EN los sanfermines de nuestros días hay un puñado de comportamientos, gestos y actitudes que están de capa caída y no se ajustan a la realidad sociológica de este momento festivo. Por ejemplo, la reventa, que es práctica ilegal y que consiste en romper el juego de la oferta y demanda, abusando del precio pedido por una entrada que sobrepasa abusivamente el estipulado oficialmente. Los revendedores siguen en el entorno de la Monumental pero en ejército en retirada y con escasas posibilidades de reventa; los tiempos no están para alteraciones de sobreprecio y el personal se retiene a la hora de regatear con los "reventas", bajo la mirífica contemplación de uniformados policías.

De capa caída está también arrojar elementos comestibles y desperdicios al albero pamplones, haciendo imposible el tránsito de matadores y cuadrillas por el ruedo de los tendidos de sol, convirtiendo la arena en un estercolero y doblando el currelo de areneros y personal de plaza. De forma paulatina las peñas han ido entrando en razón y han moderado su comportamiento desmedido y guarro.

Sin quererlo, pero de forma evidente, el jolgorio de las peñas en la plaza está decayendo, amuermándose en el canto de un par de canciones populares y media docena de gritos conocidos como "Qué malo eres Morante" o "Padilla, maravilla". La falta de repertorio, el pasotismo participativo de mozos y mozas que van a lo suyo sin importarles la marcha y el ritmo de la tarde va mermando el carácter heterodoxo y bullanguero de la solanera. La falta de imaginación, la repetición atorrante, la falta de contestación política, a todos los niveles apagan el brillo contestatario e ingenioso de las peñas en los toros, caso único en la geografía de los espectáculos taurinos. Son signos de los tiempos que de forma soterrada van cambiando las formas de una fiesta sin igual.