estaba más cantado que el intenso frío en la festividad del patrón de tierras alavesas. Era previsible que el tren del acuerdo no iba a circular más en la extinta legislatura y ha quedado demostrado el egoísmo, cerrilismo y poca afición al acuerdo de nuestros representantes políticos, al menos de los llamados a formar mayoría para la gobernanza, que durante casi cuatro largos meses han sido incapaces de darle forma a un gobierno de coalición para un momento crítico de la historia. Un momento en el que la economía está sometida a dificultades que traen como consecuencia habitual el incremento del número de parados y de familias con todos sus miembros en la cola del tradicional Inem o del ahora azacaneado Lanbide por las desgraciadas declaraciones de actualidad de su jefe.
Es lo malo de jugar a intereses partidistas frente a planteamientos orientados en primera instancia a satisfacer necesidades del bien común, que en el caso presente ha brillado por su ausencia, practicando los cuatro principales protagonistas jueguecitos de estrategia, yo te la cuelo, tú me la metes, él se esconde.
Y así, ni partidos clásicos ni formaciones emergentes han dado señales patentes de anteponer los problemas ciudadanos, que son muchos, complicados y de difícil solución, a sus manejos de laboratorio con mucha sonrisa externa y poco hacer interno; con cientos de ruedas de prensa repetitivas en un ejercicio de puro exhibicionismo partidario; ruedas de prensa calcadas en las que rebatir, descolocar y machacar al oponente era ejercicio habitual de tronos políticos, para cumplir con el expediente de la comunicación ciudadana a través de los medios, especialmente de la tele.
Fariseísmo e hipocresía a raudales para cubrir el expediente, bien claro desde el principio de esta situación política: no hay posibilidades de acuerdo con los malditos y diabólicos números arrojados por las votaciones del pasado mes de diciembre, que configuraron un tinglado político expresión de la voluntad popular manifestada en las urnas. Y está claro que no hay más cera que la que arde, ayer, diciembre, mañana, junio.
La última ronda de visitas de los partidos por el palacio de la Zarzuela ha sido un patético ejercicio de “yo no he sido”, porque esta es una nueva edición de la torpeza de los representantes del pueblo: unos y otros de han dedicado al estúpido juego de quitarse de encima la responsabilidad del fracaso de la situación bochornosa, acusadora y majadera que nos ocupa.
Felipe VI, borbón reinante en los presentes tiempos, ha recibido a los cuatro jinetes del apocalipsis político, que han salido con una sugerencia/advertencia/coscorrón de no perdáis el tiempo durante la campaña electoral, echándoos los trastos y escupiendo la responsabilidad del fracaso a las siglas contrarias. Otro coscorrón más ha repartido con la petición de aminorar gastos millonarios de campaña, que no está el saco de los caudales públicos para semejantes trotes.
Todos los representantes políticos han salido compungidos y comprensivos con la perorata real, pero convencidos en el fondo de su ser, de que harán lo que quieran y decidirán los estados mayores de campaña, y sobre todo, manejarán la situación enfocándola a resultados de los comicios, según cada momento electoral.
Estamos asistiendo a un ejercicio de teatro gigantesco, de actuación actoral, donde cada personaje representa tan fielmente su papel con escasos cambios. Veremos en las listas y programas de los partidos concurrentes al reparto del botín de la soberanía nacional los mismos rostros y eslóganes repetidos hasta la saciedad. En la campaña poco puede cambiar y es difícil intuir un reparto parlamentario de cara al futuro que evite bloqueos y repetición de situaciones imposibles pasadas. Ya se sabe, el manido truco de cambiar todo, para que todo permanezca igual.
Los mismos rostros, idénticos rictus políticos, parecidas sintonías, colores y fotografías en medio de un amenazante mar de debates por aquí, debates por allá; eso sí, debates entre cuatro, que los minoritarios no cuentan, que son muchos y de escasa significación ciudadana, con lo que tenemos un bipartidismo ampliado y así, la ansiada renovación de la política es ruido mediático y más de lo mismo.
Las encuestas florecerán como margaritas en primavera y nuevos y lustrosos politólogos interpretarán los signos numéricos de un futuro que seguro ni adivinarán, ni conocerán.
La tele volverá a convertirse en el gran campo de batalla dialéctico para convencer a los votantes, y la nube negra de la abstención sobrevolará la campaña como poderoso factor que todo lo puede cambiar.
Para los ciudadanos, por su parte, tiempo de espera, cansancio y astenia. Para ellos, la clase/casta política, presión diaria, marcaje estricto y llamada a cerrar filas, porque el que se mueva no saldrá en la foto del reparto del poder que viene.