Maaria y Ahmed son afganos. Junto a más de 5.000 personas están atrapados en el puerto ateniense de El Pireo, sin saber qué va a ser de ellos, pero con la esperanza de que en algún momento podrán salir de Grecia.
Maaria tiene 33 años, gozaba de un buen trabajo y una buena casa en Kabul, pero el constante estallido de bombas y las continuas amenazas telefónicas por trabajar siendo mujer en una empresa multinacional “entre extranjeros”, hizo que optaran por echarse a caminar y sumarse al éxodo de tantos otros. Aunque lleva 20 días durmiendo en el suelo en el puerto en un pabellón que comparte con más de un centenar de personas, rodeada de mal olor y sin posibilidades de asearse, prefiere estar aquí que entre las amenazas y bombas de talibanes y el Estado Islámico.
Maaria no ha perdido la esperanza de que logrará salir de esta ratonera, básicamente porque, al igual que la mayoría de los refugiados, no quiere asumir que las fronteras se han cerrado. Le da igual si es Alemania o cualquier otro país, lo importante -dice- es no tener que vivir a costa de nadie, sino en un sitio donde existan oportunidades de forjarse una nueva vida.
“¿A dónde vamos?”, pregunta, hecha un mar de dudas y desprovista de toda información. Por no saber, Maaria ni siquiera sabe que existe un plan de reubicación europeo.
Viendo el panorama en El Pireo no es de extrañar que la gente esté en la inopia. El Gobierno no está presente para informar sobre las posibilidades que se plantean y la gente vive preguntando todo a las ONG, que, a su vez, no son fuentes oficiales para poder comunicar nada.
“¿Cómo voy a decirles que no van a abrir las fronteras? No soy quien para ello”, dice Mahmoud, un sirio que trabaja como voluntario para Cruz Roja y lleva más de veinte años a caballo entre Grecia y Damasco, donde vive toda su familia. Mahmoud cuenta esto después de acercársele una joven siria que le ruega que se apunte su número de móvil para comunicarle si abren la frontera.
sin representantes En la sala de espera en la que viven Maaria, su marido y sus tres hijos hay una pared con cuartillas en árabe y farsi, en las que, según se puede deducir por las dos palabras escritas en inglés -relocation, asylum- viene explicado el proceso de solicitud de asilo y de inscripción en las listas de reubicación. Lo que faltan son representantes de alguna entidad oficial. Ni siquiera se puede ver ya la mesa de información de la Oficina Europea de Ayuda al Asilo que había hace algunas semanas.
Ninguna ONG quiere criticar abiertamente al Gobierno, pero por lo bajo todos admiten que hay una extrema falta de coordinación y una inexistente política informativa.
Después de las tensiones que surgieron el fin de semana en el campamento fronterizo de Idomeni a raíz de un rumor, el Gobierno ha tomado finalmente nota y ha decidido movilizar a intérpretes y funcionarios. Su labor será informar en Idomeni y el Pireo sobre las posibilidades que se les ofrecen y responder a preguntas.
Pero el problema no radica exclusivamente en la falta de información. Muchos refugiados prefieren no oír que su viaje puede haber acabado en Grecia. “Puede que las fronteras estén cerradas, pero Alemania sigue acogiendo a refugiados ¿o no?”, pregunta Ahmad, afgano de 32 años, con rostro de desesperación, porque su hermano vive en Fráncfort y no concibe la posibilidad de no llegar hasta allí. Mientras lo cuenta, su esposa está hospitalizada dando a luz. Tiene suerte, pues muchas mujeres paren en los campamentos, sin más ayuda que la de los familiares y sirviéndose de un botellín de agua como única posibilidad para lavar al recién nacido.
“El drama es que la mayoría de la gente que está aquí tiene ya familiares en otros países que les esperan”, cuenta Mahmoud. “Por eso creo que la mayoría no piensa desistir y buscará el método para llegar a su destino”, añade. Pero también hay gente dispuesta a volver a sus países, cada vez más, según Mahmoud. “El problema es que no pueden volver, porque ni Turquía ni el Líbano -los dos países que servirían de tránsito- les da el visado necesario”, explica.
Son impedimentos difíciles de entender si se piensa en el encaje de bolillos que, por otro lado, supone llevar a la práctica el principio “uno por uno” del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, por el que por cada sirio devuelto a Turquía, otro podrá ser reasentado en algún país europeo.