En Euskadi, tradicionalmente, cualquier joven que quería marcharse de casa e iniciar una vida propia contaba con un manual de instrucciones que le guiaba paso a paso prácticamente hasta la llegada de la paternidad. Se acaban los estudios, se busca un trabajo, se obtiene una estabilidad laboral tras años de penuria económica, se pide una hipoteca, se compra un piso y se instala uno en su nueva casa, solo o con su pareja, y pasados los treinta.
Ahora, con la grave crisis mundial, no hay nada seguro, reina la incertidumbre y los jóvenes se enfrentan a un escenario nuevo en el que acertar con las decisiones vitales no es tarea fácil. Así lo explicará el catedrático de Sociología Benjamín Tejerina mañana en la jornada sobre Jóvenes y Emancipación que organiza el Ayuntamiento vitoriano en la casa de asociaciones Simone de Beauvoir. Tejerina avanza para DNA ciertas claves que explican cómo se enfrentan los jóvenes a la escasez creciente, que en su caso, y éste es el primer dato jugoso, no lo es tanto. Para un chaval en la veintena la precariedad ya existía en los tiempos del pelotazo, y en ese sentido la juventud es una subespecie humana mejor adaptada al hostil medio actual. Algunos, por ejemplo, renuncian a la religión de la vivienda en propiedad y se marchan de alquiler con varios compañeros. Otros, en cambio, pasan por el trago de tener que regresar al hogar familiar tras una primera intentona de independizarse.
"Los jóvenes de hoy no han cambiado mucho con respecto a los de hace diez años, casi uno de cada tres universitarios trabaja, aunque no sea a tiempo completo, hacen trabajillos. Esto está muy extendido, pero cuando buscas un trabajo estable te encontrabas hace diez años y ahora la misma inestabilidad, con las reformas del mercado laboral esto no ha cambiado sustancialmente, aunque se haya extendido una cierta precariedad a toda la gente", señala Tejerina.
Esto se traduce, entre otras cosas, en que frente al pesimismo y la frustración de sus mayores, los veinteañeros vascos miran al frente y se buscan el futuro sin lamentarse. "La juventud ha desarrollado toda una serie de tareas creativas e innovadoras para vivir, al día muchas veces, pero para vivir. Intentan salir de la situación, aunque tengan que recurrir a ayudas públicas, echan mano de relaciones, de contactos, a veces de los propios compañeros de estudios", explica Tejerina. En ese sentido, señala, son muchos los jóvenes vascos que se juntan con compañeros de la Facultad y se lanzan a montar una empresa, y de hecho, señala el catedrático de la UPV, la CAV es una de las comunidades donde más emprendedores hay.
Todos estos fenómenos los detecta Tejerina en un momento en el que la percepción que tiene la sociedad sobre sus jóvenes es la del ni-ni, un mozo o moza a medio camino entre el nihilismo y la holgazanería congénita. "Hay una visión muy negativa sobre ellos, y es paradójico, porque por un lado se valora lo joven frente a lo viejo, pero por otro parece una etapa difícil y llena de incertidumbre. Se tiende a simplificar la imagen de la juventud, y es gente muy plural, son una minoría los que no estudian ni trabajan", asegura.