Vitoria. El 6 de abril de 1980, un avión de Iberia, procedente de Madrid, estrenaba la enorme pista de aterrizaje del aeropuerto de Foronda, la infraestructura que iba a recibir a los pasajeros de todo Euskadi y que iba a liderar el tráfico aéreo de todo el norte de la Península. Y todo ello gratis para el contribuyente alavés, o al menos, pagado a escote entre todos los ciudadanos del Estado, pues Madrid corrió con los gastos de una infraestructura de lujo. Foronda tenía la tercera pista más grande de España tras Barajas y El Prat, 3.500 metros de longitud que luego, cuando se tuvo que reciclar en aeropuerto de carga, permitieron aterrizar al Antonov, uno de los aviones más grandes del mundo.
Foronda, en todo caso, no había nacido para recibir mercancías. La imponente pista tenía continuidad con una instalaciones para pasajeros excelentes, pensadas para asumir hasta seis millones de viajeros en un año. No empezó mal, más de 200.000 personas aterrizaron o despegaron de Vitoria en su primer año, por su aduana accedieron a España el Dalai Lama o Juan Pablo II, y durante el Mundial del 82 fue utilizado profusamente.
Luego llegó una guerra fratricida con Bilbao, el tráfico de pasajeros se desplazó a Sondika, y luego a Loiu, y llegó el fantasma de la infrautilización. Sin embargo, el aeropuerto gasteiztarra supo resurgir de sus cenizas y se transmutó en un aeródromo de carga de primer nivel en Europa, hasta el punto de llegar a mover en torno a 50.000 toneladas anuales de mercancías en sus mejores años. En 2011 la carga se estabilizó en unas 35.000 toneladas, cifras de antes de la crisis e incluso mejores que las de 2006, lo que demuestra que el aeródromo tiene futuro desde el punto de vista logístico.
Por ello, y según los sindicatos, la decisión de abrir sólo doce horas durante cinco días a la semana supone acabar premeditadamente y por motivaciones políticas con un negocio rentable para favorecer a otra ciudad, Zaragoza.