- “Vas sola por la calle, ves a una mujer y te tranquilizas, el miedo que siento es siempre hacia los hombres”. Son declaraciones de Edurne, una joven de 17 años de Hernani, recogidas en el informe ¿La calle es mía? Poder, miedo y estrategias de empoderamiento de mujeres jóvenes en un espacio público hostil, elaborado por Emakunde y presentado ayer en Gasteiz por la directora de Instituto Vasco de la Mujer, Izaskun Landaida, y una de las autoras del estudio, María Rodó de Zárate. La principal conclusión es que “el miedo tiene género” y limita la libertad de movimiento de las mujeres jóvenes. En este sentido, destaca que la experiencia del espacio público por parte de la gente joven está fuertemente condicionado por el género y que hay una clara desigualdad en relación a la percepción del miedo. Es decir, que las chicas viven el espacio público como un espacio “más hostil e inseguro” que los chicos, y que esta sensación “tiene unas consecuencias emocionales y de restricción de su libertad incomparablemente mayores que las derivadas de la experiencia de los hombres”.

Según el estudio, realizado con setenta jóvenes de Barakaldo, Hernani y Gasteiz, el miedo lo sienten tanto mujeres como hombres jóvenes, pero en ambos casos se siente hacia un posible agresor masculino. Las mujeres temen el abuso, la agresión sexual, la violación. Tienen menos miedo cuando son más jóvenes y “va aumentando su sentimiento de vulnerabilidad a medida que sus cuerpos son leídos como femeninos y como vulnerables a agresiones sexuales”. Mientras, los hombres jóvenes temen el atraco y una posible agresión física extrema, “pero lo van perdiendo a medida que van creciendo y encajando en el rol masculino: dar miedo y no tenerlo”.

Las chicas sitúan como espacios de malestar los espacios públicos con poca afluencia de gente y especialmente de noche. Por el contrario, coinciden casi unánimemente en situar el mayor bienestar en el hogar. En este sentido, María Rodó de Zárate, destacó ayer que el miedo en el espacio público implica una restricción en las libertades de las mujeres, pero también contribuye a “invisibilizar” las violencias que se dan en el ámbito privado. Asimismo, explicó que las mujeres sufren más agresiones en el ámbito privado, un entorno que las jóvenes del estudio identifican como más seguro y alertó de la necesidad de que no se genere “alarma social” en torno a las agresiones a las mujeres en el espacio público porque eso contribuye a “limitar” el acceso y la vida normalizada de las mujeres en él. Por su parte, según Landaida, el debate que sienta el estudio está en ver cómo se trata el caso callejero y las agresiones contra las mujeres en el espacio público de forma que se reconozcan como violencias pero que no impliquen restricciones de movimientos ni la “invisibilización” de las violencias en los espacios privados.

Socialización El análisis constata que hay una socialización y transmisión del miedo hacia las chicas principalmente. Desde pequeñas se les advierte de que “vayan con cuidado, que no vayan solas, que vigilen que no les echen nada en la bebida y que no vayan ‘provocando’ o vestidas de una forma determinada”. “Toda la sociedad entera nos ha metido el miedo, los padres, desde que mi madre me decía: tú, Cristina, debes volver a casa antes que tu hermano; y no subas sola, y no pases por no sé dónde...”, explica una joven de 21 años de Barakaldo. En la misma línea, Maite, de Portugalete, sostiene: “A veces es autogestión, tienes miedo porque está oscuro, porque es solitario, lo tienes en la mente. Es por la educación que hemos recibido, no vayas por sitios oscuros, no vuelvas sola a casa, no hables con gente que no conoces, no te fíes de nadie, eso nos decían a todas”.

Al mismo tiempo, hay una tendencia, especialmente entre los hombres jóvenes, a identificar los abusos, las intimidaciones y las agresiones como algo externo, que está lejos o viene de fuera. “Estos tipos de impresiones no solo son a menudo directamente equivocadas, sino que representan un peligro en el camino de la lucha por la igualdad. Es lo que se ha conceptualizado como “falsa igualdad”, la idea de que determinadas conquistas del movimiento feminista, por ejemplo legales, han llevado a un estadio de superación definitiva de las desigualdades entre hombres y mujeres”, sostiene el estudio. Así, al situar al agresor como “el otro”, cuando la violencia se da en el propio contexto, se aparta la responsabilidad y la posible identificación de uno mismo como potencial agresor. Y este hecho, según el estudio de Emakunde, tiene consecuencias relevantes en la perpetuación de la violencia, ya que este tipo de discursos contribuyen a la invisibilización y, por tanto, disminuyen las posibilidades de identificación, denuncia y respuesta.

“Básicamente viene gente de fuera a destrozar nuestro pueblo”. Esta afirmación de Ainara, de Hernani, resume este contexto. En este sentido, el estudio sostiene que “hay también una percepción errónea en identificar a los potenciales agresores como personas desconocidas, y la violencia contra las mujeres como propia de otras comunidades. Es otra forma de situar ‘fuera’ la violencia, creando un imaginario en el que las violencias que ocurren ‘dentro’ (familia, el grupo de amigos, por parte de vecinos, por personas conocidas en general) como casos anormales e inesperados con son estos los más comunes.