En la parada de la calle La Paz subió a mi autobús una pareja de mediana edad, muy alegre y dicharachera que, tras saludarme amablemente, se sentó en los asientos próximos a mi cubículo. Mientras iniciaba la marcha en mi giro hacia Independencia y General Álava el hombre se presentó:
-Soy también conductor de autobús urbano -me dijo-. Y aunque venimos de un lugar bastante diferente a estas tierras, seguro que la problemática circulatoria será semejante... -añadió con un fuerte acento extranjero que se me antojaba lejano-.
-No sé qué decirte -le respondí tuteándolo-, cada lugar es un mundo? ¿Dónde conduces?
No me contestó, ya que su expresión cambió al comprobar cómo nos adentrábamos en una vorágine de cruces, vías, carriles, señales verticales, horizontales y oblicuas: era una temida zona 30. Una de esas arterias multiculturales y polivalentes que lo mismo sirven para ir paseando a comprar el pan, circular en bicicleta, rodar sobre un Sancheski o ir en contra dirección con un cochecito de bebé mientras se habla por teléfono. Todo ello aderezado con una improvisada manifestación, una promoción multitudinaria en una pastelería, un mimo haciendo nada en un pedestal o un nutrido número de personas disfrutando del pintxo-pote. Y ese ecosistema conviviendo a su vez con los autobuses, taxis y tranvías que se fusionan en un extraño y confuso baile, que nos recuerda al folklore canario y sus mezclas misteriosas con dejes de procedencia ancestral.
Cuando un adolescente en patinete nos adelantó y pasó por entre los dos tranvías que se cruzaban, mi invitado de piedra palideció:
-¡Por el príncipe Carlos y la Reina Madre! -exclamó al fin delatando su procedencia británica- ¡No es posible atravesar esta zona de guerra sin bajas!
-Bueno -apacigüé yo con cierta complacencia-, normalmente no ocurre nada. Estamos aprendiendo a convivir peatones, vehículos y bicicletas, y no siempre es fácil. La cuestión es mantener la calma, respetar a los demás en la medida de lo posible y evitar las discusiones que no conllevan a nada?
Un funambulista, con un gracioso sombrero de copa y montado en un artefacto de una sola rueda, apareció de la nada para deleitarnos con unos vistosos juegos malabares justo delante nuestro. Los pasajeros del bus aplaudieron entusiasmados. Yo le di una justa propina mientras esperábamos a que el semáforo cambiara de color.
-Pero, ¿cómo es posible que estés tan tranquilo al volante? -aulló el británico fuera de sí-.
-Pues mira, ya te he dicho, intentando no discutir con nadie -respondí al súbdito de Su Majestad.
-Pero hombre, por eso no será -replicó-.
-Pues no será por eso...