A Ohian y Maren, a sus quince meses, eso de la gestación subrogada les suena a chino, como a casi todos. Tampoco saben quién es esa mujer estadounidense con la que sus padres, Igor Lansorena y Leyre Goitia, wasapean y hablan por Skype. Cuando la curiosidad se les despierte, les explicarán que “la barriguita de amatxu no funcionaba” y que Sam les ayudó albergándolos en la suya hasta que nacieron. “Lo afrontamos con naturalidad. Si lo escondes o mientes, es que te avergüenzas de ello”, dice Igor. Y no es el caso, ni mucho menos.
Una enfermedad rara que amenaza a sus pulmones impide a Leyre quedarse embarazada y le niega, por si fuera poco, la posibilidad de adoptar. Lejos de renunciar a su deseo de ser padres, esta pareja de Muskiz empezó a investigar en qué consistía esa técnica de reproducción asistida a la que recurrían algunos famosos y que les sonaba “de oídas”. Como Igor había trabajado en Boise (Idaho), buscó un par de agencias allí y pidió a un amigo que contactara con ellas y comprobara que “esas oficinas eran reales”. Solo obtuvo respuesta de una. “Te da un poco más de seguridad, pero al final te tienes que fiar de personas que están a 8.000 kilómetros de distancia. Hay un momento en el que te tienes que lanzar un poco al vacío”, reconoce este periodista, que en agosto de 2013 viajó a Boise para firmar los correspondientes contratos, aportar su esperma y elegir a una donante de óvulos y a una gestante. “Deben ser personas diferentes porque si no, los niños serían biológicamente de la mujer que los gesta y habría más dificultad para que luego les tuviera que decir adiós”, explica Igor.
El feeling con la gestante debe ser mutuo, ya que si ella “no se siente cómoda” con la pareja, puede rechazarla. “De hecho, nuestra gestante había dicho antes que no a otros porque no le gustaron los motivos por los que querían ser padres a través de gestación subrogada”, señala. Una prueba de que Sam no se ha prestado a acoger embriones ajenos por dinero, sino porque “para ella su familia es superimportante y le producía mucha pena ver que había otras parejas que querían tener hijos y no podían”, asegura Igor, que se considera “muy afortunado” porque, tras la fecundación in vitro y la transferencia de embriones, consiguieron un embarazo a la primera. “Nos ha salido todo a la perfección, pero no es así en todos los casos. Esto está sujeto un poco al azar”, advierte.
Contracciones por ‘WhatsApp’ Vivir la gestación de tus hijos con un océano de por medio no es fácil. “Cuando tú pareja está embarazada, lo vas viendo poco a poco y lo vives con mucha ilusión. Todo eso en la distancia no lo puedes disfrutar igual”, reconoce Igor. Y eso que ellos han estado en permanente contacto con Sam. “Llegabas un día de trabajar y le escribías: ¿Qué tal estás?, ¿tienes antojos? Evidentemente eso no te satisface como lo otro, pero sabes que vas a ser padre y partes de una situación en la que creías que no ibas a poder serlo. Cuando comienzas un proceso de gestación subrogada, se te abre una ventana muy ilusionante”, se sincera.
Las falsas alarmas, vía WhatsApp, son en estos casos de pura taquicardia. “Un fin de semana que fuimos a Madrid nos escribió Sam diciendo que tenía contracciones. Faltaba un mes para que fuéramos a Boise. Imagínate el susto. No es que la persona embarazada esté en Bilbao, cojo un coche y llego tarde o temprano. El viaje a Boise serán 16 o 18 horas. Fue una falsa alarma, pero sí hay miedo a que ocurran cosas como esta”, relata. El temor de que la gestante pudiera quedarse con sus hijos, sin embargo, nunca lo tuvieron. “Eso es de gente que desconoce el proceso. Los niños no son biológicamente suyos y ella lo decía: Yo sé que no son mis hijos, aunque les voy a tener cariño. De hecho, nos ofrecieron estar en la habitación contigua el día del parto”, recuerda. Leyre incluso les vio nacer. “Fue algo muy especial y muy mágico”, dice Igor. Una vez celebrado el juicio, en el que “Sam renunció a los derechos que podría tener por gestarlos”, los niños obtuvieron el certificado de nacimiento, el pasaporte y la doble nacionalidad americana y española. Leyre, que es profesora, no pudo, sin embargo, disfrutar de la baja por maternidad y tuvo que pedir una excedencia.
Por desgracia, lamenta Igor, aún hay muchas personas que piensan que las gestantes hacen negocio. Algo que él desmiente categóricamente. “Tienen que tener una posición económica estable y, además, la cantidad que se llevan es pequeña con respecto al total. Lo que más cuesta son los gastos médicos”, precisa. Es más, afirma, “si trabajaran en un McDonald’s las horas que dura un embarazo, ganarían más”.
En poco más de año y medio Igor y Leyre ampliaron su familia a lo grande, no solo con sus mellizos, sino también con Sam, su marido y sus dos hijos. “Hemos ganado unos familiares. Tenemos previsto viajar a Boise en el futuro, que ella venga? Una de las cosas más bonitas, aparte de los niños, es la relación con ella. Gracias a su generosidad, hemos podido ser padres”, agradece.
“Ahora todo son trabas” Ainhoa siempre ha querido tener hijos. Con 18 años hasta guardó una camisa que le quedaría “de lujo” cuando estuviera embarazada. La cardiopatía congénita que padece le ha trastocado su sueño, pero solo en parte porque, si todo marcha según lo previsto, dentro de un par de meses será madre gracias a una mujer de Ucrania, que está gestando el embrión de esta gasteiztarra y su marido. “Lo más difícil es la distancia y el enterarte de todo vía mail. Resulta más frío y, a veces, duro. Hay un cierto grado de ansiedad permanente. Lo bueno es que no somos los primeros y tranquiliza mucho hablar con parejas que ya están de vuelta, ver que los pasos que estás dando son los que ellos dieron”, explica Ainhoa, que recibe noticias de su embarazo a distancia cada dos semanas.
Aunque siempre han confiado en la gestante -“ese ha sido nuestro acto de fe”, apunta-, sí tuvieron dudas al elegir la agencia. “Siempre hay cierto temor a dar con la gente equivocada. Por eso es fundamental ponerse en contacto con foros y asociaciones, como Son Nuestros Hijos, para contrastar la información. La gestación subrogada es un salto al vacío y hay que procurarse una buena red que te acoja”, aconseja.
Ainhoa y Gonzalo -profesora y funcionario, de 37 y 39 años- nunca imaginaron que en su embarazo “intervendrían dos médicas de cabecera, dos cardiólogos, un hematólogo, dos clínicas de reproducción asistida, una abogada, varios notarios, una juez de paz, una agencia de gestación subrogada, una traductora y una gestante”. Regular esta técnica de reproducción asistida en el Estado facilitaría todo este complejo proceso. “Haría mucho más llevadera, emocionalmente hablando, la relación con la gestante y quitaría mucho estrés con toda la parte legal. Actualmente todo son trabas: el registro del bebé, el acceso a ayudas y prestaciones económicas, la conciliación familiar sin baja maternal, la posterior adopción para legalizar la relación entre mi hija y yo, previo visto bueno de la fiscalía? Es un proceso largo que desgasta económica y emocionalmente”, censura Ainhoa.
Hace poco que la pareja empezó a recopilar enseres de amigos y familiares para preparar el nido. “Les estamos muy agradecidos tanto por el apoyo material, como por el moral”, manifiestan. Con la maleta de la pequeña prácticamente repleta, prevén viajar a Ucrania antes de que la gestante salga de cuentas para poder asistir al nacimiento de su hija. “Más que darle vueltas a si mantendremos o no el contacto con la gestante, nos interesa cuidar mucho el momento del parto y los días posteriores, que ella se sienta cómoda, respetada y cuidada. Luego ya vendrá lo demás”.