En un mundo 2.0 en el que cada día estamos más conectados a la red, compartir a través de las redes sociales desde el estado de ánimo hasta las experiencias del día a día se ha convertido en una forma más de socialización y, al fin y al cabo, de vivir la vida. Esa es la tesis principal que sostiene Amaya Terrón, una psicóloga especializada en las repercusiones que tienen plataformas digitales como Facebook, Whatsapp o Twitter en la sociedad del siglo XXI.

“Las redes sociales cumplen infinidad de funciones psicológicas relacionadas con la comunicación”, asegura Terrón. Relacionarse socialmente, mantener amistades, ampliar el círculo social o incluso buscar pareja son solo algunas de las posibilidades que ofrecen estas plataformas. “Cada persona tiene sus motivaciones, intereses y necesidades y estas tecnologías nos permiten desarrollarnos en el camino que nosotros queramos”. Y todo ello con una rapidez, facilidad y eficacia comunicativa nunca antes vista. “De ahí que su uso se haya implantado y difundido hasta tal punto que a día de hoy estas herramientas formen parte de nuestra vida cotidiana”.

Pero además, las redes sociales no solo aportan nuevas vías y maneras de comunicación, sino que también ofrecen los llamados reforzadores naturales que, según indica Terrón, el ser humano necesita para sobrevivir. Un ejemplo serían los Me gusta de Facebook. ”Cualquier tipo de refuerzo, tanto extrínseco como intrínseco, es agradable”. Una alabanza, una sonrisa, un premio o un simple pulgar levantado. “Provenimos de los refuerzos de la sociedad y nuestro comportamiento se modela en gran parte en torno a esto”.

No obstante, las redes sociales también tienen sus contras. Por una parte, minimizan las consecuencias de los actos de los usuarios. “Al no tratarse de una comunicación directa y personal, los efectos negativos no son inmediatos”. Por ello, para Terrón, en cierto modo estas plataformas funcionan como un escudo protector. “Por no mencionar que si contamos una mentira la probabilidad de que nos pillen es menor, al igual que la vergüenza que sentimos al ser pillados”.

Aun así, la minimización de las consecuencias también tiene una parte positiva: “Muchas veces nos mojamos más virtualmente que en persona”, asegura Terrón. La razón, nuevamente, es que los efectos negativos no son inmediatos y, además, su impacto es menor.

Enganchados 2.0 Por otra parte, el uso no adecuado de las redes sociales puede llegar a crear incluso adicciones importantes. “En la actualidad mucha gente lo primero que hace nada más levantarse, incluso antes de lavarse la cara, es mirar el Facebook”, comenta Terrón. Esta práctica, así como comentar constantemente estados propios o ajenos o poner frases y citas con el objeto de lograr un impacto en los demás, son algunos de los indicios de dependencia. “La prueba definitiva es si sentimos ansiedad o cierto grado de nerviosismo cuando no tenemos o prevemos no tener acceso a las redes sociales”.

¿Las razones principales de esta dependencia? Terrón enumera el querer compartir el día a día con todo el mundo, tratar de mantenerse como el centro de atención, sentirse solo o tener dicha actividad por rutina. “Fuera como fuere, cuando las redes sociales terminan por suplir el contacto social en el mundo físico deriva en un aislamiento social”. Es decir, que pueden llegar a funcionar a modo de sustitutivo.

Más allá de las adicciones a las redes sociales, si una de las funciones a cumplir de estas herramientas es el acercamiento, en ocasiones puede ocurrir prácticamente lo contrario. Tal es el caso del ciberbullying. “La existencia de este acoso psicológico deriva del uso cruel y malintencionado de las nuevas tecnologías”, informa Terrón.

Es especialmente peligroso, explica, puesto que es incontrolable y porque, además, cualquier imagen puede permanecer en el ciberespacio por un tiempo insospechado. “Incluso después de haber retirado un vídeo, este puede prevalecer en los ordenadores de varias personas alrededor del mundo”.

Pese a los problemas, Terrón no duda en remarcar las muchas posibilidades de comunicación que ofrecen estas nuevas tecnologías, aunque eso sí, también indica que todo aquello que publica un usuario revela información importante sobre sí mismo. “Sin ir más lejos, no son pocos los psicólogos que afirman que detrás de una foto de perfil se oculta todo un mundo por descubrir”. En un mundo hiperconectado, compartir información a través de Internet parece cada vez una mayor necesidad social.

Rostro al natural. El rostro sin retoques fotográficos y con una sonrisa da la imagen de alguien seguro de sí mismo, aunque denota cierto egocentrismo.

Con retoques artísticos. Pretenden dar una mejor imagen de la que perciben de sí mismas.

Parte del cuerpo. Intentan llamar la atención sobre ella, ya sea porque están especialmente orgullosas o por una lesión.

Reflejo en el espejo. Intentan mostrarse cómo se ven ellos mismos.

Caricaturas. Tienden a no darse importancia, ocultándose tras el humor y demostrando que no les acomplejan sus rasgos.

Personajes ficticios. Quienes optan por personajes ficticios o no quieren desvelar su propia identidad o se dejan llevar fácilmente por la opinión de los demás.

Niños grandes. Las fotos de la infancia significan nostalgia, la añoranza por regresar a esa época de paz en la que no tenían que enfrentarse a la realidad que les rodeaba.

Mascotas. Es su manera de mostrar afecto y orgullo por sus animales, o a modo de reivindicación.

Muecas o gestos graciosos. Quieren dar imagen de naturalidad, saltándose la norma de aparecer guapos.

Frases u opiniones. Pretenden que se les vea por lo que piensan y no por cómo son.

Actividades deportivas o fiestas. Quieren dar la imagen de ser personas divertidas con las que no te vas a aburrir.

Fotos de los hijos y familia. Tratan de mostrar la importancia de lo que han criado y que son familiares.

Pareja. Pretenden dar a entender que se sienten orgullosos de su relación sentimental.

Boda. Quieren mostrar que son personas adultas, dueñas de sus actos y con gran compromiso.