a Girl, Save a Generation ya que su hija fue la primera generación de su familia que fue salvada. Reconoce que en el Estado “aún no hemos dado con la varita mágica” para evitar que las hijas de familias de etnias que practican la MFG la sufran aquí o cuando van de vacaciones a los países de origen. A su juicio, es muy necesaria la labor de mediación para ayudar a las mujeres a decir “no” ya que la ablación es “algo irreversible que no se puede cambiar por mucha cirugía reconstructiva de clítoris que haya porque es un daño que no se puede borrar en la vida”.
¿Cómo se plantea a una niña la Mutilación Genital Femenina?
-Es una práctica que está muy arraigada entre ciertas etnias de distintos países de África. El planteamiento es casi natural, llega en el momento en el que la familia está bien económicamente para hacer este ritual. En la comunidad somalí se hace a las niñas desde los cinco años a los doce. Normalmente se hace antes de que les llegue la primera regla y lo que se hace es decir a la criatura que va a pasar algo especial que le va a purificar. Digamos que es un acontecimiento familiar muy importante, aunque las familias no celebren una ceremonia propiamente dicha. En ocasiones, mutilan a la niña en solitario y hay veces en que varias familias se pueden juntar y mutilar a todas sus hijas el mismo día.
¿Cómo recuerda ese día?
-Me acuerdo muchísimo porque es una de esas cosas que no se olvidan. Fue cuando tenía cinco años, más o menos, porque no sé exactamente cuando nací. La noche anterior pasé muchos nervios, por la mañana me mandaron a comprar las cuchillas y las llevé a casa de mi abuela. Estábamos en la cocina de aquella casa de paredes de barro y techo de paja. Habían cavado un agujero en el suelo, que es donde se suponía que tenía que caer la sangre. Mi abuela me sujeta las manos a la espalda y usa sus piernas para abrir las mías. Frente a mí está mi madre y la señora que empezó a cortar...
(Asha coge aire al otro lado del teléfono y yo contengo el mío a este).
-...No es fácil describir lo que sentí en ese momento. Intenté gritar con todas mis fuerzas, pero no pude porque me metieron un trapo en la boca porque allí es vergonzoso oír los gritos de una mujer por dolor. Cuando la mujer termina de cortar, mi madre le dice me cosa bien lo que quedaba ahí para que quedase completamente cerrado, sellado, porque es una manera de mantener a la niña pura y virgen. Me cosieron con hilo y aguja y me dejaron un agujero muy pequeño para hacer las necesidades.
No sé qué decir, la verdad.
-La mutilación se cura, al fin y al cabo, es una herida. Pero a partir de ese momento tu vida cambia, te levantas de allí siendo otra persona a la que le han robado algo muy, muy importante. Obviamente en ese momento no te das cuenta de todas las consecuencias que implica la mutilación, pero tus pesadillas acaban de empezar y no tienen fin.
Secuelas físicas, psíquicas...
-Tu pesadilla acaba de empezar porque no tienes la misma seguridad, aunque no lo relacionas con lo que te han hecho. Te avergüenzas de ti misma, no se podía hablar de ello ni siquiera con mis hermanas. Era dolor al hacer pis, infecciones, cuando te baja tu primera regla es horrible porque no tiene por dónde salir, la primera relación sexual es muy dolorosa, con tu primer hijo...
¿Tiene hijos?
-Tengo tres, un niña y dos niños. Mi primera hija tiene 27 y mi bebé 19.
Todo un chicarrón su “bebé”.
-(Asha ríe, pero este respiro dura poco) Y nada, como te he dicho tu vida cambia, es algo que te llevas hasta la tumba aunque quieres perder la memoria. Te han arrancado unas hojas de tu vida que no las vas a recuperar. Una mujer mutilada no va a saber nunca cómo se siente una mujer normal o cómo es tener la confianza de tener un cuerpo entero, no manipulado.
¿En algún momento de su vida ha mirado a la cara a su madre y le ha preguntado por qué?
-Primero tienes que darte cuenta de que esas madres aman a sus hijas. Sé que cuesta creerlo, viéndolo desde tu punto de vista. Pero esas madres aman a sus hijas y cuando las someten a la Mutilación Genital Femenina lo que intentan es protegerlas, darles dignidad y que sean respetadas en la comunidad para que se puedan casar con un buen hombre (del que dependerán económicamente). Si no lo hacen sienten que les están negando esa posibilidad o poniendo obstáculos en su futuro ya que la comunidad exige que se haga porque los hombres buscan a la mujer más pura. ¿Y quién es la mujer más pura? Aquella que ha sido mutilada. Cuando me lo hicieron a mí era impensable negarse porque era como quitar a una hija un derecho que le pertenece. Las madres no lo hacen por maldad u odio, al contrario, lo hacen con todo el amor que sienten hacia sus criaturas.
¿El tiempo no ha cambiado nada? -Con el tiempo, claro, hay más información. Pero te va a sorprender saber que esta cultura está tan arraigada y es tan fuerte que se han dado casos de mujeres que habiendo estudiado, incluso en el extranjero, han mutilado a sus hijas.
¿La presión internacional contra la Mutilación Genital Femenina está ayudando a romper con esa tradición?
-Esta presión que ha obligado a ciertos países africanos a prohibir la MGF está causando un efecto no tan positivo en el sentido de que la gente piensa: “A mí no va a venirme nadie de fuera a decirme que lo que estoy haciendo está mal y que tengo que dejar de hacerlo”. La gente reacciona protegiendo aún más sus tradiciones.
La historia está llena de reacciones similares, mire EEUU y Trump.
-Hay un dicho en suajili que dice: Quien deja su cultura es un esclavo. Y eso está entrando con mucha fuerza en Europa.
¿Entonces cómo se debe abordar esta cuestión para que sea efectiva?
-Para erradicar la MGF es muy importante que todo el mundo entienda el problema, sobre todo los profesionales que desde diferentes ámbitos -educación, sanidad, justicia, tercer sector- se pueden encontrar con una niña en situación de riesgo. Hasta ahora prevalece la reacción “¡qué horror!. Pero el espanto, la compasión o la victimización no solo no ayudan a crear lazos sino que pueden tener un efecto nocivo, de distanciamiento, hacia las víctimas y sus familias.
¿Qué le diría a una madre podría estar pensando en mutilar a su hija?
-Le diría que se tome un minuto para pensar lo que ella ha pasado, que coja un papel y haga una lista con los beneficios de la mutilación y las cosas malas. Creo que si hiciesen ese balance no dejarían a sus hijas pasar por lo que ellas han pasado. Pero si eso no fuese suficiente le diría: primero, que la ley del país de acogida en el que está lo prohibe; segundo, que no es cierto que tenga motivos religiosos porque ninguna religión ni el Corán dicen que se mutile a ninguna mujer; y en tercer lugar, que piense que lo que le va a hacer a su hija le va a afectar como persona toda la vida, del mismo modo que a ella le ha afectado. En definitiva, que la mutilación es un daño irreversible que no se puede cambiar por mucha cirugía reconstructiva del clítoris que haya, porque es un daño que no se puede borrar.