BILBAO. La impotencia y el agotamiento tanto físico como psicológico han convertido la mente de Juan Bolívar, el espeleólogo superviviente en la tragedia del Atlas marroquí en un potente cóctel de emociones y pensamientos de signo contrario entre sí y lo que es peor, encadenados uno detrás de otro. Desesperanza, temor y horror intenso a la muerte han compartido espacio y tiempo, demasiado tiempo, con el alivio, la tristeza, la negación, las autopromesas, la rabia y la culpa por seguir vivo, ilustra la voz experta en Psicología Clínica y de la Personalidad, Ricardo Bravo de Medina.

El espeleólogo ha pasado casi una semana mirando a la muerte de frente. Una eternidad...

-La duración y la intensidad de la situación estresante y de amenaza para su vida es una variable clave de cara a la respuesta al estrés que se va dar ya que cuanto más tiempo pase en esa situación estresante mayor es el riesgo de aparición de alteraciones psicológicas in situ y posteriores. Existen otras variables implicadas en las reacciones al estrés como son la intensidad, la severidad o el nivel de exposición al acontecimiento traumático. Todas estas se combinan con las características físicas y psíquicas previas de la persona, sumada a la existencia o no de apoyos externos. Después de tanto tiempo expuesto a un ambiente físico hostil [estado de hipotermia], habiendo visto y oído el sufrimiento de su compañero, con la incertidumbre y la imposibilidad de prever las consecuencias, el devenir de los pensamientos de una persona sumergida en esta experiencia habrá recorrido ya un largo camino. La negación, la ira, las autopromesas, el miedo a la muerte, la angustia depresiva son algunas de las etapas vividas de forma circular y constante hasta llegar a la desesperanza. En este caso, la tragedia es triple al experimentar por un lado la presencia de la muerte del primer compañero, por otro la impotencia ante la presencia y el acompañamiento en el proceso del morir del segundo, y por último la amenaza y grave riesgo para su vida. Podemos afirmar, por tanto, que Juan Bolívar ha vivido un acontecimiento estresante y extremadamente traumático.

La desesperanza le inundó. Normal. ¿Cuándo se pierde la esperanza por vivir? ¿Hay algún síntoma-pensamiento-sensación que nos pueda ayudar a identificar ese punto?

-La desesperanza se inicia con una serie de frustraciones por no poder lograr lo que deseamos. Luego viene la sensación de no ser tenido en cuenta, de estar solo y desamparado. Más tarde, este sentimiento se torna más depresivo hasta que la persona queda convencida de que no hay nada que esperar ni de sí mismo ni de los demás, ni del futuro. Además, la persona entra en una corriente depresiva de pensamiento donde tiende a autoculpabilizarse. La desesperanza es el resultado del agotamiento psíquico al producirse un vaciamiento masivo de todas las reservas psicológicas y mecanismos defensivos existentes en el repertorio de la persona. La respuesta a un acontecimiento traumático incluye la desesperanza, el temor y el horror intenso. Responder con desesperanza se recoge como uno de los criterios para el diagnostico de un Trastorno por Estrés Postraumático.

¿Cuánto puede durar un episodio de shock?

-El estado de shock es la primera reacción humana a una situación o evento traumático. Como tal tiene una duración que va de minutos, horas e incluso días en algunas personas. Si la duración va de dos días a 4 semanas se conoce como trastorno por estrés agudo. Cuando supera el mes pasamos a hablar de Trastorno por Estrés Postraumático, todo lo que requiere intervención psicológica.

¿Y cómo se reconoce un estado de shock?

-Se puede reconocer fundamentalmente en su tipo emocional por el embotamiento afectivo; como una anestesia para sentir, una disminución de la atención, de la orientación, desconexión con el mundo, desinterés, desorganización y apatía.

¿Qué puede pasar por la cabeza de la persona que ha sobrevivido durante esas jornadas y a posteriori?

-Es difícil afinar tanto en este caso, pero podemos pensar en la ambivalencia emocional. Diferentes emociones y pensamientos de signo contrario y al mismo tiempo. Es decir, aliviado, triste, con rabia y culpa por seguir vivo... Cuando se empiece a acomodar su mente a esa supervivencia, su mente le devolverá las imágenes, las vivencias, los momentos vividos. La persona deberá hacer el duelo de lo vivido, la digestión psicológica de lo sucedido y tratar de volver a la normalidad. Deberá rehacer su vida. Deberá aprender a vivir con las consecuencias de lo sucedido. Uno nunca piensa que le va a tocar, que va a ser él. Ahora todo cambia y debe rehacer su vida. Y ese proceso de adaptación llevará mucho tiempo y cambiará su forma de pensar.

¿Es posible apartar los pensamientos negativos?

-Si existen secuelas hay que tratarlas. Los pensamientos de este tipo y otros que van a aparecer se pueden tratar con un psicólogo clínico en torno a un tratamiento psicoterapéutico.

¿Y es posible olvidar todo lo ocurrido, incluso asistir impotente a la muerte de un compañero?

-Olvidar no. Hay que integrarlo en lo que uno es. Hay que traer el recuerdo para reparar el presente y posibilitar un futuro. Hay que colocarlo, ordenarlo dentro de nuestra mente en un lugar donde no nos haga daño. Ahora es importante poder despedirse, si no lo ha hecho ya, para facilitar el proceso del duelo de sus compañeros. Tratar de negar lo sucedido, reprimirlo o vivir como si nada hubiera ocurrido puede tener unas consecuencias fatales desde el punto de vista de la salud mental de la persona. Lo que vivimos emocionalmente ocupa un lugar dentro de nosotros y busca una salida de forma natural. Si no se la damos voluntariamente lo hará forzosamente en forma de trastornos como reacciones de ansiedad, depresiones, trastornos psicosomáticos, consumo de sustancias u otras. Debemos poder hablar de ello y expresar las emociones sobre lo sucedido de forma natural.

Impotencia y agotamiento mental. ¿Cuál es el peor enemigo del ser humano en un trance de esas características?

-Sin duda ambas se retroalimentan y en este caso dan lugar a la vivencia de desamparo y desesperanza cuya expresión es la angustia. En realidad las emociones no son enemigos sino fuentes de información que debemos aprender a interpretar y a gestionar.

¿Se pueden combatir de alguna forma?

-Los trances se pueden superar y se superan. Dependiendo de la combinación de las características individuales, de su entorno, del tipo de suceso vivido y de las circunstancias socioculturales hay personas que pueden superarlo con sus propios recursos y otros que van a permitir ser acompañados en ese proceso de salir del sufrimiento y rehacer su vida. En todo caso se trata de reconstruir con el menor daño para uno mismo y para las personas que le quieren a uno.

El espeleólogo que sobrevivió pedía que le sedaran para tratar de superar esa situación... ¿Es efectivo recurrir a los fármacos o es mejor afrontar lo ocurrido con terapia, hablando de ello?

-El fármaco puede ser una ayuda puntual pero no resuelve el sufrimiento humano. Superar una situación requiere poder hablar de ella y expresar las emociones que la acompañan en condiciones psicoterapéuticas adecuadas. Es importante abordar la pena o el duelo por los seres perdidos, el estigma y los sentimientos de culpa del superviviente, la rabia, la ansiedad, el aislamiento, la depresión y otras situaciones-emociones-pensamientos experimentados. Se deberán desarrollar recursos personales nuevos y potenciar los que se posean de forma guiada. Asimismo es importante adoptar medidas para evitar la aparición de secuelas postraumáticas.

¿Y cómo se aborda un tema tan delicado?

-Se requiere de intervención psicológica aplicada por psicólogos expertos con programas de tratamientos que incluyen fundamentalmente terapias de tipo cognitivo-conductuales entre otras.

La familia ¿qué papel juega en todo este proceso de recuperación?

-El apoyo familiar como siempre es clave. Amortigua el impacto de los hechos traumáticos. La familia puede actuar evitando que Juan se sienta solo estando a su lado, pasando tiempo con él, escuchándole, tranquilizándole, facilitándole el descanso, creando un espacio, una base segura donde reponerse de sus heridas.