La historia sigue siendo la misma. Se repite. Nada ha cambiado. Ni en las causas ni en sus efectos", explica el doctor Javier Alonso cuando observa el cuadro clínico, el rastro de ceguera y muerte provocado por el metanol, un tipo de alcohol altamente tóxico que ha causado más de una veintena de muertos en el triángulo comprendido entre la República Checa, Eslovaquia y Polonia por la adulteración de licores de alta graduación. "Es increíble que suceda algo así en Europa. Pero ha ocurrido", argumentan las fuentes consultadas por este periódico. "La adulteración de alcohol con metanol es una arma de destrucción masiva", subrayó el ministro de Sanidad checo ante los fallecimientos, los casos de ceguera y las numerosas hospitalizaciones provocados por la fatal mezcla. Las muertes por causa del metanol han provocado una reacción inmediata entre las autoridades sanitarias europeas y en la República Checa, un destino turístico muy atractivo, se ha impuesto la ley seca para que la muerte deje de gotear. La medida, excepcional, trata de cerrar el reguero de muerte y fatalidad generado por la ingesta de esta sustancia, que en dosis elevadas resulta letal. El metanol se encontraba camuflado en algunas partidas de licores de alta graduación que están siendo rastreadas por las distintas policías para apartarlas lo antes posible del mercado.

Los fines mercantilistas son el inicio de la pesadilla. A la búsqueda de un mayor rédito económico, de un beneficio más alto, del lucro como Santo Grial, el alcohol se adulteró por un interés meramente crematístico según indican las primeras investigaciones. El metanol, que resulta entre cinco y diez veces más barato que el etanol, fue obtenido de un líquido anticongelante según apuntan las pesquisas realizadas por las autoridades checas. El metílico, cuya síntesis química resulta más sencilla que la del etanol, por lo que su coste se abarata sensiblemente, tiene principalmente un uso industrial. Además de como anticongelante se emplea también como disolvente o como combustible para vehículos. Su utilización como carburante asomó durante la crisis del petróleo.

Extraordinariamente tóxico en proporciones elevadas, el metanol se vertió en origen en bebidas con alto porcentaje etílico, tales como el whisky, el ron, la ginebra, el vodka, el coñac, en algunos licores de frutas o de hierbas. Ante la desolador paisaje provocado por la intoxicación, el gobierno checo decidió imponer la ley seca y prohibió la comercialización de las bebidas, algunas de ellas muy populares, con más de 20º de graduación el pasado 14 de agosto. Entre los productos vetados por las autoridades aparece la ginebra Borovicka, el licor de melocotón Merunka, el ron checo Tuzemák así como el vodka Lunar. Ninguna de esas bebidas habrían sido comercializadas en el Estado español, que no obstante permanece vigilante, al igual que el resto de los gobiernos europeos.

El caso gallego El dramático episodio focalizado en Chequia sigue la huella del no menos trágico caso que sacudió al Estado español a principios de los años 60, cuando la avaricia, -ambas historias comparten hilo argumental en su planteamiento, nudo y desenlace-, se abrió paso con fórceps en Galicia y Gran Canaria generando desolación y muerte. Entonces, decenas de personas fueron envenenadas por la ingesta de metanol, aunque el fiscal del caso, Fernando Seone Rico, estimaba en más de mil los muertos por los efectos devastadores de aquellos tragos de licor que fulminaban a la gente sin razón aparente hasta que cuatro años de investigaciones abrieron la botella de aquel brebaje mortal.

Una farmacéutica, María Elisa Álvarez, que trabajaba en Haría (Lanzarote), desentrañó el misterio que rodeaba a las muertes. Le bastó con analizar el contexto que rodeaba a los fallecimientos que se agolpaban en las esquelas sin un vínculo aparente hasta que alzó la vista y cosió las piezas del inquietante puzzle. Las personas que perecían hacían parada y fonda en los bares y tabernas. La boticaria centralizó su atención en la ingesta de bebidas y en su analítica concluyó que en el ron de la empresa Lago e Hijos estaba presente la cicuta, el metanol. La trama, sustentada en el abaratamiento de la bebida mediante metanol, partía desde un industrial ourensano, Rogelio Aguiar, que poseía un almacén de aguardiente. Este adquirió 75.000 litros de alcohol metílico en Madrid, prohibido por las autoridades para su uso como bebida. Sin embargo, eso no disuadió al empresario, que suministró el metílico a Casa Lago e Hijos, una bodega de Vigo, que compraba a Rogelio Aguiar la materia prima que empleaba para la fabricación de sus licores.

Realizada la mezcla, embotellada y una vez comercializada la bebida, dispuesta con normalidad en los estantes de bares y tabernas, el licor adulterado comenzó con su letal recorrido en la primavera de 1963, punto de partida de la fosa común que produjo la adulteración del aguardiente, un veneno embotellado, aunque nadie entre los que lo probaba conocía su alcance. El metílico pasó de boca en boca, de garganta en garganta, de morgue en morgue. De Galicia a Canarias enlazando Euskadi, Catalunya, Madrid, Guinea ecuatorial o el Sahara español, según se deduce del trabajo periodístico realizado por Fernando Méndez, autor de dos libros sobre el caso: Mil muertos por un trago y Historia dun crime. Ocaso de Metílico.

El metílico, pura cicuta, enraizó y sacudió principalmente los pueblos rurales de Galicia como O' Carballino y el archipiélago canario. El alcohol adulterado comenzó a abrir ataúdes y cavar fosas sin distinción. Con los mismo efectos y síntomas murieron campesinos y marineros, unidos por el tóxico contenido del aguardiente y su origen humilde. Veneno para el pueblo.

Mucho más barato A comienzos de los 60, el litro del metílico se pagaba a 14 pesetas, 16 veces menos que lo que costaba hacerse con el alcohol etílico, el que se emplea en las bebidas alcohólicas. El resultado de la ecuación fue sencillo. Se unió la oferta y la demanda. El matrimonio perfecto. La lógica del mercado de una negrísima historia. Abaratados los costes, los licores distribuidos con la fatal mezcla resultaban más baratos y cayeron en cascada sobre los bolsillos menos pudientes que querían echarse un trago para ahogar las penas en una época sombría, más sí cabe para la clase baja.

El macrosumario, instruido por el juez José Cora, y que dio inicio al juicio el 1 de diciembre de 1967 tras cuatro años de arduas investigaciones, sentó a once acusados en el banquillo de un sumario de 36.000 folios, que contó con 133 testigos. Los acusados fueron condenados a penas de entre 1 y 20 años de prisión por delitos contra la salud pública e imprudencia temeraria. A pesar de ello, la Sala determinó que los reos no pretendieron matar ni causar lesiones, aunque determinó que "los acusados obraron por un afán desmedido de enriquecimiento, a costa de la comercialización del metílico. Oficialmente fueron 51 los fallecimientos y nueve las cegueras, aunque el fiscal del caso sostuvo en sus conclusiones que fueron más de un millar de personas las que murieron por el envenenamiento producido por la maldita sustacia, obtenida del carbón. Esta quemaba el nervio óptico, destruía el hígado y acababa más tarde con el sistema nervioso. Después, inevitable, la muerte, la última gota de la bebida asesina.