Vitoria. Ha sido un golpe muy duro para nosotros, una desgracia muy grande, una fatalidad". El colectivo ferroviario está muy tocado. Tanto que, semana y media después del accidente en Santiago, cuesta dar con un maquinista con ánimo para hablar. "Cuando pasan estas cosas y ves el sufrimiento que hay por muchas partes se siente mucho. No solo los compañeros, también nuestras familias, porque nadie estamos exentos de que nos pase cualquier cosa", dice Juan Massana, más de veinte años a los mandos de un tren. "Te pones un poco en la piel de ese hombre. Es duro. A todos se nos encoge el corazón".

Nadie como Juan, que ha llegado a llevar catorce vagones repletos de pasajeros a sus espaldas, para saber la responsabilidad que se siente. "Somos muy conscientes de que llevamos a personas y siempre tienes ahí ese cuidado". Sobre todo, porque son ellos quienes tienen la última palabra. "El maquinista es el último en parar los fallos, tanto de los demás, como los propios. Tienes que tener muy claro cómo actuar en cada momento para no meter la pata. Pero todos somos humanos y como muestra, un botón".

Cruzada la tragedia en mitad de la vía, todas las miradas buscan culpables en la cabina, aunque Juan asegura que cualquier accidente "suele deberse a un cúmulo de circunstancias que la mala suerte ha juntado en un momento determinado". Él, que se somete a media docena de controles de alcoholemia y drogas en un mes, lava la imagen de sus colegas. "Te puede dar más por tomar un medicamento que por bebida o drogas. Si uno se fuma un porro en vacaciones, a la vuelta te da. Fíjate. Esto es 0,0", zanja.

Solos, con más de un centenar de vidas en sus manos, les arropan ciertas medidas de seguridad, como el dispositivo hombre muerto, que deben apretar y soltar en un tiempo determinado para que la máquina detecte que están en plenas facultades. "Todos vamos ya cumpliendo años, Dios no lo quiera, pero te pega un achuchón al corazón y el tren se para". Los compañeros también ponen de su parte, cambiándose el turno cuando "uno no ha podido descansar porque tiene a la madre muriéndose en el hospital o a un hijo enfermo". En ocasiones es difícil desconectar. "Todos tenemos nuestros problemas. Por eso en ruta hay que estar muy pendiente porque nunca sabes por dónde te van a venir los tiros". Una vez puede ser una pala recostada en el raíl. "Me la encontré al salir de una curva y pensaba que me la comía. Tiré urgencia, cerré los ojos, me agarré como pude, porque son décimas de segundo, y el hombre la quitó. Hubo suerte". Otra vez es una vaca que se cruza de repente. "La partí por la mitad. Cuando salí estaba viva y aquello me impresionó mucho porque yo lo único que imaginaba es que podría haber sido una persona", rememora Juan. Por suerte a él no se le ha tirado nadie a las vías. Un drama que "duele", pero no tanto como cuando "pillas a alguien que se ha despistado, echa a correr y no le da tiempo. Eso sí te queda marcado, aunque no tengas culpa de nada", dice Juan, que no recuerda un accidente "tan grave" como el de Santiago. "Habrá que investigar para aprender de los errores. Esperemos que sea el último".

Al volante del autobús con el que trilla Bilbao, José Manuel Vaamonde es muy consciente de lo que se trae entre manos. "Ya no son solo las cien personas que llevas en el autobús, sino el resto de usuarios de la vía, los peatones que cruzan sin mirar... No estamos todo el día pensando que podemos atropellar a alguien o causar un accidente, pero sí vamos alerta", asegura.

En sus dieciocho años de expediente, José Manuel apenas acumula "golpes de chapa y algún susto" sin consecuencias graves. Sin embargo, sabe que eso puede cambiar de un día para otro. "Lo de Santiago nos puede pasar a cualquiera. Sin quitar que haya podido ser un despiste, parece que siempre se echa la culpa a los mismos. Sentimos que somos los cabezas de turco", lamenta y reclama adoptar medidas de seguridad para evitar que se repita. "No se puede permitir en el siglo XXI que solo dependa del maquinista", censura. Los conductores de autobús están aún más desprotegidos. "Si no pisamos el freno, nada pisa el freno por nosotros".

"Paralelismos con Spanair" Con casi más de 9.000 horas de vuelo, el piloto y experto en investigación de accidentes Ariel Shocrón ve "unos paralelismos tremendos" entre el siniestro de Santiago y el de Spanair, en el que murieron más de 150 personas. "Aquel era un avión antiguo con unos sistemas dudosos. De hecho, la falta de redundancia en el sistema de aviso fue fundamental para que se produjera el accidente. En este caso es un tren supermoderno pero en una vía muy antigua. No se corresponden las medidas de seguridad que uno espera con las que realmente se tenían", explica, aún sin dar crédito. "Que este señor lleve a 300 personas a 200 kilómetros por hora por una vía y vaya solo, sin un controlador, ni un sistema que garantice que el tren frene automáticamente, me parece increíble". Casi tanto como que se difundieran las imágenes del descarrilamiento. O los mensajes y fotos que el maquinista había colgado en las redes sociales. "Sacar fuera de contexto y utilizar, como ha sido en este caso, Facebook, me parece cuando menos criticable, pero los medios son los medios y buscan su noticia".

También ambas tragedias discurren por vías paralelas a la hora de buscar responsables. "Es mucho más sencillo culpar a un individuo que achacar el accidente al sistema o a la empresa. Según he leído, el maquinista dijo que él ya lo había advertido. En el caso de Spanair desde 1987 había recomendaciones de las autoridades americanas para modificar los sistemas de aviso que tenía el avión, pero no se hizo nada y tristemente fallecieron 154 personas. Lo más sencillo, obviamente, es culpar al muerto", censura Ariel, jefe de la Vocalía técnica y de seguridad de vuelo de SEPLA.

Identificado con el conductor del Alvia hecho trizas, "un pobre hombre que coges cualquier periódico y ya está sentenciado", este piloto recalca que, en caso de accidente, él sería "una víctima más" entre el centenar y medio de pasajeros que suele llevar a bordo y subraya lo obvio, que también son humanos. "Unas condiciones familiares, cualquier tipo de circunstancia que te afecte en la vida normal a un piloto también le afecta. No somos Superman. Ya quisiéramos".