Con sus lazos, sus ganchos y sus vestiditos, Lucía es una niña muy querida en su pueblo natal, en Asteasu. A sus 4 años, le gustan los juguetes que socialmente están vistos como “más de niña” y todo lo que tenga que ver con las princesas. Eso sí, lo que no soporta es a los niños. “Dice que son muy burros”, apunta su madre, Abi Labaien, con una sonrisa. Lucía ahora ríe, satisfecha, cuando corretea por la calles del municipio guipuzcoano. Sin embargo, hace un año no todo era de color de rosas. “Siempre se levantaba ofuscada, llorando”, recuerda Abi. La razón: todo el mundo le decía que era un niño, no una niña.

A día de hoy, la identidad sexual que la sociedad otorga a las personas se sigue realizando en base a los genitales. “Tú tienes pitilín, pues niño”. “¿Vagina? Niña entonces”. Pero la realidad es que hay niñas con pene y niños con vagina, tal y como reivindica Chrysallis Euskal Herria, la asociación de familias con menores en situación de transexualidad. Sin ir más lejos, ahí está el caso de Lucía. “Tenga lo que tenga entre las piernas, mi hija es una niña y así lo ha demostrado siempre”, asegura su madre.

No obstante, si ahora Abi lo tiene muy claro, no ocurría lo mismo hace un año. Desde siempre le habían permitido jugar con muñecas, salir a la calle con falda, etc., pero Lucía quería algo más: que se la considerase la niña que era. “Aunque hablamos siempre en euskera, empezó a utilizar el castellano para referirse a sí misma en femenino”. “Mosqueados” porque su hija siempre se levantase disgustada, triste, decidieron ponerse en contacto con Chrysallis y, por fin, obtuvieron una explicación a lo que estaba pasando: Lucía es una chica, con pene, pero una chica después de todo.

“Ella siempre lo ha sabido, pero nosotros no nos hemos dado cuenta hasta ahora”, confiesa Abi. Admite que ha habido momentos en los que les entró miedo, como cuando durante las Navidades Lucía les comentó que quería cambiarse de nombre. “Pero el miedo era nuestro, no suyo”. Así que desecharon sus prejuicios y se dejaron llevar por la valentía que irradiaba su hija. “Con solo 4 años nos está enseñando muchísimo”.

Una buena acogida En el caso de Lucía, Abi explica que todo ha sido muy “natural” y “progresivo”. “El tránsito se ha llevado muy bien en la familia, aunque hayamos tenido nuestros momentos”. En el pueblo tampoco han tenido ningún problema al socializar la identidad de su hija. “Es más, en general hemos notado incluso que la protegen”, menciona. Y con los demás niños, a los que se les suele tachar de ser crueles, Abi asegura que han aceptado el tránsito de Lucía sin ninguna objeción. “Los prejuicios los tenemos nosotros, no ellos, que son lienzos en blanco”. Al final, según esta madre, todo se resume a una niña que quiere ser feliz siendo lo que es.

Al igual que Lucía y según los resultados de investigaciones sobre la prevalencia de la transexualidad que la asociación Chrysallis Euskal Herria ha extrapolado, en Euskadi podría haber desde 40 hasta 400 menores en situación de transexualidad. Entre ellos se contaría Mikele, una adolescente de 15 años natural de Iruñea.

Como en la mayoría de los casos, Mikele ha ido dando pistas y desde siempre se ha identificado con el rol femenino. “Nosotros lo achacábamos a una posible homosexualidad cuando fuese más mayor, pero en ningún caso te planteas la transexualidad como una opción”, recuerda su padre, Luis Grande. Aunque admite que no pudo seguir mirando a otro lado cuando Mikele se lo expresó claramente a los 10 años.

“La primera reacción es miedo, miedo al qué dirán, porque por nuestra edad lo vivimos de una manera muy distinta y se asocia a temas peyorativos”. Después de todo, según Luis, la transexualidad todavía está muy patologizada, no solo a nivel social, sino que a nivel sanitario en ocasiones también es considerada como una enfermedad y recetan un tratamiento psicológico. “Sin embargo, cuando conoces de primera mano esta realidad te das cuenta de que no es así y que con el apoyo de su entorno más cercano no necesitan más atenciones que cualquier otro niño”.

Por entonces, cuando Mikele efectuó el tránsito hace 4 años, todavía no existía Chrysallis Euskal Herria y el desconocimiento general -mayor que el ahora existente- volvía el proceso aún más complicado. “Nos sentimos bastante solos”. Con una “inseguridad total” debido a la poca información que tenían y tras hablar con el amigo de un amigo de un amigo, acabaron en la Unidad Navarra de Trastorno de la Identidad. “A pesar de las complicaciones, nos ayudaron mucho”.

Tras todo el periplo, ahora Mikele ha sido aceptada como lo que es tanto en el entorno familiar como en el educativo y también entre sus amistades. “La gente en general, salvo casos puntuales, lo ha entendido bastante bien y la han respetado”.

En la actualidad, como ha entrado en la pubertad, Mikele utiliza bloqueadores hormonales para bloquear, propiamente dicho, el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, como que le crezcan los genitales, le cambie la voz o le salga barba. ¿La única pega? Que a Mikele se le haya retrasado por ley el acceder a la hormonación cruzada -en su caso, a estrógenos- al mismo tiempo que sus amigas han empezado a desarrollarse. “Ahora mismo mi hija es una adolescente atrapada en un cuerpo de niña”. Por suerte, su espera está a punto de terminar.

El fruto de la perseverancia Del mismo modo que Luis, Montse Ignacio confiesa que, al igual que la mayoría de las familias que conoce con hijos en situación de transexualidad, se lo tomó de forma negativa. “Se les dice que no, que si tienen pene son niños y que si tienen vulva, niñas”. No obstante, después de casi un año peleando con su hija Shaila y llevándola la contraria día sí y día también, comprendieron que igual eran ellos los que estaban equivocados. “No desistió hasta que hizo valer su identidad”.

Montse asegura que el tránsito de Shaila también fue relativamente fácil. “Se manifestaba como la niña que era no solo en casa, sino en todos los sitios, así que a nadie le pilló por sorpresa”. Lo único que pide: que estos menores en situación de transexualidad tengan un desarrollo vital con los mismos derechos que los demás.

Aunque estos tres casos son “relativamente optimistas”, Chrysallis Euskal Herria recalca que no todas las familias de la asociación lo están pasando tan bien y que hay muchas situaciones “sangrantes”. Por ello, reivindican que se escriban protocolos en sanidad, en educación y en los registros. Aun así, Montse lo tiene claro: “Prefiero pelearme con todos los demás que pelearme con mi hija”. Luis anda bastante a la zaga con esta idea y Abi, en su caso, prefiere que las palabras que su hija Lucía les repite cinco o seis veces al día hablen por ella: “Claro, cuando nací me mirasteis el pitilín y pensabais que era un niño, pero ahora habéis aprendido a mirarme el corazón”.