hay abusos y palizas en el umbral de nuestras puertas. También muertes. En 2015 más de 3.700 personas fallecieron tratando de alcanzar el territorio de la Unión Europea, muchas de ellas en el mar, en franjas de agua tan estrechas como 10 kilómetros. Muchas de esas muertes son evitables. Más de 10.000 niños, procedentes de países como Afganistán, Siria o Irak se han separado de sus padres y han desaparecido dentro del espacio de los países de la Unión. Miles de personas vagan sin papeles y duermen sin amparo en decenas de ciudades europeas. Todo esto podría ser diferente. Hay soluciones.

Una de las tragedias políticas actuales es que muchos estados europeos ofrecen algunos de los mejores sistemas de asilo del mundo, pero los han hecho perversamente inalcanzables e inaccesibles para todas aquellas personas vulnerables y que más lo necesitan. Aquí se presentan 10 propuestas que harían esta tragedia menos terrible y más humana.

1. Abrir vías seguras

Diseñar corredores humanitarios: pasos fronterizos y caminos donde se garantice una atención digna a las personas y que no pongan en riesgo la vida. Con establecimientos acondicionados, espacio suficiente y soporte médico. Algunas de estas ideas comenzaron a usarse antes de la I Guerra Mundial, como el llamado pasaporte Nansen, un documento pactado entre 50 países, que entre 1915 y 1920 sirvió para permitir el tránsito de miles de personas que huían del genocidio armenio o la hambruna en Rusia, a través de rutas seguras.

Esta medida ayudarían a erradicar la gigantesca industria del tráfico y trata de personas, una economía sumergida que mueve miles de millones de euros al día y estrechamente relacionada con las armas, el terrorismo, la falsificación de documentos, los sobornos y la corrupción. La actual limitación de pasos y fronteras favorece el negocio de las mafias, que empujan a las personas a cruzar de forma clandestina y peligrosa; pero también hincha y engorda las cuentas de otra industria que aun siendo legal es moralmente cuestionable: las empresas de seguridad y vigilancia. Estos proveedores de tecnología y servicios que los estados de la UE contratan tampoco están interesados en que mejore la situación.

El actual cierre de fronteras solo provoca el efecto llamado cama elástica: refugiados rebotando de un lado para otro. Si se cierra un paso, la gente se lanzará a buscar otra vía, quizás más peligrosa.

2. Asilo en una embajada europea

Actualmente, las solicitudes de asilo sólo se pueden iniciar al pisar suelo europeo. Emulando a esos juegos infantiles en los que se escoge un trozo de piedra, el zaguán de una ventana o una puerta y se grita “¡casa!” para sentirse a salvo de tus perseguidores. La Unión Europea exige una peligrosa carrera de obstáculos, a menudo con consecuencias mortales para aquellas personas que con sobrados motivos para pedir asilo, solo pueden hacerlo al alcanzar territorio de la UE.

Parece bastante lógico que antes de un periplo tan costoso y arriesgado obtuviesen algo de asistencia legal en la embajada europea más cercana en su propio país de origen o un país vecino que fuese seguro con el fin de estimar sus posibilidades y hacer que su viaje merezca la pena.

Se evitaría también que miles de personas quedasen atascadas en lugares inhóspitos y viajarían documentados con un visado expedido en Europa.

La realidad aun es mucho más rancia: tal y como han confesando en confidencia algunos funcionarios de embajadas de la UE en países por ejemplo de Asia Central, es que no solo no se emiten visados si no que además cuando se sospecha que alguna persona pretende viajar a Europa para solicitar asilo, la norma no escrita es tratar de denegárselo.

3. Una distribución equitativa

Hoy día tampoco existe un sistema europeo armonizado de asilo, cada estado admite y acepta lo que le viene en gana. La única normativa que marcan las pautas entre estados miembro de la UE es el llamado Reglamento de Dublín, que establece los criterios y mecanismos para determinar el Estado miembro de la UE responsable del examen de una solicitud de protección internacional -estatuto de refugiado o de protección subsidiaria-. Habitualmente es el primer estado europeo de destino al que llegan los refugiados también el lugar donde el solicitante de asilo debe quedarse.

Así los estados que mayor carga tienen son los periféricos, aquellos que marcan las lindes exteriores de la Unión: Grecia, Italia, Bulgaria, España o Malta, además de ser los más castigados por la crisis financiera y económica, algunos en auténtica emergencia social. Tanto eurodiputados de derechas o de izquierdas han confesado que sería mucho más sensato que cada estado europeo acogiese solicitantes de asilo de forma solidaria. No obstante esta ficción de las cuotas tampoco funciona ni ha funcionado. Lo que se propone es cambiar radicalmente este sistema y que toda la Unión Europea sea un mismo espacio de asilo y no compartimentarlo por estados.

El Reglamento de Dublín va estrechamente ligado al proyecto EURODAC, la gran base de datos europea de huellas dactilares para identificar a todas aquellas personas de más de catorce años de edad que cruzan las fronteras de forma irregular. De manera que si alguna de estas personas es detectada en otro estado miembro (por ejemplo, Austria u Holanda) permite a las autoridades devolverlos allá donde iniciaron su trámite o cruzaron la frontera, es decir, son devueltos a Grecia o Italia, por ejemplo. Volviendo a la casilla de salida en este perverso juego de devoluciones y deportaciones. Y vuelta a empezar.

4. Invertir en asesoramiento como en vigilancia

La Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO, en inglés) se creó en Malta en 2011, es un órgano consultivo para los estados miembro de la UE y su tarea es asesorar, apoyar y quizás algún día forjar algo que se parezca a un sistema europeo de asilo armonizado. Pero eso está muy lejos. “Queremos pero no podemos, no tenemos suficiente dinero”, dicen desde la EASO.

Mientras la EASO maneja un presupuesto de 14 millones de euros, la Frontex, ese mini ejército con sede en Varsovia llamado “organismo europeo de seguridad fronteriza” tiene un presupuesto de más de 115 millones de euros por año. Algo bastante generoso si tenemos en cuenta que para la Europol, la agencia con la que Europa lucha contra la delincuencia internacional se destinan 85 millones de euros. Así, si se quisiesen evitar situaciones de vulnerabilidad de derechos humanos como ocurre en Grecia o en los Balcanes, la EASO debería tener casi tantos recursos como la Frontex, un organismo que no se dedica a proteger la vida de las personas ni velar por la calidad ni asistencia legal en las lindes, simplemente su labor es asegurar y fortificar nuestras verjas y vallas, detener y deportar. Y aun y todo, no parece ser una tarea muy efectiva.

5. Difundir información

Una vez más: tan simple como no llamar a la gente a engaño. No hay información veraz sobre los procedimientos de asilo ni de migración. Los solicitantes de asilo muy a menudo se mezclan con gente que utiliza estos procedimientos como un trampolín para migrar a Europa, en la que desaparecen más tarde. Y también ocurre al revés: hace años era común ver a refugiados recolectando tomates en España e Italia. Trabajando simultáneamente mientras buscaban protección internacional. Desesperados. Eso solo conlleva a confusiones. Y a argumentos como “estos no son verdaderos refugiados”.

Aunque todavía sea cuestionable que huir de pobreza sea menos legítimo que huir de la guerra, es cierto que para ambos colectivos hay muchas diferencias entre la imagen y los anhelos que tiene de Europa (búsqueda de derechos, protección humanitaria o búsqueda de progreso y proyección personal) y lo que se encuentran. Sin duda ayudaría a minimizar las falsas expectativas y el número de personas que arriesgan su vida.

6. Ley de extranjería

En enero de 2016, algunas se llevaron las manos a la cabeza, estupefactos y con cierta candidez al enterarse de que varios bomberos andaluces fueron arrestados y multados en las islas griegas por socorrer a varias embarcaciones que iban a naufragar y en las que salvaron numerosas vidas. Fueron acusados, multados y arrestados por colaborar con la migración ilegal. Pues bien, esto que suena tan rocambolesco es el día a día de casi todos los voluntarios griegos, los vecinos de las islas italianas o pescadores del sur de España. Las actuales legislaciones no solo no favorecen la asistencia y el socorro en alta mar o las fronteras, sino que la penalizan y tratan de desalentarlo, propiciando precisamente que más gente muera.

En octubre de 2013, Vito Fiorino, el pescador italiano que salvó a un centenar de personas en uno de los trágicos naufragios en Lampedusa, en el que murieron 300 personas, fue llamado a declarar a la Fiscalía de Agrigento para enfrentarse a una multa que podía elevarse hasta los 5.000 euros. Las leyes de extranjería en Italia, Grecia y también en España penalizan a todos aquellos que trasladen a puerto a inmigrantes sin permiso de entrada, aplicable, por tanto, a quienes asisten a barcos de indocumentados en apuros. En la Grecia del progresista Alexis Tsipras, taxistas, vecinos y voluntarios se exponen a estas multas incluso si trasladan a refugiados o migrantes en sus coches de un pueblo a otro; o aunque estén heridos, a un hospital cercano. Muchos de estos vecinos están cansados y hartos de ayudar y salvar vidas poniendo en riesgo el sustento de sus propias familias, y sin embargo lo siguen haciendo, evitando los controles policiales o de forma temeraria y clandestina.

En el Estado español, las penalizaciones por “facilitar el viaje a un indocumentado” oscilan entre los 500 y 10.000 euros, según la actual Ley de Extranjería en vigor. Lo mismo ocurre con todas esas buenas llamadas ciudadanas para “acoger refugiados” en su casa: si no se exige que cambien estas leyes, todos esos esfuerzos o ideas son inútiles.

7. Un ‘Plan Marshall’

Tras la II Guerra Mundial lo que evitó un éxodo masivo de holandeses, franceses o alemanes hacia Canadá, EEUU o Australia fueron los generosos fondos del Plan Marshall que se centraron hacer resurgir Europa e invertir en la economía de estos países hasta que saliesen adelante.

Los primeros años después de un conflicto resultan cruciales para la reconstrucción de un país. Si no, aun cuando un conflicto aparentemente termina pasan muchos años hasta que los refugiados regresan o dejan de marcharse. La estabilización y el florecimiento de oportunidades son claves. La condición es, por supuesto, que el dinero esté bien gastado. Afganistán o Irak arrastran décadas de guerra, conflicto y post-conflicto en los que no se han destino recursos de forma suficientemente inteligente. Tan solo se han dado migajas para parchear los chandríos e invertir en seguridad. Algunos iraquíes relataban los estúpido y dramático que resultaba en algunos de sus pueblos que las mismas coaliciones internacionales de ejércitos europeos que gastan miles de euros en construir hospitales o escuelas, más tarde las destruyen y llenan de metralla y mortero en sus operaciones. Actualmente la UE destina más millones a sus socios como Marruecos o Turquía para que taponen y detengan posibles refugiados o migrantes, que a mejorar el contexto, las condiciones de vida o los post-conflictos.

8. Vigile también

a los vigilantes

Supongamos que todas las anteriores propuestas se consideran demasiado revolucionarias, progresistas y radicales. Lo mínimo que Europa podría hacer para prevenir los abusos en su frontera externa es ser más celosa en el cumplimiento de los derechos humanos y velar por la dignidad de las personas. Y por ahora, según muchos expertos, esta vigilancia es muy deficitaria. Esta misma semana las imágenes de la frontera entre Grecia y la Ex República Yugoslava de Macedonia en la que agentes policiales gasean y golpean a familias son claras evidencias de estos abusos.

Mientras, se sigue sin permitir el acceso a medios de comunicación y organizaciones humanitarias a muchos de los centros de internamiento para extranjeros, poco se sabe de los vuelos y los viajes de repatriación de migrantes, de las condiciones de acogida de los menores.

9. Aceptemos la realidad: es un éxodo mundial

El fenómeno migratorio y el desplazamiento forzoso de personas es un hecho y es una realidad con la que vamos a convivir estas décadas.

Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) tan solo en el año 2015 más de 19 millones de personas abandonaron sus hogares a la fuerza. En total, 60 millones de personas viven hoy desplazadas. Es sin ningún tipo de adornos el mayor éxodo y movimiento migratorio forzoso de la historia de la humanidad. Cifras que superaron hace tiempo las de la II Guerra Mundial. Nunca antes en nuestra historia tantas personas se habían visto obligadas a huir. Es una utopía pensar que ninguna de esas personas tratará de llegar a Europa buscando refugio.

Estamos viviendo un momento y un hecho histórico, siendo testigos en directo de páginas que relatarán los libros. Y, por tanto, siendo todo este fenómeno nuevo y único, las viejas fórmulas no sirven: se necesitan soluciones e ideas nuevas. Y un ejercicio de generosidad, convivencia y solidaridad absolutamente comprometido y real. También dinamitar lo que es aceptable y lo que no. España en 2014 tan solo acogió a 80 nuevos refugiados, treinta de ellos, sirios, mientras, Turquía o Jordania acogieron a más de medio millón de personas cada uno. O Malta, que es el estado de la UE con mayor tasa de refugiados por habitante y uno de los diez primeros del mundo. A pesar de que el pequeño archipiélago y república maltesa tiene una superficie muy pequeña, 316 kilómetros cuadrados, acoge más de 6.000 refugiadas/os.

10. El plan b: seamos honestos y crueles

Si ninguna de las anteriores propuestas se ponen en marcha, finalmente lo que proponen expertos y reporteros es que seamos tan honestos como para admitir que la vida de otras personas, más allá de lo que puede ser nuestra comunidad y fronteras, nos importa un comino.

La última alternativa es romper con la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 de la que la mayoría de los estados europeos son firmantes. Este plan b ya ha sido propuesto en Holanda y en otros estados por partidos nacionalistas y de derechas. Eso significaría que ningún tratado internacional nos obliga ni compromete a acoger a los solicitantes de asilo.

Sin duda, estas decisiones afearían la imagen internacional de la Unión Europea, que ya se metió en el bolsillo el Premio Nobel de la Paz recientemente. Pero el plan no tiene ninguna pretensión de preservar la imagen de buenismo que se tiene Europa, si no de ser el escenario más realista.

Tampoco van estas medidas tan desencaminadas con el creciente discurso del odio, una xenofobia que germina ya en muchos lugares de Europa, y tanto en espacios políticos de derechas como de izquierdas. Y que va acorde con medidas legalistas aunque de dudosa legitimidad, como la confiscación de bienes a refugiados que en enero de 2016 ha puesto en marcha en Gobierno de Dinamarca; leyes que permiten apropiarse de bienes que superen los 1.300 euros. Medidas disfrazan la rapiña con la pretensión de disuadir y desalentar la llegada de futuros migrantes. Y en realidad agrava el problema porque aboca a la indigencia y la caridad a solicitantes de asilo, muchas familias o jóvenes en especial vulnerabilidad.

Un asilo insensible e insolidario sería una mala noticia pero nos liberaría de algo tan vergonzante como es una política tan estricta como la actual que sin embargo se trata de promocionar como justa de cara a la galería. Y que provoca que la UE se mueva en una ambigua y constante violación de los derechos humanos.