El cannabis cuenta con adeptos y detractores a partes iguales. Sus defensores lo ensalzan con la misma fuerza que sus enemigos tratan de alertar de sus inconvenientes. Incluso, a nivel legal se vislumbra una doble moral: está permitido su consumo en lugares privados, pero prohibido en espacios públicos; su cultivo para uso propio es lícito, pero se multa y se le incautan los cogollos y las chinas de hachís a un individuo que transite por la calle, por muy pequeña que sea la cantidad que lleva encima.

Pero el debate de envergadura surge cuando se plantean los beneficios y daños que para la salud reporta. Los dos bandos se muestran por el momento irreconciliables. La controversia desaparece y ambos van de la mano cuando se habla de menores, a quienes al unísono regalan un consejo de consumo cero. Se da por asumido que un joven está mucho más expuesto a los peligros de los tóxicos que un adulto por el diferente grado de maduración de sus cerebros.

El uso terapéutico del cannabis parece haber quedado fuera de toda duda, pero algunos van más allá y amplían ese efecto positivo a los porros. A los expertos médicos no les cuadra el axioma y concluyen que un cigarro nunca es saludable. Sin embargo, hay otras formas de consumir cannabis y cada vez está más extendida la utilización de vaporizadores y pipas especiales o el consumo en infusiones o postres, donde se elimina la ingente cantidad de sustancias perjudiciales que contiene el tabaco. El uso médico de la planta no persigue el colocón, sino mitigar ciertas dolencias. Con todo, el grueso de los usuarios que lo ingieren sigue siendo el de quienes buscan sus efectos con fines recreativos.

Los investigadores médicos en esta materia concluyen mayoritariamente que el cannabis es una de las causas determinantes, no la única, de la aparición de la psicosis, una enfermedad mental catalogada como grave. El cerebro se ve afectado por los principios activos de esta planta que con el paso del tiempo ha sido manipulada genéticamente hasta lograr una gran concentración de su principal compuesto químico, el tetrahidrocannabinol (THC).

En personas proclives a padecer psicosis por tener antecedentes familiares, por haberse observado en ellas indicios de autismo y alteraciones en las relaciones sociales en la infancia, de fracaso escolar o de otras alteraciones tempranas en la conducta, el cannabis es un factor precipitante de la enfermedad. Así lo estima Edorta Elizagarate, jefe de la Unidad de Psicosis Reactiva del Hospital Universitario Araba (HUA), quien añade que "el 8% de los que padecen esquizofrenia -una clase de psicosis- no la habría desarrollado si no hubiera consumido cannabis a lo largo de su vida. Se puede decir que no es causa necesaria o suficiente, sino un factor más de una constelación de causas".

Por su parte, la jefa de la Unidad de Investigación del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Araba, Ana González-Pinto, ha realizado estudios, reconocidos a nivel internacional, para determinar la relación entre el cannabis y las enfermedades mentales. En uno de esos trabajos, desarrollado a lo largo de nueve años y premiado a finales de 2010 por la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, concluía que los daños en el cerebro del cannabis no eran irreparables, lo que supuso un alivio para muchos. Sin embargo, González-Pinto matiza que "los efectos nocivos en consumos muy prolongados, que se extienden a lo largo de más de seis años, pueden no ser reversibles". "Además -añade-, su poder adictivo psicológico es muy, muy grande y potencia la dependencia de otras drogas, como el éxtasis, por ejemplo".