Hace ya tiempo que el veraneo de camping dejó de ser cosa de pobres. La última alternativa para un segmento social sin posibilidades de viajar al que eufemísticamente siempre le tocó soportar las burlas y clichés de quienes comparaban este tipo de acampadas como un "paraíso para los humildes". Una manera cruel de estigmatizar al veraneante que resultaba así de real en aquellos lejanos años 60, cuando comienzan a registrarse en España los primeros movimientos y a nacer los primeros campings, impulsados en su gran mayoría por el auge que esta misma corriente ya tenía en el Reino Unido, Francia o Alemania.

Si hubo un antes y un después en el turismo nacional a partir del falso mito de Las suecas, también se produjo un punto de inflexión con los primeros campistas, aventureros vascos y catalanes, sobre todo, que fueron abriendo camino entre chopos, tiendas de campaña y riachuelos. Tal fue entonces su devoción por el llamado "turismo alternativo" que aún hoy, casi cincuenta años después, continúan existiendo familias en todo el Estado que eligen la acampada como destino vacacional. Una acampada, no obstante, que ya tiene poco que ver, o nada, con la de entonces. Porque ni las cosas son en estos momentos tan arcaicas ni aquel turismo de chusma ha permanecido ajeno a los avances sociales y tecnológicos, ventajas que han derivado a su vez en un nuevo perfil de campista con mayúsculas "mucho más maduro y desde luego infinitamente más exigente", advierte Gorka Amézaga, presidente de la Federación de Campings de Euskadi.

Para hacerse una idea del cambio sólo hace falta echar un vistazo a las estadísticas que manejan colectivos como el vasco para percatarse de que el garrafal error es evidente y de que el auge del camping es poco menos que imparable. Porque ni los turistas que optan por esta modalidad han dejado de crecer en los últimos años, ni los precios tampoco han dejado de subir. Dicho lo cual, convendría mantener cierta distancia respecto a clichés tan equivocados.

auge del 'caravaning' El auge del camping como sinónimo de libertad y turismo alternativo no es casual. Y su expansión no se entendería si no es de la mano de otro desarrollo igualmente vertiginoso como el del caravaning, el movimiento que aglutina a caravanas, autocaravanas y furgonetas tipo camper. Pues bien, esta corriente ha crecido en España por encima de la media europea en los últimos años, ofreciendo una fotografía económica final tan desconocida como espectacular. Según datos del sector, cada año mueve cerca de 27.000 millones de euros. Una cifra nada despreciable a la que el Gremio de Comerciantes de Caravaning de Catalunya (Gremcar) añade otra más: las 200.000 caravanas y autocaravanas que cada año cruzan la frontera española desde toda Europa y que supone en la práctica la llegada de cerca de medio millón de turistas, que según diversos estudios dejarían cada año algo más de 300 millones de euros.

Aunque la crisis ha frenado ligeramente el auge de este movimiento, el sector se ha convertido ya en una pieza fundamental de la industria turística. Tal es así que muchos empresarios y políticos hace tiempo que adivinaron las posibilidades de un sector emergente que en la actualidad cuenta con un parque móvil de más de 150.000 unidades. También el número de estaciones de servicio especializadas abunda en esta cuestión. En los últimos tiempos, sin ir más lejos, el Estado ha superado la barrera de las cien áreas, una cifra irrisoria si se la compara con las más de 6.000 que hay en Francia, donde la cultura campista está más arraigada.

Buena ocupación En este contexto, la fotografía vasca resulta prometedora. La opción del camping como alternativa al turismo de hotel y playa continúa ganando seguidores e instalaciones de un tiempo a esta parte. Sólo bajo el paraguas de la Federación existen en la actualidad 18 campings -12 en Gipuzkoa, cinco en Bizkaia y uno en Álava-, que ofrecen 7.600 plazas en costa o interior y que permanecen abiertos en su gran mayoría durante todo el año. Es sólo una parte de la realidad, porque lejos del rigor del asociacionismo existen otros tantos campamentos que amplían el foco en la Comunidad Autónoma Vasca.

Es el caso, por ejemplo, de los campings alaveses de Ibaia y Angosto, al que se suma El Roble Verde, en Nuvilla, un municipio muy cercano a Pobes que ofrece 416 plazas y que gobierna desde hace cuatro años Santi López Sáez del Burgo. Para la suerte de este vitoriano, el negocio funciona a pesar de la crisis, rozando estos días del año una ocupación media del 90% que le ha obligado a tener que aumentar la plantilla hasta los diez trabajadores. A unos 40 kilómetros en dirección sur se encuentra el camping de Angosto, en pleno Parque Natural de Valdegovía, que se ha convertido en uno de los centros de ocio infantil y juvenil de la zona. No en vano, la revista Consumer lo eligió el pasado año como el mejor de Euskadi y uno de los diez más destacados de España. Al frente del mismo se encuentra Eduardo San Emeterio, un alavés que hace ya años vislumbró la oportunidad de negocio si unía dos conceptos tan estimulantes como "la naturaleza y la tranquilidad". No se equivocó. Escogió la zona de Valdegovía como centro neurálgico y a partir de ahí los clientes comenzaron a llegar. Hoy, quince años después, muchos de ellos continúan reservando plaza con la suficiente antelación para no quedarse fuera en verano, "una situación que afortunadamente podemos decir que se repite cada año", explica su responsable.

El lugar está dotado con todo tipo de infraestructuras, su entorno ofrece una variada oferta vinculada con la naturaleza y ha sido homologado además como el cuarto centro de BTT de Euskadi, lo cual le ha abierto exponencialmente el abanico del turista-biker.

Tanto en éste como en el resto de campings alaveses, el coste medio por jornada ronda los 30 euros, una tarifa aparentemente asequible que incluye la parcela y la luz. El uso de la piscina, sauna o los espectáculos de fin de semana, por ejemplo, están incluidos en el precio. Así que desde ese punto de vista podría interpretarse que el fenómeno del camping es realmente barato. Sin ir más lejos, un matrimonio con dos hijos podría disfrutar de una semana de vacaciones -comida al margen- por unos 250 euros, sin embargo la apreciación varía cuando se analiza la inversión que requiere una caravana o autocaravana, que suele oscilar entre los 30.000 euros y 60.000 euros, advierte Txema Sánchez, director comercial de Autocaravanas Norte, una de las pocas compañías en Álava que se dedica a la venta, alquiler y reparación del caravaning. "Nadie dijo que este fenómeno fuera barato ni cómodo -más bien todo lo contrario-, pero hay una idea que lo alivia todo y es la libertad de poder hacer lo que quieras en todo momento", añade desde su sede en Nanclares de Oca.