El Machete. Como defensor del patrimonio que atesora el Casco Histórico vitoriano, Martín Gartziandia ha elegido para la fotografía la Plaza del Machete, uno de los espacios más singulares de un barrio que tiene la virtud de transportar al visitante, pero también a los propios gasteiztarras, a otra época. “Este silencio...”, apunta el Síndico para describir los efectos antiestrés de la ‘almendra’.
gasteiz - Defiende a los vecinos, pero, ¿quién le defiende a usted? El Síndico es una especie de árbitro y sus decisiones nunca dejarán satisfechas a todas las partes.
-Quién me defiende a mí... Yo creo que estoy bastante expuesto, lo que me obliga a actuar con mucha templanza, y a medir mucho mis respuestas y actuaciones.
La carrera de burros, las antenas de telefonía móvil... en materias que afectan a tanta gente debe de ser tentador dejar de lado la ecuanimidad y hacer caso a la mayoría.
-Este es un puesto en el que uno tiene que estar dispuesto a asumir la responsabilidad de lo que dice, y efectivamente hay que tomar partido por aquello en lo que uno cree de forma razonable, desde la independencia y sin dejarse llevar por las presiones. Puede haberlas en un momento dado y tienes que estar preparado para aguantarlas, lo que no significa que sea fácil. La capacidad para aguantar presiones es fundamental en un puesto como éste.
Viniendo del mundo jurídico ya se cuenta con eso, ¿no? Hay que decantar la balanza del lado correcto independientemente de lo que pesen mediáticamente cada una de sus partes.
-Sí, cuando trabajas como letrado o abogado en una administración tú eres el que hace ver las condiciones de la norma y tienes que sostenerlas en todo momento, y eso te puede generar conflictos. Sin embargo, mi experiencia me dice también que a la larga los políticos siempre acaban confiando más en quien es capaz de sostener su opinión desde una postura razonable, aunque te lleves una bronca de vez en cuando, porque te ajustas a un criterio objetivo.
¿Cómo se le explica a un ciudadano que deposita sus últimas esperanzas en un defensor institucional, sea usted o el Ararteko, que su queja no tiene ni pies ni cabeza o que simplemente no les compete a ustedes?
-Ayer mismo comentábamos esta cuestión, que efectivamente se plantea bastantes veces, que lo que te dicen no tiene sentido o que sencillamente no tienen razón. Sin embargo, yo siempre estoy empecinado en que el ciudadano se vaya de nuestra oficina al menos habiéndose puesto en la otra posición. Procuramos, a veces con un baño de realidad, que se pongan en esa otra situación, y a veces tenemos conversaciones muy largas para explicarle al ciudadano que puede haber otras visiones, y creo que obtenemos un alto grado de satisfacción; acaban entendiendo que su posición no es la más razonable.
Para alguien que cuenta con un máster en Derecho de la Energía tiene que ser apasionante la actualidad de los últimos años, con los pleitos de Repsol en Argentina, el cabreo de los inversores en renovables con el ministro Soria, el serial sin fin de Garoña, el Cástor, las prospecciones en Lanzarote, el castigo por decreto al autoabastecimiento o el fracking.
- Es un tema absolutamente apasionante, yo disfruté muchísimo en ese máster, en Madrid, me costó un gran esfuerzo pero me encantó. Es un mundo apasionante porque el hecho de que uno le dé al interruptor de su casa y se encienda la luz es un milagro tecnológico, pero luego también las repercusiones jurídicas de todo eso son extraordinarias. Además es un sistema muy raro porque la energía es indiferenciada, son electrones excitados, va todo a una bolsa común, y hay que dilucidar cómo se paga y cómo se cobra.
Da la sensación de que, en materia energética, estamos en el inicio de un cambio de rumbo. ¿Sabe usted hacia dónde?
-Por un lado está la grave crisis económica que ha roto las expectativas de crecimiento del consumo, y eso ha hecho aumentar el déficit tarifario. Luego está el tema de las renovables, en su momento se hizo una apuesta que ahora no se parece estar dispuesto a sostener porque tienen un coste alto, quizá porque las tecnologías no estaban suficientemente maduras. No veo un rumbo, y ni siquiera veo que se solvente el tema del déficit, no sabemos muy bien adónde vamos.
La liberalización no ayudó mucho a hacer la energía más accesible o asequible al ciudadano.
-En el sector de las telecomunicaciones el mercado mejoró sustancialmente con la liberalización. En relación con el sistema eléctrico, antes de la liberalización era un referente a nivel internacional, y aunque hoy en día sigue siendo bueno, el precio no ha bajado. Nadie ha explicado qué beneficios ha tenido para los ciudadanos esa liberalización, más allá de que tenemos unas multinacionales punteras a nivel mundial, cuando se supone que tienen un déficit de miles de millones. Esa es una pregunta que alguien debería contestar.
Y además de experto en energía, es usted especialista en Ordenación y Gestión del Territorio por la UPV. ¿Qué pensaba hace diez años, cuando veía cómo España consumía más cemento que Alemania y Francia juntas?
-No sé muy bien por qué, pero en la planificación urbanística no conseguimos dar con la tecla, no sabemos adaptarnos al crecimiento necesario en cada época, haciéndolo de una forma razonable. La historia urbanística de España consiste en grandísimas expansiones con urbanizaciones desiertas o en carencias absolutas de suelo urbanizable. En la última burbuja hicimos unas previsiones que no se sustentaban en la realidad, y eso tiene que ver con esa locura que nos dio. Determinadas decisiones que tomamos entonces nos parecen ahora chocantes, increíbles, y lo hacíamos como la cosa más normal del mundo.
Se habla mucho de la ligazón entre la corrupción política y el urbanismo, pero hubo mucho de locura colectiva.
-Fue una especie de alienación, nadie fuimos capaces de verlo, ni el Banco de España, ni los expertos, pero no podemos olvidar el contexto del que veníamos, el precio del suelo, el precio de la vivienda, había muchísimas personas en las listas de viviendas de VPO... el problema es que siempre nos pasamos de frenada. Probablemente es porque los procesos urbanísticos conllevan grandes tramitaciones, lo cual no está necesariamente mal; obliga a la administración a reflexionar mucho sobre lo que quiere hacer, pero también implica que no damos respuestas ágiles a la coyuntura de cada momento.