Cuando hace una década Ramón Garín, aficionado preclaro a la fiesta de los toros, me comunicó su idea de formar una asociación de taurinos para ayudar al Ayuntamiento en la gestión directa de la feria de La Blanca, le mostré mi discrepancia, oposición y desagrado con semejante iniciativa que se financiaba con fondos públicos. Este planteamiento de gestionar caudales municipales para una actividad habitualmente privada era lo que me enfrentaba a esta compañía de altruistas vitorianos, que con la mejor buena fe y total impericia administrativa se convirtieron durante tres temporadas en “empresarios” de una plaza que amenazaba con estrellarse contra el abandono del personal y la desaparición taurina.
Lete, Sánchez, Arce, Aginako, Barreira, Arocena, con el mencionado Garín a la cabeza, se pusieron a la labor de rescatar un ciclo que por los años 50 y 60 funcionó como importante Puerta del Norte para las ferias posteriores en el resto de temporada. Con esfuerzo, intensa dedicación y sin cobrar un duro por jornadas de trabajo, viajes y gestiones diversas, fueron recuperando al público que comenzó a llenar el nuevo coso vitoriano, hoy Iradier Arena.
A pesar de mis enfrentamientos críticos con ellos, hoy debo de reconocer el esfuerzo, dedicación y entrega del equipo Vitauri, que ya desaparecidos se han visto inmersos en un escándalo de grandes proporciones mediáticas que ha pisoteado dignidad, imagen y trayectoria de unos aficionados limpios que no tuvieron más maldad que la de seguir su compromiso con la ciudad y afición taurómaca.
No puedo dejar de reconocer y reivindicar públicamente la limpieza de actuación y buen nombre de estos hombres que se han visto inmersos en un proceso judicial, que ellos iniciaron frente a la actitud del Ayuntamiento de no reconocer algunos gastos, y del que se ha derivado la obligación de reponer a las arcas municipales 22.667 euros, en conceptos varios, por facturas de gastos “sin justificar”.
Debe quedar clarito y meridiano que ninguno de los miembros de Vitauri se llevó “pasta” alguna a su faltriquera; vamos, que ninguno robó nada, al contrario que muchísimos políticos, que sí lo hacen.
Por cierto, los vigilantes de las actuaciones municipales podían haber indagado en los gastos millonarios que la organización de una temporada ajena a Vitauri causaron al peculio común: un escándalo de gasto y el responsable político del desaguisado, saliendo de rositas. Inocentes vitaurinos, cogidos en medio de políticos y escribas que todo lo saben.
Cambiamos de tercio. Dicen los que mandan en la Casa Consistorial que recibieron una herencia envenenada de los anteriores mandatarios en el asunto de los dineros que les impide organizar un presupuesto adecuado, y que hay que seguir recortando porque los ingresos no cubrirán la totalidad de los gastos requeridos.
Así que todos en fila, que el peluquero afila las tijeras de recortar y todos en mayor o menor medida sentirán la fría pasada del acero, y hasta algunos se quedarán sin subvención como les puede ocurrir a los de la Recreación de la Batalla de Vitoria de 1813, cuyo monumento exalta la acción militar que garantizó la independencia de la Corona española frente al invasor francés. Es usual la mandanga argumentativa de que los que se fueron nos dejaron más deuda, más déficit del consignado, y por ello sufren los Presupuestos.
Sea argucia, estratagema o lugar común de la acción política, la flaqueza de lo disponible impedirá contentar a todos y los políticos fijan criterios de recorte, tijeretazo o susto mortal.