pamplona - Pesaba, así como si nada, 595 kilos y los movía con más garbo que Greta. Se llamaba Jubilado, era negro bragado, de axila blanca, y salió de Santo Domingo como alma que lleva el diablo, corriendo su particular sprint, que le duró lo que le aguantaron las cuatro patas en pie, hasta que llegó a Estafeta y se puso a levantar con la cuerna y a limpiar el polvo de la mitad de los portales que continúan tras la curva. Ahí se metió un topetazo con la mocina, dejó varios despellejados en el suelo y el golpe permitió que Enamorado, otro hermano de camada y que en la báscula daba también hasta 600 kilos, le echara el lazo y le sobrepasara en la cabeza. Así, entre uno y otro, a un galope de órdago, causaron varios accidentes y colisiones por alcance, algún que otro varetazo, besaron con las palas varios omóplatos y rasgaron camisetas con una simpleza que asusta. Tal vez porque el capotico presagiaba las intenciones de Jubilado nada más abrirse el portón de los corrales, o porque tampoco los bichos rebosaban tanta malicia como energía, el caso es que los animales de Guadalix de la Sierra no hicieron sangre y se patearon la calle sin que sus astas hirieran en carne. Finalmente, entre los golpeados, las heridas no fueron a mayores y solo un mozo de San Adrián de 52 años iba a continuar ingresado porque se dio en la cara un porrazo de espanto, precisamente al caer en el morro de Jubilado cuando iniciaban ambos la Estafeta.
La torada acabó la carrera en dos minutos y 27 segundos pero si le llegan a despejar el camino a Jubilado habría batido las marcas al aire libre. Por fortuna, el hecho de que tropezara ante dos grupetas de corredores, en pleno Mercaderes y en mitad de Estafeta, lo que en otras ocasiones hubiera provocado un chandrío porque el toro se podía haber despistado y subirse por los cerros, resultó esta vez una bendición para que no se llevara a alguno asido a la cornamenta. Una vez que se iba a levantar del suelo, al cinqueño le recogió el resto de la torada que venía más agrupada y casi se fue con ellos en volandas por obligación. Antes, el negro bragado, que lucía en el lomo el 129, le había dado tiempo de bascular por Santo Domingo y hacerse un desfiladero, de arrollar a un mozo de naranja al que le rasgó la zamarra al llegar al Ayuntamiento, de echarle el bofe a otro corredor un tanto perdido unos metros después y, a punto de alcanzar la curva de Mercaderes, es cuando se llevó por delante a dos mozos vestidos de colorado, ancló los cuernos en el adoquín, se le viró la columna y, como queda dicho, cuando regresaba hacia su punto de partida, la manada le recogió por el centro de la calle y le montó de nuevo en la grupeta.
A continuación, en el arranque de la Estafeta, Jubilado de nuevo, se puso a trabajar por las fachadas de la curva larga, por la izquierda, donde su trote alegre provocó que varios mozos tropezaran y se vencieran antes de que enseñara la balconada por esos lares y, luego, se zampó la carrera de tres jóvenes a los que en una carámbola imposible les tocó el timbre por la nuca. Los huesos de los tres terminaron desparramados por el adoquinado, uno de ellos incluso salió despegando por los aires cuando hicieron un derrote por él, pero a ninguno de los muchachos se le hizo hendidura. La manada acortó entonces la ventaja de Jubilado y fue Enamorado el que salió entonces como un tiro. Fue a raíz de que se ambos hermanos se cedieran el testigo cuando las carreras empezaron a brillar por la Estafeta y alguno sacó zancadas para el retrato. Al fondo, en Telefónica, como es habitual, la carrera se volvió más áspera y apretujada, con poco sitio para ningún lucimiento. Hubo un muchacho que intentó buscarse la gloria a su manera, y su manera no era, digámoslo fino, la más razonable ni lógica. El mozo se agarró al cuerno de Enamorado durante unos metros hasta que a la entrada del callejón midió mal sus fuerzas y se dio de bruces con el suelo. Estuvo a punto de causar algún mal peor si el morlaco hubiera tenido peores pulgas. No fue el caso.
6º encierro de los Victoriano del Río, cuarto en el que no hay corneados. Se trataba de la sexta ocasión en la que la ganadería de Victoriano del Río visitaba los encierros de Pamplona. Si el año pasado habían dejado dos corneados, esta vez no sumaron más sangre. De las seis veces que han venido, ayer hicieron la cuarta sin corneados.
Más aire por los rincones y los primeros en lucirse. En la primera mitad de Estafeta se vieron las mejores carreras de lo que va de feria. También se vio más hueco por las aceras, no tan agolpadas de peña como en días pasados.