Vitoria. El centro penitenciario Araba, más conocido como Zaballa, abrió sus puertas el 21 de septiembre de 2011. Pocas semanas después, el 12 de diciembre un total de 550 presos de Nanclares de la Oca, según el Departamento de Interior, abandonaron el viejo penal para estrenar una de las infraestructuras más modernas del sistema penitenciario español. En medio de luces y taquígrafos, parte de la sociedad elogió las condiciones de lo que parecía un resort de lujo para los presos, pero que ha presentado ya sus primeros inconvenientes. No en vano, la macrocárcel sigue contando con piscina, aula de música y amplios espacios verdes. Pero ninguno de ellos se utiliza. Se demuestra así que el equipamiento es una gran inversión que por el momento está poco amortizada más allá de los flashes de las cámaras y los recortes de prensa. Así lo aseguran, al menos, los colectivos que trabajan con los reclusos. Además, el propio funcionariado tampoco parece estar muy satisfecho con la nueva situación.

La operatividad del centro se pone ahora en duda cuando el penal está semiocupado y el funcionariado apenas se ha incrementado en 20 trabajadores. En estas circunstancias, la calidad de vida de los reclusos, lejos de mejorar como afirmaban algunas voces, empeora. Y es que Zaballa cuenta con unas vastas instalaciones que obligan al reagrupamiento de internos y su traslado a diversos módulos para realizar distintas actividades. Y ya no sucede como en Nanclares, cuando los presos tenían pasillos cerrados por los que acudir sin acompañamiento, por ejemplo, al comedor. Ahora, prácticamente cada vez que un reo necesita salir de su celda para acudir a otro lugar, requiere la vigilancia de un funcionario.

Esto obliga a que la actual plantilla de la cárcel sea insuficiente para atender las necesidades de todo el colectivo recluso para ir al comedor o a las visitas de las ONG y otros colectivos. Lo mismo les sucede también a los trabajadores de las oficinas que ahora permanecen divididos en dos edificios, lo que les obliga a trasladarse de uno a otro atravesando el exterior para solventar algunos trámites. "Todos hemos pasado a un sitio peor. Está mal construida y hay cosas que no se podrán cambiar. Hay mucho jardín, pero no se puede usar. Para los 700 presos que hay, se mantiene más o menos el mismo funcionariado, pero se necesita más. Hay muchos servicios que dicen que no se pueden hacer porque no hay funcionarios, así que los presos están más tiempo en las celdas", denuncia el capellán de la cárcel de Nanclares, Txarly Martínez de Bujanda.

Según su visión, hay algunas actividades que ahora no se pueden llevar a cabo. Es el caso del uso a medio gas del centro sociocultural o el desaprovechamiento absoluto de recursos que el centro tiene pero no se utilizan, como la piscina o el aula de música. Unas herramientas que permitirían a los reos un mayor espacio de libertad que favorecería la convivencia y la tranquilidad dentro del penal, según aseguran los expertos.

En adaptación Aunque no todo son notas negativas. Los internos y quienes acuden a visitarlos de manera frecuente afirman que las instalaciones de las duchas y la calefacción son dos grandes mejoras obtenidas con el cambio. Desde Instituciones Penitencias se asegura que el rodamiento de una infraestructura de este tipo siempre requiere un tiempo, pero Martínez de Bujanda duda de que el problema de base de la lejanía de los recursos se pueda solucionar. "La crisis es la crisis y ha llegado a la cárcel. O multiplican el funcionariado o encierran a los presos en los módulos", explica el capellán.

Una mala situación que, avisa, también viven aquellos que siguen en la antigua cárcel de Nanclares. El caduco penal sigue empleándose para alrededor de 60 personas que disfrutan del régimen abierto y al cargo de los cuales, según asegura Martínez de Bujanda, sólo se encuentra un funcionario. "Los terceros grados están abandonados de la mano de Dios. Tienen que bajarles la comida todo los días, están sólo con una persona... Mientras tengamos tres módulos grandes y dos pequeños cerrados que están vacíos en Zaballa, se les puede llevar allí y resultaría más económico", propone.

Mientras tanto, el día a día en una de las cárceles más modernas del Estado continúa. Los presos sueñan con que, quizás, algún día estrenarán la piscina que han visto publicada en algún periódico, o que escucharán algún concierto en el aula de música, quién sabe. Mientras tanto, tendrán que conformarse con disfrutar en alguna ocasión del centro sociocultural y de las visitas familiares.