Pocas regiones europeas pueden presumir de una extensa filmografía como la Toscana italiana. Ciudades de arte como Pisa, Siena, Lucca o Florencia protagonizaron películas como Una habitación con vistas o la secuela de El Silencio de los corderos, Hannibal.

Las verdes colinas del Chianti con sus filas de cipreses son el idílico telón de fondo de películas famosas como Bajo el sol de la Toscana o Gladiador, pero hay otra Toscana que, sin tanto glamour cinematográfico, combina espléndidamente el arte, el dulce paisaje de las colinas salpicadas por pueblecitos pintorescos y el mar. Nos referimos en concreto a la Costa de los Etruscos.

La Costa de los Etruscos la forman tradicionalmente unas 25 localidades toscanas de la provincia de Livorno, pero las joyas de este territorio lo componen las localidades de Castagneto Carducci, con su jardín secreto de Bolgheri, Campiglia Marittima junto a sus sugestivas minas y Piombino, donde se encuentra el enclave marítimo de Populonia y Baratti.

Una de las características más elegante del paisaje toscano la constituyen esas carreteras o esos caminos delimitados por gráciles cipreses, cuyas filas los escoltan a ambos lados.

La carretera de acceso al pequeño borgo de Bolgheri no es una excepción, pero su belleza es excepcional. Una singular belleza, cantada por el poeta premio Nobel de Literatura, Giosuè Carducci, (1835 -1904), que forma parte inseparable del rico patrimonio nacional italiano.

Se trata de una carretera de casi cinco kilómetros de extensión con unos 2.500 cipreses paralelos y en dos filas. separados en el medio por una calzada prácticamente recta que une la vía Pisana con el castillo de la antiquísima y dantesca familia de la Gherardesca. Dante, en La divina comedia, cita al conde Ugolino que, encerrado en una torre de Pisa, se alimentó de sus propios hijos.

Los orígenes de Bolgheri no están claros. Hay quien afirma que fue fundada por un grupo de Longobardos, los búlgaros, en torno al año 500 después de Cristo. Lo que ningún historiador discute es que este enclave tuvo cierta importancia estratégica desde el siglo VIII y hasta el año 1000.

El pueblo de Bolgheri es rico en deliciosos rincones que recuerdan al Vate, en miradores donde admirar una foresta que termina en el mar, olivos centenarios, pequeñas tiendas de artesanía, souvenirs y delicatessen. Pero, sobre todo, en hosterías, enotecas y restaurantes en los que degustar los exquisitos caldos de la zona: el mítico vino de Bolgheri DOC.

Los entendidos lo llaman la milla de oro, los turistas la strada del vino. En realidad, es una carretera paralela a la SS.1 Aurelia que, entre viñedos, une la localidad de Bolgheri con Castagneto Carducci. En esa ruta encontramos, entre bosques y viñedos, una junto a otra, las bodegas que producen el vino más preciado de Italia, como son el Sassicaia, Ornellaia, Satta, Grattamacco o Donna Olimpia.

Atalayado en lo alto de una colina se encuentra Castagneto Carducci, que toma el nombre tanto de los castaños que lo rodeaban como del afamado poeta ganador del Nobel, que allí pasó su infancia.

En este lugar parece que el tiempo se ha tomado un descanso. Su misma estructura delata su origen milenario, sus vías empinadas y empedradas, sus casas de colores ocres y rojizos, tan típicos de la arquitectura toscana, la vivacidad de las golondrinas que surcan incesantes el cielo en verano y las flores que por doquier embellecen sus rincones nos llevan a un paraíso en donde el tiempo no tiene importancia. Degustar un exquisito helado Casalini deambulando por sus callejuelas o visitar la fábrica de licores Borsi pueden ser algunos de los sencillos placeres que sólo Castagneto puede ofrecer.

Baratti: un golfo con vistas Los etruscos, enfrascados en la fabricación del hierro, probablemente disfrutaron poco de las incomparables vistas que proporciona el golfo de Baratti. Sobre la oscura arena de la playa se encuentran, a un lado, un prado con esbeltos pinos mediterráneos y sus inconfundibles copas a modo de sombrilla; al extremo, un pequeño puerto turístico; al otro lado de la carretera, una impresionante necrópolis etrusca con sus monumentos funerarios de forma circular o de casita. En lo alto, la torre del castillo de Populonia desafiando los vientos y, en el horizonte, la silueta de la isla de Elba.

El recorrido por el Parque Arqueológico de Baratti Populonia empieza por la necrópolis de San Cervone. Son esa serie de construcciones las que podemos ver desde la carretera. En algunas de ellas, se puede entrar y observar la evolución de la arquitectura funeraria del enigmático pueblo que habitó en estos parajes hacia los siglos VII y VI antes de Cristo. Es curioso saber que, hasta hace pocos años, estos restos estaban completamente cubiertos por las escorias resultantes de la elaboración del hierro. Testimonio de que lo sagrado para una cultura no es ni más ni menos que escoria para la sucesiva.

Un poco más lejos, en las colinas que miran el golfo, está la necrópolis de la Grotte, construida en la misma colina de piedra arenisca casi rosa. Un paseo singular por una campiña toscana hecha de mar y de monte, que permite admirar un paisaje cargado de historia. Y así, saltando en el tiempo, el recorrido por el parque arqueológico nos conduce a la acrópolis que guarda restos de templos romanos y de las viejas calzadas romanas y medievales.

Las mejores vistas las ofrece el castillo de Populonia, o mejor dicho, la torre de avistamiento que data del siglo XV. Un magnífico ejemplo de fortaleza medieval italiana. El castillo, que se encuentra en buen estado de conservación, está abierto al público y es posible escalar hasta lo alto de la torre para disfrutar de unas vistas incomparables sobre el golfo de Baratti, la isla de Elba y, en algunas ocasiones, incluso Córcega.

En torno al castillo, dos sugestivas calles y una placita con una diminuta iglesia componen el resto del pueblo, que se encuentra perfectamente amurallado.

Un clásico equivoco cuando se visita Toscana es pensar que los pueblos que se llaman marítimos tienen que ver con el mar. Pues bien, es justo lo contrario. Este nombre viene dado porque limitan con la marisma, no con el mar. El caso de Campiglia Marittima no es diferente. Desde el año 1000 después de Cristo hasta su recuperación durante los años 20 del siglo pasado, los vecinos de este pueblo huían de la malaria atalayados en su colina.

A Campiglia Marittima le marcó, un poco como a todos los municipios toscanos, las interminables guerras medievales y renacentistas, pero fueron sus riquezas minerales las que marcaron su carácter atrayendo a los más variopintos inversores. Elisa Bonaparte promocionó la extracción de varios minerales e incluso en el siglo XIX inversores ingleses se interesaron por el territorio.

Hoy en día, la minería está olvidada. El proceso de eliminación de los residuos es demasiado costoso como para que la explotación de los recursos sea rentable y, sin embargo, Campiglia ha conseguido rentabilizar su pasado minero. El parque de San Silvestro es buena muestra de ello.

En este parque se pueden visitar las minas a bordo de un trenecito minero o pasear entre los edificios dedicados a la extracción del mineral e incluso visitar los restos de un poblado minero.

Las calles de Campiglia son las típicas de cualquier pueblecito toscano con sus ventanas floridas, sus callejuelas empedradas, sus colores, sus plazas con sus bares y terrazas. Como todos los pueblos toscanos, Campiglia también tiene un antiguo y hermoso ayuntamiento, palazzo Pretorio, actualmente dedicado a la promoción del vino y de los productos locales. Pero su estrella es su castillo, que ha sido recuperado recientemente con mucho mimo.

La Rocca, que así se llaman estos restos fortificados, está a 281 metros sobre el nivel del mar y comprende la mazmorra, la antigua cisterna, los restos de un acueducto de los años 30 y el museo en donde se exponen los restos arqueológicos más interesantes encontrados durante la restauración, concluida en el año 2008.

Las vistas desde Campiglia Marittima quitan el aliento. De frente, un blanquísimo camposanto medieval y, todo alrededor, un inmenso valle que confluye en un mar azul.

Lejos de los focos cinematográficos, la costa de los etruscos ofrece una Toscana espléndida de paisajes, mar, luces y colores.