Cuando un drama como el de la violencia contra las mujeres es cotidiano, la repetición, por extraño que parezca, vacuna contra el espanto. No es casualidad. La cuasi normalidad con que se asumen estos incidentes es la cosecha de siglos de cultivo de estereotipos, de una educación que segrega a hombres y mujeres y que les asigna roles de género que perjudican a unos y a otras. Tan duro es verse arrinconada a la condición de dueña de todas las tareas domésticas como afrontar los riesgos que conlleva ser un verdadero macho alfa. Tan triste es tener que demostrar siempre capacidades que a un hombre se le suponen, como verse obligado a esconder la ternura, las emociones. A considerar las lágrimas una intolerable debilidad.

Sin embargo, los efectos de esta desigualdad son peores para el día a día de las mujeres porque suman a la lista de las desventajas el principio horizontal que las agrava: la subordinación. Por eso, la implicación de los hombres, una renuncia consciente y constante a mantener ese estado de cosas, es imprescindible para romper esquemas subconscientes que siguen perfectamente vivos y presentes en nosotras y nosotros.

No estaría mal para empezar que plantemos cara con especial intensidad y antes que nada a la peor expresión de la subordinación que implica la desigualdad: la violencia de género y los crímenes machistas. Porque cuestan vidas. Y que apoyemos todas las iniciativas destinadas a prevenir y combatir esta lacra.

Con ese objetivo, esta semana se ha aprobado una resolución en el Parlamento Europeo que pretende que la Unión Europea, sus instituciones comunes, se vayan sumando a la mayor parte de sus Estados miembros y suscriban el Convenio de Estambul, el primer instrumento europeo vinculante para prevenir y combatir la violencia de género. Este documento, propuesto por el Consejo de Europa, asciende a la violencia contra las mujeres a categoría jurídica de vulneración de los derechos humanos y ejercicio de discriminación. Ello implica que los gobiernos que no la combatan adecuadamente serán responsables de sus omisiones ante la comunidad internacional. Esta tutela siempre mejora y hace evolucionar tanto las leyes como las políticas que se aplican para corregir el problema.

Es fácil sumarse al sí a esta propuesta. Pero ha llegado un momento en el que las condenas, las palabras de denuncia o condolencia y hasta la profusión de los datos que retratan el drama de la violencia suenan a cosa tan escuchada que raramente llaman la atención.

Y eso que hay algunos verdaderamente llamativos. La resolución que hemos aprobado esta semana recordaba, por ejemplo, que en la Unión Europea “el coste económico de la violencia contra las mujeres y la violencia de género se estimó en 228.000 millones de euros en 2011 (lo cual representa el 1,8% del PIB de la UE), de los cuales 45.000 millones correspondían a la financiación de servicios públicos y estatales y 24.000 millones a las pérdidas de producción”.

Este documento recordaba igualmente lo difícil que resulta recopilar datos fiables sobre el alcance persona a persona de este drama. De hecho, los diferentes marcos legales que mantienen los Estados miembros de la Unión respecto al fenómeno de la violencia de género o las inercias de algunas autoridades, que consideran este asunto “un tema privado”, impiden por el momento disponer de estadísticas solventes a nivel de la UE.

Por eso los datos que documentan en la resolución el alcance de la violencia machista provienen del estudio que en 2014 realizó a nivel de la Unión la Agencia de Derechos Fundamentales. Allí apareció el alarmante dato de que un tercio de todas las mujeres en Europa “ha sufrido actos de violencia física o sexual al menos una vez durante su vida adulta, que el 20% de las mujeres jóvenes (de 18 a 29 años de edad) ha sufrido acoso sexual por Internet, que una de cada cinco (18%) ha sido víctima de hostigamiento, que una de cada veinte ha sido violada y que más de una de cada diez ha sufrido violencia sexual que implicaba falta de consentimiento o uso de la fuerza”. Además quedaba claro que se puede mejorar mucho denunciando más este tipo de ataques ante las autoridades. Hacerlo ofrece alguna oportunidad de protección y normalmente da acceso a información muy útil sobre los servicios disponibles para asistir a las víctimas. La fuerza de los datos se completa en la resolución que aprobamos esta semana en Estrasburgo con una profusa recopilación de hasta 39 normas europeas y universales, tratados, disposiciones y buenas prácticas que pueden invocarse para apoyar y proteger a las víctimas de la violencia de género y orientar las políticas que deben articularse para prevenirla, repararla y castigar a los culpables.

Cuando pensaba en cómo resumir todo esto en el minuto que normalmente tenemos en el pleno del Parlamento Europeo para defender nuestras posiciones, repasaba datos y argumentos y pensaba: ¡sobran más palabras. Poco puede añadirse a lo que aquí se dice! Entonces, un tuit que publicó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica me hizo reparar en un detalle bien llamativo.

Cuando vi aquel mensaje, tan impactante, pensé en aplicar aquella idea a los crímenes machistas. Para ello necesitaba, primero, saber cuántas mujeres han sido asesinadas por esta causa en la UE en los últimos diez años. Todos coincidimos en que este tipo de delitos son la más grave expresión de la desigualdad. Sin embargo, fue imposible encontrar el dato porque, como he señalado, no todos los estados afrontan con la misma visión si quiera las muertes vinculadas al machismo. Homogeneizar estas estadísticas es primordial no solo para saber a qué nos enfrentamos sino para medir la eficacia de las medidas que aplicamos para mejorar. Por razones obvias, la macroencuesta a la que me he referido no podía facilitarme esa estimación.

Así que, como el ejemplo de la Asociación me seguía pareciendo un gran argumento, decidí seguir adelante. De manera totalmente artesanal extrapolé los más de 700 asesinatos registrados en el Estado español a nivel de la Unión Europea a 28. Con un pequeño coeficiente corrector y redondeando obtuve otra cifra 7.000. Como estos números dicen tanto que parecen sobrar más condenas y más palabras seguí el camino del silencio sugerido por la ARMH. Ellos han calculado que honrar con un minuto de silencio a cada persona que hizo desaparecer el régimen franquista callaría el Congreso durante dos meses, veinte días y seis horas. Dedicar en Estrasburgo un minuto de silencio a cada una de las mujeres asesinadas por causas machistas solo en la última década en la Unión nos mantendría en silencio, un silencio atronador, cuatro días 14 horas y 35 minutos. Para pensar.