Carmen Pellicer, presidenta de la Fundación Trilema, es junto con el filósofo José Antonio Marina autora del Libro blanco de la función docente y otro sobre el pacto educativo, dos polémicos documentos -artificiales o no, siempre hay polémica cuando de educación se trata- con propuestas para mejorar el deteriorado sistema educativo español. Esta gurú de la enseñanza, que estuvo ayer en Bilbao a propósito del 44º Congreso Nacional de Cece, reclama una financiación adecuada y “un sistema flexible para no dejar a nadie en la cuneta, porque la excelencia es fracaso escolar cero”.

¿Los profesores son realmente los responsables de los “males” del sistema educativo?

-Los profesores son la posibilidad de que esos males se superen. No creo que en ningún momento ni José Antonio ni yo hayamos tenido la intención de culpabilizar al profesorado, pero sabemos que la clave de la mejora del sistema está en la mejora de su profesorado.

Euskadi ya ha evaluado las direcciones de los colegios públicos, con buenos resultados, y se evaluará al profesorado pero no se sabe cómo.

-Hay muchas maneras de evaluar la docencia y es verdad que en el País Vasco hay una cultura de la evaluación mucho más desarrollada que en otras partes de España. En el Libro blanco hablamos de la evaluación del desempeño, que incluye la observación directa en el aula y la reflexión del profesorado. Eso supone que el eje tiene que ser una cultura de autoevaluación, un proceso que se controle dentro del centro para que sirva en la mejora del día a día en el aula.

¿Por qué hay entonces tanto miedo?

-El miedo es que la evaluación se convierta en un banco de datos que manipulen las administraciones públicas y se vincule a algún tipo de sanción. Y nosotros, en ningún momento, nos hemos referido a eso. Los modelos más eficaces están vinculados a la observación, al coaching, el mentoring... todo ese tipo de fenómenos que hacen que se creen equipos cohesionados, donde los profesores se ayuden mutuamente y los mejores puedan ayudar a sus compañeros para responder a unos desafíos que cada vez son más complejos.

¿Hay que incentivar a los mejores?

-Yo creo que sí ya que uno de los factores que impiden la mejora es la homogeneización de la gestión educativa. Al final los buenos y los malos cobran igual. No hemos dicho, como se ha dicho en algún medio, que haya que bajar los sueldos, pero hay que encontrar maneras de recompensar a los buenos docentes y dar oportunidades de crecimiento profesional para salir de la zona de confort que, muchas veces, puede ser una tentación.

Distintos estudios achacan precisamente los malos resultados a la falta de atractivo de la carrera docente en el Estado español.

-En el Libro blanco, de hecho, proponemos distintas vías de profesionalización. Ahora el profesor puede llegar a ser jefe de estudios o director de centro. Aquí entendemos que una buena carrera deriva en la gestión o en la dirección de un centro, pero no creo que eso sea automático porque otra de las grandes carencias en nuestro sistema es la formación de equipos directivos. Esta no puede ser la única manera en la que un buen profesor aspire a crecer.

¿Qué proponen?

-La excelencia en la docencia, de modo que un buen profesor, que no tiene por qué ser un buen gestor, pueda crecer profesionalmente mentorizando o dedicándose a la investigación. Deberíamos tener una colaboración mucho más estrecha entre las escuelas y las universidades.

Estudios internacionales, como PISA, sitúan a Euskadi en la media de la OCDE y destaca su equidad, pero apuntan a que la excelencia es una asignatura pendiente. ¿Equidad y excelencia son incompatibles?

-No creo que sean incompatibles sino que van indisolublemente unidos, como lo prueba el informe McKinsey que creo que está fuera de toda sospecha. La calidad educativa se mide por el estilo de sociedad que un país cree. Oponer excelencia y equidad acabará generando división social, una brecha de injusticia tan grande que sería una bomba y revertiría muy negativamente en la convivencia democrática que deseamos.

Pero el discurso de la falta de oportunidades para el alumnado brillante se está empezando a abrir hueco.

-Ese es un discurso muy peligroso que pretende generar guetos y renunciar a dotar de recursos suficientes a aquellos que provienen de contextos más desaventajados o tienen mayores dificultades. Creo que la raíz del problema está en un sistema tremendamente homogeneizante, esta manía que tenemos aquí de que la mejor clase es aquella en la que todo el mundo aprende igual y ese listón lo marcan los currículum, lo marca una legislación farragosa, inestable y tremendamente politizada. Esto hace que las escuelas tengan que ajustar su ritmo a los requisitos que marcan las legislaciones. Además hay un problema añadido y es que nos hemos conformado con una mediocridad aceptable, no se piensa en mejorar con tal de que el alumno apruebe.

Pues las reválidas y la Lomce no beben precisamente de esa línea de pensamiento.

-El principal problema de la Lomce es que no resuelve ningún problema. Nunca una ley ha logrado unir tanto a la comunidad educativa, porque todos estamos de acuerdo en que es una ley nefasta. ¿Cuál es el problema de las reválidas? Que están diseñadas para una ley que no funciona. Es una forma de presionar al sistema sin ofrecer, a su vez, posibilidades de mejora.

¿Qué hacemos con las reválidas?

Creo que deben paralizarse, todos coincidimos en que no estamos preparados en cinco o seis meses para hacer una reválida sobre una ley que no acepta la comunidad educativa, que no ha permeabilizado en el funcionamiento de las aulas, ni ha tenido un periodo de maduración para que cambie el sistema. Dicho esto, creo que los sistemas objetivos de evaluación son necesarios en cualquier sistema, pero tienen que hacerse gradualmente, con el consenso y la participación activa del profesorado, ser flexibles y no convertirse en una bolsa para dejar fuera del sistema a los alumnos en la educación obligatoria. No se pude dejar fuera a aquellos niños que no se ajustan a lo que el sistema pide.

¿La evaluación externa debe tener consecuencias en el expediente?

-El problema es la evaluación de 4º de la ESO, que es una evaluación externa con un impacto directo en las posibilidades que el alumno tiene para diversificar sus opciones profesionales. El problema no es que sea una evaluación externa, sino qué uso se hace de ella y cuál es el impacto que tiene en la vida de los estudiantes, que un alumno no alcance después de 16 años el graduado escolar que le posibilitará el acceso a una formación adecuada posterior. Esto es lo que nos enciende a los profesionales.

Estos debates no ayudan a dignificar la imagen de la escuela.

-Hay un problema de desconfianza social hacia la escuela y los maestros que se ha ido acrecentando los últimos años, alimentada muchas veces por los medios de comunicación, y cuyas consecuencias vemos día a día en las escuelas, como la falta de autoridad, reconocimiento social y apoyo familiar a los profesores.

La Lomce siempre acaba por acapararlo todo, pero permítame una última pregunta sobre la excelencia. ¿Cuáles son las claves del éxito?

-La primera es garantizar unos recursos óptimos para cubrir las necesidades específicas de las escuelas. No es pan para todos, hay que hacer una inversión mucho más inteligente. En Papeles para un pacto educativo proponemos un mínimo de inversión de un 5% del PIB.

Pues estamos bastante lejos.

-Estamos lejos y además ha habido un descenso en la inversión importante en los últimos años, pero una inversión del 5% del PIB entra en los parámetros de lo alcanzable y en estos momentos hay un cierto consenso político en ese sentido.

La inversión es vital, pero no lo único para alcanzar la excelencia.

Hay que hacer una revisión profunda del currículum porque ha quedado obsoleto, adolece de una reflexión potente sobre las necesidades educativas del siglo XXI. Hay que hacer una evaluación profunda de las metodologías y aplicar otras que permitan un aprendizaje profundo, que estimulen el pensamiento crítico, la creatividad... Hay que cambiar la evaluación, nuestra cultura del examen, del control y de que la única manera de aprender es a base de palo porque esto no funciona así. Hay que incrementar la autonomía de los centros, ser mucho más flexibles en la gestión de los horarios y los espacios. Otra cuestión crítica son los liderazgos, hay que fortalecer las direcciones y una apuesta muy fuerte por la personalización, hay que diseñar para cada niño una trayectoria personal. En definitiva, necesitamos un sistema muy flexible para no dejar a nadie en la cuneta, porque la excelencia es fracaso escolar cero.

La mayoría del sector suscribiría su diagnóstico. ¿Por qué cuesta tanto en España que la clase política llegue a ese acuerdo?

Durante años el debate político en España se ha alimentado con la confrontación. Hay una falacia, se genera una cortina de humo con una serie de temas tópicos que son muy fáciles mediáticamente que hacen que la gente se entretenga peleándose. Esto es absurdo, los foros se han politizado, cada uno define sus posturas y no cede, por lo que no hay espacios de diálogo entre expertos o técnicos, solo entre políticos con intereses gubernativos y esto hace que el diálogo sea muy difícil.