Bilbao. El caos que este pasado fin de semana martilleó sin contemplación la costa vasca hasta deconstruir el paisaje habitual a su antojo también tiene su propio orden, sus particulares reglas y jerarquías. Una peculiar armonía de destrucción cuya cadencia e impetuosidad empezó a ser armada al noroeste de las islas británicas, en una zona de borrascas. Desde allí, sin prisa pero sin pausa, esa potente mar de fondo se fue trasladando hasta la costa vasca donde su atronadora musicalidad despertó a pueblos enteros. Y con razón ya que, la red de boyas de aguas profundas de Euskalmet, la Agencia Vasca de Meteorología, reflejó el paso de 180 olas -muy altas y muy largas ellas- en una hora; es decir, una cada veinte segundos que machacaron la línea de costa.
Sesenta interminables minutos los transcurridos entre las cinco y las seis de la mañana que, desgraciadamente, encajaron en el tiempo con la pleamar, una de las más altas del año. Más incluso que las mareas vivas de marzo y septiembre que tradicionalmente suelen ser las más espectaculares y vistosas. "Fue una pleamar extraordinaria y la coincidencia en pocos minutos con esas olas altas y largas, que transmiten muy bien la energía, provocaron que el agua entrara hasta zonas a las que otras veces no llega", ilustraba Manuel González, investigador del área de Dinámica Marina en la Unidad de Investigación Marina de AZTI-Tecnalia.
En concreto, la altura alcanzada por la primera pleamar del domingo fue de 4,84 metros; tan solo tres centímetros menos que la prevista para marzo y casi un metro menos que la anunciada para mañana (3,97 metros) por los servicios vascos de la Dirección de Atención de Emergencias y Meteorología. Y aunque este fenómeno fue determinante en el desastre que barrió la costa cantábrica, no hubiera sido decisivo sin la participación de una mar encrespada y que fue organizándose para la destrucción desde el noroeste de las islas británicas.
Y es que, en ese tránsito hasta Bizkaia y Gipuzkoa, las olas fueron adoptando su particular ritmo y agrupándose; habitualmente lo hacen en paquetes de diez en los que hay tres que destacan y que popularmente, entre la gente de mar, son conocidas como las tres marías. "Las olas tienen muchas más energía cuanto más distanciadas están entre sí", explicaba el investigador de AZTI-Tecnalia. Los veinte segundos que las separaron este domingo entre las cinco y las seis de la madrugada, justo en el momento en que la pleamar alcanzaba su máximo nivel, hicieron el resto. De las 180 olas contabilizadas por las boyas submarinas de Euskalmet durante esa hora, la altura significante media alcanzada por las sesenta más agresivas fue de 8,5 metros de altura; la más violenta, de trece metros de altura, se registró a unas diez millas de la capital guipuzcoana en la conocida por los expertos como boya Donostia, describía González.
"Y justo a las seis de la mañana coincidió ese oleaje ordenado cada diecinueve-veinte segundos, que trae más energía y es más eficaz, con la pleamar", resumía el investigador del Área de Dinámica Marina en la Unidad de Investigación Marina de AZTI-Tecnalia al tiempo que recordaba que en ocasiones anteriores ha habido olas de entre 8 y 9 metros y no ocurrió nada parecido "porque no coincidió con pleamar". El primer fin de semana de enero, por ejemplo, fueron chequeadas olas de siete metros separadas entre ellas por quince segundos largos; los días siguientes, 6 y 7, las olas alcanzaron los 10 metros pero estaban separadas por unos 18 segundos; los días 27 y 28 de enero, también con alerta naranja activada por riesgo marítimo-costero, fueron de 7 metros y la distancia fue de 15 segundos...
"En este caso eran muy altas y muy largas pero se encontraban dentro de los parámetros normales, de no haber sido por coincidir con la pleamar", concluía el investigador de AZTI-Tecnalia. "Hace una semana, con olas de siete metros, la pleamar fue de 3,85 metros. Un metro de diferencia de una ola por la marea significa que el poder de esa ola de adentrarse en tierra es mucho mayor", resumían desde Euskalmet.