la historia que sucedes es la historia de un tapón. Pero no de uno cualquiera, sino del que Xabier ha decidido esta mañana depositar en el contenedor que hay en la entrada de su gela, en el colegio Corazonistas. En realidad no se trata de un único tapón sino de varios y diferentes, que se ha encargado de recopilar minuciosamente en casa en los últimos días. Su nuevo entretenimiento, que ha extendido al resto de casas de la familia, se ha convertido sin quererlo en el principal motor que le agita cada mañana. Sin tapón no se sale de casa, parece ser la consigna diaria que ha establecido el niño antes de tomar el ascensor. Así que todo su entorno también se ha metido en faena, generándose así un estado de alerta permanente con el objetivo de recopilar tapones de todos los estilos y colores para que Xabier, al día siguiente, los entregue en el depósito establecido. Sin quererlo también, su particular rutina ha servido de espejo para que amigos de clase y padres adquieran el mismo hábito. Una formidable red solidaria forjada a partir de eslabones como el de este niño de tres años, que a pesar de no saber muy bien para qué o quién entrega sus codiciadas piezas, no deja de crecer conforme asoma la necesidad, que en el caso de los protagonistas de esta historia realmente es mucha. Pero, ¿qué depósito es ése donde niños como Xabier reciclan sus tapones ?, ¿desde cuándo llevan colocados en la entrada de éste y otros tantos colegios de la capital? ¿dónde termina tamaña cantidad de tapones de plástico?

Para tratar de dar respuesta a este tipo de cuestiones, DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha querido completar el mismo recorrido que cada día realiza una de estas piezas. Desde que es depositado en la caja del colegio hasta que una compañía especializada lo recicla. Entre medias, como se verá, un singular viaje para una no menos singular travesía: la obtención de recursos económicos que permitan subsistir a las dos asociaciones que el pasado mes de enero impulsaron esta iniciativa en Vitoria, Aspanafoha, la asociación de padres de niños con cáncer de Álava, y Talur, un colectivo sin ánimo de lucro que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual.

El precedente de aitzina Afectados por los recortes públicos y sobre todo por la falta de financiación propia, ambas asociaciones decidieron adoptar a finales del pasado año una iniciativa que un tiempo antes ya había desarrollado con éxito Aitzina, la expresión local en Vitoria de AEFAT, la asociación estatal que agrupa a las 18 familias cuyas niñas y niños tienen un diagnóstico confirmado en Ataxia-Telangiectasia, una enfermedad hereditaria y poco común de la infancia -también conocida como Síndrome de Louis-Barr- que afecta al cerebro y otras partes del cuerpo. Tras año y medio de campaña y casi 107 toneladas de tapones recogidos en la capital alavesa, Aitzina consiguió su objetivo de recaudar los fondos necesarios para poner en marcha una investigación que en estos momentos trata de mitigar los efectos perniciosos de esta inusual enfermedad.

En el caso de Aspanafoha, el objetivo inicial es otro, aunque el fin social es el mismo. Desde que iniciara su particular campaña de recogida el pasado 1 de enero, su propósito, calculado sin apenas margen de error, es conseguir 12.000 euros para ayudar a las familias de niños afectados por cáncer a soportar todos los gastos no médicos, es decir, desplazamientos, comidas o alojamiento. Según el sistema sanitario vasco, el 99% de los tratamientos oncológicos infantiles se llevan a cabo en Bilbao, en el Hospital de Cruces, lo que obliga al centenar de familias afectadas en Álava a realizar un esfuerzo económico "muy importante y prolongado" -los tratamientos pueden llegar a durar varios meses- que puede oscilar entre los 500 y los 900 euros al mes, sostiene el coordinador de esta asociación en Álava, Carlos López. En el caso de que el tratamiento de este tipo se deban llevar a cabo fuera de la CAV, es entonces Osakidetza la que asume este tipo de gastos, añade el mismo coordinador.

mil kilos recogidos por ahora Con los antecedentes en la mano, el objetivo fijado no es fácil pero tampoco la palabra "rendición" forma parte del diccionario de un colectivo demasiado castigado por la vida o, al menos, demasiado pronto. Por eso serán su empeño y constancia los que hagan llegar a buen puerto una iniciativa a la que aún le resta mucho recorrido, defienden en la asociación. Tanto calendario como siete meses por delante para lograr las 60 toneladas de tapones que harán falta para ingresar la cantidad marcada, teniendo en cuenta que una tonelada de tapones se vende actualmente a unos 200 euros. Así que no hay tiempo ni ganas de perder porque cada tapón cuenta, a pesar de que a estas alturas, el termómetro de recogida a penas rebasa los mil kilos. Miles de envases que han sido recogidos en alguno de los 200 puntos que esta asociación tiene repartidos en Álava, la mayor parte en Vitoria. Ubicados en colegios como Corazonistas o Marianistas, pero también en centros cívicos, instituciones, bares, comercios, grandes almacenes o empresas como este periódico, donde la caja de los tapones acompañará a los redactores durante un año, hasta el próximo 31 de diciembre.

Conocido por tanto el fin es momento de trazar el camino, recorrer un trayecto que arranca en las cajas del centro o del colegio, donde un voluntario hace acopio semanal de los tapones antes de que éstos acaben desbordados. A continuación los llevará al garbigune, a la propia sede de la asociación o directamente a Escor, el gestor de Vitoria con planta en Jundiz dedicado al tratamiento de residuos. Él se encargará de recepcionar los tapones y llevar a acabo una selección en bruto. En los casi dos años que esta compañía lleva colaborando con este tipo de iniciativas se calcula que habrán sido 106 toneladas los tapones tratados en su planta antes de ser vendidos a "plastiqueros" de fuera de la CAV "con un margen de beneficio muy pequeño" explica Mariola Martínez.

El sueño de Talur Tan pequeño como el objetivo que persiguen en Talur. Un "poco de dinero" para reformar el nuevo local en el que padres de afectados, amigos y "currelas" ya trabajan de forma altruista. Un nuevo local que esperan inaugurar pronto y que les permitirá independizarse de su actual ubicación en los bajos de la parroquia de Los Ángeles, sueña Amaia González Ruiz de Apodaca, una de sus siete responsables. Hasta aquí el peregrinaje de un tapón solidario. Un proceso de poso cálido y humano capaz de generar respuestas sociales extraordinarias y contagiosas. Como la del joven Xabier, de nuevo en alerta para conseguir más piezas de plástico que llevar mañana al colegio. Sus padres lo saben bien. Sin tapón no se sale de casa.