muchos apasionantes temas se agolpan estos días como para ser comentados desde el punto de vista de un sociólogo? datos de empleo, crisis petrolera, encuestas de intención de voto, movimientos para la formación de gobierno, e incluso la expectación generada por ese barco escorado que con tanta pericia trajeron al puerto de Bilbao, y donde sus responsables han realizado un extraordinario trabajo.
Pero el fin de semana pasado tuve una experiencia que no puedo por menos de contarla ya que me golpeó profundamente. Estaba el pasado sábado en el aeropuerto de Munich esperando al vuelo que me trajera a Bilbao después de pasar unos días de vacaciones, cuando uno de los pasajeros me saludó. Yo no le reconocí en un principio, había cambiado bastante pero enseguida caí en quién era y empezamos a conversar.
Con el subidón de adrenalina que traíamos yo le pregunté si también el venía de disfrutar unos días, a lo que él me contestó que no, que venía de una isla cerca de Lesbos junto con otros dos compañeros de estar 3 semanas ayudando a que los refugiados no se ahogaran y buscando algo de dignidad para esas personas tras huir de sus tierras en guerra. El baño de realidad que me di en ese momento fue de los que dejan huella, y ruborizado por mis vacaciones, le pedí que me contara su experiencia.
Lo que me refirió fue brutal, llegaban rotos y con el alma en los pies; lo que me describió aquel hombre, y eso que él mismo tomaba precauciones en la explicación, me hizo minúsculo como ser humano. Para empezar me contó cómo el ferry que cubre la distancia entre islas cuesta 15 euros, cuando las mafias cobran 1.000 por persona, cómo estas mafias les tiran al agua antes de llegar a tierra para no ser pilladas por la policía griega o turca la cual únicamente les ficha y les dejan libres. Cómo se quedan literalmente inmovilizadas estas personas al caer al agua llenas de ropajes y esperando a que los chalecos floten, cuando no es así y muchos de ellos se ahogan aunque los voluntarios tratan de salvarles y cómo este terrible paso no es más que el principio del calvario que se les presenta por delante.
Yo le dije que aquí las noticias de la guerra de Siria habían casi desaparecido, que parecían más atentados continuos que una guerra abierta. Él me relató que aquello es una guerra civil total, que por eso la gente huye de sus casas, lo que pasa es que no lo cubre mediáticamente nadie por miedo a que les pasen el cuchillo por periodistas, llegando únicamente imágenes de teléfonos móviles; por eso no hay crónica de guerra aunque ahora estaba golpeando más fuerte que nunca. Una vez más ocurre que lo que no se ve, no se siente, y parece que la intensidad de lo que sólo a tres horas en avión está ocurriendo, se quiere sacar de los medios y del día a día.
Estos 3 héroes, los verdaderos héroes de comienzos del siglo XXI (no los Ronaldos ni Messis que los subimos al pedestal cuando lo único que son, es ser buenos profesionales en lo suyo y poco más), venían a descansar y otros 3 compañeros les sustituían en esa indescriptible labor. Una cosa buena se traían para casa en el corazón: la camaradería que tenían todos los voluntarios, que eran muchos pero nunca suficientes, de todos los lados del planeta. Ayudándose, protegiéndose, dando parte de su vida, de sus vacaciones y tiempo a los demás. Un único detalle más me comentó y era que aun salvando vidas diariamente, nunca dormían tranquilos ni contentos, porque allí al otro lado sabían que todavía hay 700.000 almas esperando a cruzar ese trocito de mar de apenas una hora de navegación, y eso les minaba absolutamente la moral.
Huelga decir lo miserable que me sentí y lo grandiosos que me parecieron estos 3 héroes y aquellas personas que destinan parte de su vida a ayudar en esta dura situación. Es cierto que los responsables políticos europeos, españoles y vascos poco están consiguiendo, pero, y cada uno de nosotros ¿qué hacemos?...