bogotá. El reconocimiento social con los desplazados es nulo, "nos llaman limosneros, mantenidos. Cuando encuentras un trabajo, dices que eres desplazado y no quieren saber nada.", observa José, que pintó de azul esperanza su vivienda en Los Mangos. Llegó desde la frontera con Perú donde su familia trabajó en la cocina para un batallón armado que terminó acusándoles de querer envenenarles. Lleva diez años en Cúcuta y, junto a su mujer y su hijo han subsistido haciendo pequeños trabajos de albañilería. En realidad les corresponde tres ayudas humanitarias del Estado al año pero sólo reciben una. Tampoco se pueden permitir estar enfermos, no hay seguro médico.

También Julia huyó con su familia cuando ya no aguantó más. Sus padres compraron una hacienda, pusieron vacas y cultivos pero a diario tenían que sacar quince litros de leche de su finca para pagar a la guerrilla, y "mi madre dijo que no iba a financiar ninguna guerra". Su hermano también se marchó cuando los grupos quisieron vincular a su hijos a la causa armada. "Les dijeron que pusieran en venta la parcela y a los quince días llegó un comprador...", recuerda emocionada. El pequeño Jorge dejó a buena parte de su familia atrás. Cuenta que su abuela ha tenido que arreglar mil veces la casa que entregó el Estado sin condicione. Tiene trece años pero le ha acompañado por multitud de oficinas donde pide ayudas sin éxito: Es como si no existiéramos, somos como fantasmas". Sabe que la única cancha que tienen los 130 niños es de prestado y que la propietaria de los terrenos amenaza con echarles. "Quiere ser ingeniero y poder construir viviendas mejor hechas. Seguro que lo consigue porque es tan tenaz como el conflicto que ha vivido.