Fueron golpeados, gaseados, tiroteados, perseguidos. Cinco mil hombres y mujeres de pan y patatas, obreros y amas de casa, gente humilde. Cinco de ellos murieron. Más de cien cayeron heridos. Todos sintieron un terror para el que no es fácil encontrar palabras. "No se podía respirar. Un señor me cogió en brazos, me dejó fuera y eché a correr. Fue horrible, horrible, horrible....". Resonaron ayer, entre la multitud, los trémulos puntos suspensivos de Ana, 79 inviernos a sus espaldas, 37 desde el ataque más brutal del Estado contra la clase obrera de Vitoria. "Tantos años ya... No lo parece". La vida sigue, pero la memoria es más fuerte, exige justicia y reconocimiento, la que según las víctimas aún no ha llegado. Por eso, ayer volvieron a ser miles los vitorianos que salieron a la calle para recordar, para exigir responsabilidades. Pero, también, para recuperar la lucha por aquellos derechos logrados con sudor y sangre que están siendo aniquilados o caminan sobre la cuerda floja. Porque no puede ser que aquella tragedia no sirviera más que para llorarla.
En medio de un tsunami de recortes salariales, expedientes de regulación de empleo y cierres de empresas, tijeretazos a la sanidad y la educación, ajustes en políticas sociales, Gasteiz clamó por la recuperación de un espíritu obrero que parece perdido. Unidad, solidaridad, lucha... Valores empañados por el aburguesamiento de la sociedad y que hoy se han vuelto tan necesarios como entonces. "Hay que perder el miedo. Más que nunca, es necesaria la movilización por la justicia social. Que todo el año sea 3 de marzo. Es el mejor homenaje a las víctimas", proclamó Eva, hermana de uno de los asesinados aquella tarde de pólvora, Romualdo Barroso. Lo hizo frente al monolito levantado en honor a las víctimas, frente a la iglesia de San Francisco de Asís, donde se celebró hace 37 años la asamblea de trabajadores que tan trágico final tuvo.
A las 12.00 horas, la calle estaba llena. Se podía sentir el aliento de los congregados en torno al hito. Se contagiaba el dolor de las víctimas. Una vez más, ocuparon la primera línea de la ofrenda floral los familiares de los cinco obreros muertos. Presentes, los cinco, a través de sus retratos. Dos jóvenes interpretaron una canción reivindicativa en euskera. Se leyó el tradicional manifiesto, esta vez instando al lehendakari que exija al Gabinete Rajoy el reconocimiento del daño causado por el Estado español. La cadena de mando pasaba entonces por Manuel Fraga, ministro de Gobernación, que murió hace ya un año sin dar cuenta de la masacre, respaldado en su silencio.
Cuando Eva comenzó a nombrar a los asesinados aquel día, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, Pedro María Martínez, Bienvenido Perea y José Castillo, llovieron aplausos y se humedecieron ojos. La emoción siguió con los txistus y tamboriles, con las danzas. Y llegó a su clímax con la interpretación de La Internacional, con cientos de puños en alto.
Se vieron rostros de políticos entre la multitud. Antes de los actos populares, a las 11.00 horas, el PSE y Bildu habían realizado sendos homenajes a las víctimas. No se esperaba del PP. Una de las lacras que arrastra la tragedia del 3 de marzo es la inacción institucional, más allá de gestos que no han fructificado en hechos que permitan ir cerrando las viejas heridas. La perseverancia de los familiares de las víctimas y de los gasteiztarras solidarizados con la causa es, sin embargo, más fuerte. Por eso, la manifestación volvió a ser grande, ruidosa, emotiva. Más de 3.000 personas caminaron desde Zaramaga hasta la plaza de la Virgen Blanca, a través de las calles Francia y Paz, con grandes pancartas llenas de significado.
El lema de la marcha, Landutakoaren uzta oparoa, recoger lo sembrado, encabezó la comitiva. Hubo consignas que se repitieron alto y claro. Algunas, en recuerdo de aquel día, como Policía asesina. Otras que nunca pasan de moda, como Jotake irabazi arte. Y aquéllas que vienen a cuento más que nunca, lideradas por el No a los recortes laborales ni sociales. Hubo jóvenes, muchos, en la manifestación, quizá más que otros años, guerreros en sus consignas, indignados por el tambaleante escenario que ha alimentado la crisis económica, beligerantes ante las drásticas medidas impulsadas desde las instituciones y las empresas.
A las 13.15 horas, la foto que ofrecía la plaza de la Virgen Blanca era de lleno casi total. Entonces, los sindicatos convocantes elevaron su voz. Representados por Begoña Vázquez (ELA) y Celia Muñoz (ESK), se alegraron de que el paso del tiempo no haya dejado olvidar la masacre del 3 de marzo y recordaron que "no faltan razones para seguir peleando". Vitoria no vive ya en 1976, pero flirtea peligrosamente con las carencias de entonces, por "el ataque constante a los derechos sociales, los ERE y las privatizaciones, el ataque sistemático a la salud, educación y servicios sociales, la desesperación por los desahucios...". El panorama se está volviendo "desolador", advirtieron, por lo que llamaron a la clase trabajadora a ponerse en pie y luchar como hace 37 años lo hicieron otros.
"Rompí un cristal, me corté la mano, salí corriendo, me pegaron, me caí, me puse en pie... Me libré. Pero nunca lo olvidaré", aseguró José. Entonces era un chaval. Ahora está a punto de jubilarse. Y, aunque le espera un retiro "aceptable", participa en cuantas protestas se convocan ante la vulneración de derechos laborales y sociales. El 12 estará en la concentración en la Lehendakariztza contra los Presupuestos vascos. Y el 16 viajará hasta Bilbao para participar en la manifestación. Por los cinco mil, por él, por todos.