Hubo un tiempo en esta tierna y recóndita ciudad a orillas del Zadorra, en el que dos esforzados profesionales del deporte se ganaron un puesto en el corazón de los habitantes de Siberia-Gasteiz y concitaron a su alrededor cariños, amores y admiraciones de miles de ciudadanos que pusieron en las hazañas de Marín Fiz (Correcaminos) y Rompetechos (Juanito Oiarzabal) modelos, ensoñaciones y altas miras deportivas. Esta sociedad nuestra pareciera necesitada de personajes tocados por la épica, las hazañas extraordinarias y las resistentes carreras contra el tiempo, espacio, agotamiento y supervivencia.
Nuestra sociedad acunó las victorias, las prodigiosas ascensiones y los triunfos vibrantes de estos dos curiosos personajes de la competencia profesional deportiva, señal de identidad de un pueblo necesitado de brillo, pedigrí y reconocimiento de próximos y lejanos. Hace décadas que estos dos bravos esforzados de la resistencia, sufrimiento y valor, fueron ganándose la leyenda de esforzados del tartán y picudas cimas que con voracidad extrema hollaban uno y otro; y se hacían grandes, héroes modernos de una ciudad necesitada de prestigio y reconocimiento en el mapa de la notoriedad competitiva y deportiva para acabar con un pegajoso complejo de ser menos.
Dos personajes cargados de humanidad y proximidad, que los/as vitorianos/as sienten como propios, como de la familia, como del imaginario común. Y en aquellos pasados tiempos el orgullo vitoriano y alavés se fue incrementando con las Chicas de Oro, las hazañas de un crecido Baskonia que llegó a ganar un entorchado internacional de la mano de Comas, Rivas, Nicola, Perasovich, Millera y otros jugadores de la moderna mitología del deporte de masas.
Y a falta de proezas del Glorioso Deportivo Alavés, en evidentes horas bajas en aquellas calendas, el sentido de pertenencia a una comunidad se asentaba en estos héroes deportivos con triunfos continuados, nuevos héroes de la modernidad que se asentaban en los corazones, memorias y recuerdos del personal. Un tiempo de gestas que todavía hoy Rompetechos y Correcaminos quieren perdurar con nuevas hazañas, nuevos retos, nuevos hitos en su trajín vital. Y así Juanito sigue escalando picos amenazantes y Fiz triunfando en marathones seniors, que quiere dominar e incorporar a su larga ristra de triunfos profesionales. Pareciera que su momento de triunfo y competición no ha terminado y que el afán de superación y conquista siguevibrnte en sus venas como fuerza vital hasta agotar sus posibilidades.
Como viejos roqueros que quisieran morir con las botas puestas en claro ejemplo de entrega a la pasión deportiva del competir, dominar y vencer. Son así y nos los cambiarán así que volvieran sus madres a parirlos. Genio y figura hasta la sepultura de dos hombres que sintieron la llamada de la fama y siguieron su rastro en miles de kilómetros a ras de suelo o miles de metros en picada vertical que dibujan muerte, agotamiento y derrota.
Y cambiamos de asunto porque acabamos de celebrar cuarenta años de un brutal suceso que sacudió la pacata y en aquellos momentos expansiva ciudad de Celedón. Una insania asesina, unas órdenes homicidas, unos comportamientos de policía brutal y ciega acabaron con la vida de cinco ciudadanos en un escenario agitado por las tensiones laborables a un año del fallecimiento del dictador Franco, que durante cuarenta años aherrojó la ciudadanía y sus derechos.
No reconozco la torpe inteligencia de poderes y ciudadanos empeñados en negar las evidencias de lo que ocurrió en el próximo pasado y en emborronar la memoria histórica entre dos fechas: un levantamiento militar (1936) y una vuelta a los derechos democráticos con la Constitución(1979). Los sucesos de lasa humanidad contra una ciudadanía indefensa que dejó un reguero de heridos y cinco asesinados no pueden olvidarse, perdonarse ni arrumbarse con el inclemente paso del tiempo, que dicen tristemente, que todo lo desfigura y borra. Cuarenta años no han sido suficientes para sentar en el banquillo de los acusados a los mandos políticos y policiales que autorizaron la brutalidad de la Iglesia de San Francisco, en el populoso y obrero barrio de Zaramaga. Cuarenta años no han sido suficientes para reconocer política y socialmente a las víctimas y sus familiares con la sangre derramada inocentemente. La memoria de un pueblo que recuerda a sus caídos, nunca olvidará que en Vitoria Gasteiz, en 1976, hubo asesinados y asesinos, sicarios de uniforme y vitorianos que soñaban y luchaban por la libertad y futuro mejor. Por mucho que la mordaza de los poderosos quiera silenciar los hechos acaecidos, las raíces de los sucesos de VG están permanentemente regadas por la sangre de los inocentes que siempre perdurarán. ¡Que no nos arrebaten la memoria de nuestro pueblo!