Donostia - Ayer dábamos a conocer en este periódico el caso de Larraitz Chamorro, una mujer que padece ELA desde hace doce años, y que asegura que “fallecer sería un descanso” para ella.
¿Por qué existen tantas reticencias en dejar a personas enfermas, como Larraitz, morir?
-El tema es complicado y de mucha actualidad, porque hay muchas personas en una situación similar. Sin embargo, algunos sectores de la sociedad, fundamentalmente aquellos que ostentan el poder, el Estado o la Iglesia son reacios a conceder ese mínimo grado de libertad o de derecho e insisten en perpetuar unas formas del proceso de morir que mucha gente repudia. La sociedad es fruto de los cambios culturales y sociales, y algunas personas han optado por otro manera de morir, que yo llamo el modelo biográfico.
¿Y qué es el modelo biográfico?
-Es un modelo en el cual la autonomía de la persona prima sobre la manera que otras personas quieren interpretar la muerte del otro. Somos una sociedad que, pretende excluirles y no toman en consideración el legítimo derecho que tienen para no vivir, cuando la vida no les anuncia un panorama agradable y cuando el hecho de vivir se torna en un tormento.
¿Cree que la sociedad les criminaliza por querer terminar con su vida?
-Hay una intromisión desde el poder. Hay un interés en controlarlo todo. Consideran que esa manera de tutelar a una persona al final de su vida debe ser obligatoria. Hay una manía en creer que hay que obligar a la gente a administrar su libertad y no se dan cuenta de que estas posturas son totalitarias. Que postular por una muerte voluntaria, como yo lo hago, no significa obligar a nadie a que ejercite una muerte voluntaria. No hay nadie por encima de ti mismo que pueda decirte cuándo, cómo y dónde debes morir. El mayor indicador de libertad es el respeto a la autonomía de una persona.
Y en este sentido ¿qué le parece la Ley Vasca de Muerte Digna?
-Ha habido un pequeño paso, pero es muy insuficiente. Las llamadas leyes de muerte digna, tienen en mi opinión, varios defectos importantes. Casi todo el debate en torno a la eutanasia o la muerte voluntaria se cifra en un juego tramposo de palabras, en un lenguaje falso. La interpretación legal en vigor es que no se puede ayudar a morir, porque es un delito. Mientras que con un falso juego de palabras se dice que se puede aliviar los síntomas si bien, a consecuencia de lo cual, una persona se va a morir. Yo creo que hay personas que piden que se les ayude a morir, pero no porque sean caprichosas y estén jugando con frivolidad con una cosa tan importante, sino porque llegado el momento, en algunos casos, la muerte es la única solución. En los casos de ELA, y en otro tipo de enfermedades también, llegado un momento de deterioro, vivir es muy difícil y muy duro, y la muerte es la única solución. No es que desees la muerte en abstracto, sino que la muerte es lo único que puede parar ese sufrimiento.
¿Qué papel juegan los médicos en todo esto?
-Precisamente otra de las cosas que tengo en contra de las leyes de muerte digna, y de la nuestra también, es que hace una valoración excesiva de la profesión médica. No estamos hablando del proceso de una enfermedad, sino que estamos hablando de un tema que es mucho más profundo, que es más filosófico, que es cultural. En general, hay profesionales de la medicina que son perfectamente conscientes de su misión y de saber anteponer a su juicio técnico, el sentir de una persona en trance de muerte. Pero hay algunos sectores de la profesión médica, que en mi opinión, están defraudando a la sociedad y están actuando en base a unos poderes que no se de dónde les vienen. No se en base a qué la profesión más cualificada para abordar el hecho de la muerte debe ser la medicina.
¿Qué diferencias existen entre la sedación clínica, el suicidio asistido y eutanasia?
-En mi opinión son tres tecnologías diferentes para practicar lo que yo llamo la muerte voluntaria. Empeñarse en diferenciar estos tres procesos, en mi opinión tiene un efecto equivocador. Porque las diferencias que hay entre sedación clínica y eutanasia, simplemente serían la dosificación. La eutanasia, sin ambages, manifiesta que se trata de una práctica para ayudar a morir, mientras que la sedación clínica, para aliviar los síntomas, si bien a consecuencia de esto va a morir. Una eutanasia sería una aplicación de unos minutos del mismo fármaco, mientras que la sedación es un proceso que puede durar uno, dos, tres u ocho días, lo que es cruel e inhumano. Y entre suicidio asistido y eutanasia la diferencia es pura fenomenología. Es que una persona con más habilidades que otra pueda ingerir el fármaco que le va a ayudar a morir, mientras que en la otra se lo tienen que impulsar. No hay diferencia ética, porque el ejercicio de libertad es el mismo. En este sentido, en el Código Penal hay un contrasentido evidente, puesto que el suicidio no es un acto delictivo, por pura evidencia, aunque lo fue. Cómo por la realización de una práctica que no es delictiva, se va a penalizar al que ayuda. No tiene sentido. No está ajustado a los modos razonables de entender la vida en nuestra sociedad y en nuestra época. El suicido asistido es una buena práctica de solidaridad.
En relación a esto último ¿qué peso tiene la religión?
-Yo entiendo que haya gente que quiera adscribir la muerte a la religión, pero la muerte es una práctica social y civil. Imponer que la muerte debe ser un acto religioso bajo el dominio y el imperio, es un error. La sociedad debe postular por aquellas personas que consideran que una muerte de calidad tiene unos ciertos requisitos, que no son los que se postulan desde la tradición, que era terriblemente dolorosa, con una agonía extrema para tener tiempo para arrepentirse y recibir el perdón.
¿Y cómo debe ser esa muerte de calidad?
-Debe ser sin sufrimiento, normalmente la gente pide que sea rápida y las mujeres, en general, piden no ser una carga para la familia. Pero sobretodo una muerte de calidad es aquella en la que la persona, en ese trance, pueda elegir las circunstancias de su propia muerte. Y qué menos que respetarlo. A mí me da mucha pena que siendo nosotros una sociedad que en general vivimos bien, morimos mal.
En definitiva, se trata de un debate entre libertad y derecho.
-En mi fuero interno yo postulo por entender y hacer entender a quien quiera ser convencido de que tenemos derecho a morir. Que el derecho a morir es también un atributo de las personas. Que en realidad es el otro lado de la moneda que acuña el derecho a vivir. Y entendería que cuando menos, si no conseguimos el derecho a morir, la sociedad admitiera la libertad para morir. De manera que por lo menos no se penalice a aquellas personas que contribuyen generosamente a la muerte de otra persona.
Han pasado 18 años desde el polémico caso de Ramón Sampedro y todavía seguimos con el mismo debate. ¿Es la sociedad suficientemente consciente de esta realidad?
-La muerte voluntaria es un hecho social emergente, porque no ha conseguido la aceptación social. Esto es muestra de que en la sociedad hay avances y retrocesos. Y estamos viendo un retroceso importante en la manera de obligar a la sociedad a unas prácticas que las genera el grupo del poder, sin dejar opción alternativa. Y ante esto, la sociedad debe rearmarse. Pero vivimos en una sociedad con tantos problemas que parece ser que a este tema no le llega el momento de abordarlo. Nosotros nos merecemos tener una Ley que garantice la libertad de las personas para ejercitar la muerte voluntaria, como es el caso de sociedades más avanzadas como Holanda, Suiza o Bélgica. Todavía aquí la sociedad no ha sabido deslastrarse de siglos de imperio de la religión.
En algunos de estos casos se oye hablar del Comité de Bioética ¿quién lo conforma y para que sirve?
-Son una buena práctica, pero creo que no están dando satisfacción. Yo conozco comités que tienen en su seno a sacerdotes. Por otro lado, la comunidad científica es excepcionalmente heterogénea. Yo creo que llevar un tema a un comité de ética sin escuchar a la persona no tiene sentido. Los comités intervienen cuando hay mucho sufrimiento. El debate llega excesivamente tarde. No creo que sea imprescindible llevar a un comité de ética el juicio de una persona que en condiciones de autocontrol opta por una decisión que le concierne a ella en relación con su deseo de vivir o no hacerlo.