LA narizota de clown está a punto de fundírsele con la suya. No en vano lleva 35 años, media vida, que se dice pronto, haciendo el payaso, pero el payaso profesional. Con sus botas superlativas José Miguel Iribarren, Popi, ha pateado el desierto del Sahara e improvisados escenarios tras el terremoto de Lorca o los atentados del 11-M en Madrid. Es la cara más solidaria de este ex bancario navarro que colabora con Payasos sin Fronteras casi desde que se fundó, hace dos décadas.
La llamada telefónica sorprende a Josemi "leyendo los guiones de un nuevo espectáculo". A sus 69 años, lejos de colgar el bombín, estrena grupo, Txispi y Popi, con un sobrino. Puede que su maletín de cuero acuse el paso del tiempo. Su ilusión, en cambio, permanece intacta. "De payaso en un tiempo igual se podía haber vivido, pero ahora no es fácil. Me dedico a hacer el payaso porque es como mi primera piel", afirma.
Antes de transmutarse en clown, Josemi había hecho teatro, magia y parodias, que no siempre eran bien recibidas. "Hacía algo parecido a lo que hacen ahora los de Vaya Semanita. Lo que pasa es que en aquellos tiempos predemocráticos el ridiculizar a los baserritarras a algunos sectores no les sentaba muy bien y, aunque la gente se reía mucho, lo tuve que dejar. A mí, que lo hacía desinteresadamente en centros de jubilados, barrios y plazas, me llamaron la atención por hacer eso y ahora, fíjate tú, el Terol y compañía se forran haciendo algo parecido".
La primera vez que se enfundó un uniforme de clown, inspirado en el estilismo de Fofó, fue por casualidad. "Siendo mi hijo pequeño, en el colegio me dijeron que por qué no hacía algo de payaso. Como lo que hice gustó mucho, me líe con mi hermano y empezamos. Luego él lo dejó porque era irakasle y tenía mucho trabajo y yo seguí con otro sobrino".
Corría el año 1978 cuando Josemi comenzó a dedicarse a recolectar sonrisas de forma profesional. "En una ocasión actué con treinta y cinco grapas en la espalda porque teníamos un contrato firmado y no encontramos sustitutos", recuerda. Como cualquier otro artista, no le quedó otra que fijar un caché. "Material, sonido, escenario, gasolina... Tuvimos que empezar a cobrar. Una cosa es hacer el tonto y otra ser tonto", matiza. De todos modos, él siempre compaginó su faceta artística con su trabajo en la banca de ocho a tres. "El de bancario era, como decía un periodista de Pamplona, el oficio de pan traer y el de payaso, mi verdadero oficio, el que me gustaba hacer". En el primero se jubiló hace casi diez años. En el segundo no parece tener prisa. "Como no me pesan las carnes y dicen que lo que no tenemos en carne lo tenemos en genio y ganas de vivir, por eso sigo".
En su puesto de traje y corbata Josemi guardaba las formas, aunque de vez en cuando le tomaban el pelo. "Decían: No le preguntes a ese nada, que es un payaso". Él aceptaba la broma con orgullo de clown, aunque todos, dice, no tienen el mismo humor una vez se desmaquillan. "Entre los payasos hay de todo, también hay caravinagres que en su vida real son gente muy seria, pero por lo normal casi todos los que conozco son gente maja".
Ni siquiera cuando alguien recurre a mentar su profesión a modo de insulto se lleva mal rato. "En El Sadar, viendo a Osasuna, estaba con los amigos y uno de atrás gritó ¡payaso! al linier de turno. Uno que le conocía, le dijo: Oye, un respeto, que tenemos aquí un payaso. Y el otro: Ah, perdón. Pero tampoco me importa mucho. ¡Cuántas veces llaman payasos a los políticos!, tampoco es cuestión de tomárselo a pecho", le resta importancia. Ahora, lo que no le hace ni pizca de gracia es el intrusismo. "Me duele ver a gente que se pone una nariz y una camisa de rayas o cualquier tontería para pedir dinero, sin tener ese objetivo de hacer pasar un buen rato a la gente. Eso sí que me molesta", confiesa.
Coherente con sus creencias, Josemi nunca ha actuado en comuniones, aunque no le han faltado las ofertas. "Una vez nos llamaron del Carlton para ver si podíamos hacer comuniones y dije: No, además os va a salir muy caro, 800 euros función. Insistieron y les tuve que explicar que no queríamos porque yo entiendo la religión de otra manera. Muchos de los chavales que hacen la primera comunión hacen la primera y la última y yo he sido siempre de comuniones populares de base, los más tirados a la izquierda de la Iglesia. Ahora igual soy un poco más escéptico y hago la vida de creyente a mi aire".
'Metedura de pata' en Lorca
"En el Sahara yo era el abuelo"
Aunque su trabajo de nómina fija era incompatible con las expediciones de Payasos sin Fronteras, "que duran de veinte días a un mes", Josemi, el delegado de esta ONG en Euskadi, tuvo ocasión de participar en una de estas misiones hace tres años. "Fui al Sahara con Zarratrako, mi antiguo compañero de grupo, y unos chicos de Zaragoza. Todos andaban por los 35, 40 años, el que más tenía 50, así que a mí me llamaban: Oye, viejo, abuelo. Dormíamos en las jaimas donde dormían los saharauis y comíamos lo que había", detalla para dejar constancia de que se adaptan a las circunstancias como camaleones y no cobran por su actuación. "Las expediciones, aunque vamos con todo pagado, te cuestan dinero. Eso es incuestionable", dice y aprovecha para pedir colaboración en esta época de cinturones prietos. "Ahora está la cosa un poco complicada para hacer expediciones porque como las instituciones públicas han recortado todo... Si antes se hacían 40 expediciones al año, ahora nos conformamos con muchas menos".
Tras los atentados del 11-M, Josemi también hizo las maletas. "Estuvimos en el colegio público Madrid Sur, junto a la estación del Pozo del Tío Raimundo. Salimos muy prontito, hicimos una función a la mañana y otra a la tarde, recogimos los bártulos y para casa, porque al día siguiente teníamos que trabajar".
De Lorca, donde actuó semanas después del seísmo, en 2011, guarda una anécdota para el olvido. "Metí la pata de una manera lamentable. En un momento concreto dije: ¡Hala!, si esto parece un terremoto. Hacía un mes y medio que había pasado todo el desastre y pensé: Madre mía, me meto por una grieta, pero la gente se lo tomó con buena filosofía", cuenta.
Fiel a la esencia del payaso de circo tradicional, a lo que nunca dice que no es a un bolo solidario en una residencia de personas mayores, un hospital o una asociación contra el cáncer infantil, donde ha habido algún chaval que ha esperado su visita con más emoción que la de los propios Reyes Magos. "Popi, capitán general. Eso te da una satisfacción interior que dices: Todo el esfuerzo merece la pena".
También le hace "una ilusión tremenda" ver cómo se ríen los mayores en un centro de jubilados. Sobre todo ahora, que la cosa está tan malita. "Teniendo conciencia y consciencia de la situación tan difícil que estamos pasando, el que se sepa hacer sonreír al público es muy importante. Además, dicen que sonreír es muy sano para el hígado". Palabra de payaso.