Donostia. Coincidiendo con los 60 años de su ordenación sacerdotal, acaba de publicar dos nuevos volúmenes -ya van ocho- de sus Obras Completas. Son 9.300 páginas que lo retratan como pensador, si bien su reflexión intelectual siempre ha estado inspirada por el contacto directo con los problemas que le han preocupado. El drama del Sida en África es uno de ellos, y por ahí arranca esta conversación.

Está recién llegado de Kenia.

Sí, ha sido una vivencia humanamente muy rica, iluminadora, pero al mismo tiempo, con la exigencia de colaborar, de actuar en favor de esa lucha contra el Sida que se lleva allí. Lo que más me ha impresionado es el interés con que allí se lucha contra el Sida por parte de algunas ONG, como la Fundación José Luis de Barrueta, que fue la que posibilitó mi presencia. Hay que tener conciencia de que es un problema que se puede resolver si es que se quiere aportar el dinero necesario para tomar las medidas necesarias. Un artículo del The Economist del pasado mes de Junio afirmaba que actualmente el problema del Sida en el mundo es un problema económico. Allí me decían también que Kenia no puede permitirse el lujo de ser pobre porque tiene la riqueza suficiente para poder vivir de otra manera. Es importante saber que la realidad dolorosa del Sida afecta allí de manera especial a los pobres. A unos pobres que son el fruto de una pobreza que podía ser evitada con una política económica y social inteligente y valiente.

A la Iglesia se le acusa de dificultar la lucha contra el Sida en África por su postura contraria al uso del preservativo.

Yo mismo planteé allí ese asunto directamente y, por las respuestas que me dieron, tengo que decir que este no es un problema que interese allí tanto como nos puede interesar a nosotros. Ellos se planteaban más bien la realidad de la existencia del Sida. Ante esa realidad ¿qué hace la Iglesia? Creo que hace lo que puede para que las personas afectadas puedan enfrentarse con normalidad. En cuanto al otro problema, me parece que lo consideraban como problema personal de cada uno. Tras preguntar a diferentes personas y en distintos sitios, todos me decían que el problema para ellos era qué hacer con las personas que tienen el Sida.

Pese a la dureza de lo que ha vivido, una experiencia enriquecedora.

Sí. Me obliga a ser más consciente de lo que pasa en el mundo. Y desde esa conciencia personal, ver lo que cada uno podemos hacer al servicio de la solución del problema, desde esa actitud fundamental. Todos tenemos que tener un posicionamiento ante esa situación, de manera que, por lo menos, seamos conscientes de que las personas que están afectadas tienen derecho a ser personas como todas las demás. Podemos vivir de espaldas a las necesidades de la Humanidad, pero podemos vivir también tratando de hacerles frente.

Se ve que, aunque ya no esté en la primera línea, sigue hoy en día al pie del cañón.

El hecho de que yo haya dejado de tener la posibilidad de influencia que anteriormente tenía en la diócesis de San Sebastián no es razón para que me desinterese ante los problemas de mi pueblo. Yo no tengo las posibilidades de actuación que tenía entonces, pero puedo ayudar a formar opinión hablando y escribiendo y a tratar de hacer que la sociedad, como decía antes, no viva de espaldas ante estas realidades. Suelo comentar con personas que están en situación de jubilación semejante a la mía que lo más triste que le puede pasar a un jubilado o una jubilada es tener que pensar, cada día cuando se levanta de la cama, qué es lo que voy a hacer hoy para llenar el día. Yo tengo la vida la llena. Me siento contento de tener tiempo, de tener ganas de hacer algo, de tener inquietudes que me hacen escribir, pensar, hablar...

Y de no tener sobre su cabeza esa lupa de mil aumentos que hubo de sufrir hace unos años, cuando, dijera lo que dijera, se interpretaba en el peor sentido.

Evidentemente, lo que yo pueda hacer o decir no puede tener las repercusiones que tenía antes. De todas formas, yo nunca he considerado que el hecho de que a uno le interpreten mal es razón suficiente para que deje de decir lo que tiene que decir. Eso mismo sería ya hacer el juego a esas personas que quieren eliminar del ámbito de la discusión pública a alguien considerado por ellas como molesto. Siempre existe el riesgo de que una persona pública actúe en función de la acogida o rechazo que pueda tener lo que él hace o dice. Puedo decir con convicción y también con alguna satisfacción, que mi actuación no ha estado pendiente de la acogida buena o mala que mi palabra o mis hechos pudieran tener. Yo hacía lo que pensaba que tenía que hacer y eso era el motivo fundamental de mi consistencia incluso meramente humana.

Eso le valió que muchos medios de comunicación y hasta un pequeño sector de la feligresía mantuvieran hacia usted una actitud abiertamente hostil.

¿Qué voy a decir? Si ellos pensaban que mi comportamiento no era el adecuado, sus razones tendrían antes y pueden tenerlas ahora. Yo tendré que pensar si el motivo de su hostilidad tiene un fundamento real, y si es así, corregirlo. De no ser así, pues seguir haciendo lo que creo que tengo que hacer. Uno hace lo cree que tiene que hacer y con eso tiene la satisfacción de seguir sirviendo a ese pueblo al que se debe. Yo agradezco, no solamente a la Iglesia sino también a todo el pueblo de Gipuzkoa, la oportunidad que me ha dado para poder hacer algo al servicio tanto de la Iglesia como de este pueblo. Si yo no hubiera sido obispo, no hubiera podido hacerlo en la misma medida.

Le tocó serlo en un tiempo verdaderamente complicado.

Hombre, tampoco tenemos que hacer los problemas más complicados de lo que son. Sobre todo, cuando esa complicación se convierte en una motivación ficticia para no hacer lo que se debe hacer. No entiendo que los problemas que ha vivido el País Vasco en la época en que yo he sido obispo eran tan complicados que no se supiera lo que había que hacer. La cuestión es si había o no una voluntad firme de hacer lo que se debía hacer.

Usted sí tenía esa voluntad y se implicó, aun cuando habría sido más cómodo quedarse al margen.

Eso no me lo hubiera permitido mi conciencia. No es que yo me metiera por gusto en los problemas. Yo tenía una conciencia, tenía un sentido de la responsabilidad, sabía dónde estaba y me sentía obligado a hacer lo que mi cargo me exigía. No era tan difícil acertar en lo que había que hacer. Las complicaciones venían, más bien, después, en el momento de llevar a la práctica lo que cada uno hubiera de hacer desde su personal responsabilidad.

Ese trabajo y esa insistencia parece que van dando frutos. Estamos en una situación más esperanzadora.

No por lo que yo hiciera o dejara de hacer, sino porque ha habido una evolución en la conciencia colectiva. Yo creo que en estos momentos estamos en una situación en la que los planteamientos son mucho más claros. Ahora lo que hay que hacer es ser fieles a esos planteamientos. Se están dando pasos hacia adelante, que evidentemente trabajan en la línea de la pacificación. Por ejemplo, el derecho de la izquierda abertzale a participar en la vida pública es algo que se ha resuelto suficientemente bien. Yo creo que hacía mucho tiempo que no había un reconocimiento tan pleno del derecho de todos los ciudadanos a participar en la vida pública según sus propias perspectivas políticas. Ahora, si después se produce una frustración, cada uno tendrá que ver su responsabilidad en el hecho de que se haya dado.

¿Qué puede hacer la Iglesia para afianzar estos pasos?

Hay que definir lo que queremos decir cuando hablamos de "la Iglesia". Cuando en la mente de uno se dice "la Iglesia", ¿en qué piensa? Si a esa palabra no le ponemos un contenido muy concreto, la respuesta puede ser equívoca. Si sólo nos referimos a la Jerarquía, se daría una parcialización que no permitiría elaborar un discurso suficientemente acertado. La Iglesia no son o hemos sido solamente los obispos. Éramos una parte importante, pero hay curas, religiosos, padres que bautizaban a los niños, seglares comprometido en la vida económico-social. Hay mucha gente que es Iglesia.

De todas formas, solemos asimilar "la Iglesia" a la Jerarquía eclesiástica.

Pues no es correcto, porque también es verdad que a lo que dice la Jerarquía, mucha gente no le hace caso, sin dejar de sentirse, por ello, Iglesia. Pensar que lo que tiene que hacer la Iglesia es solamente lo que tienen que hacer unas personas concretas, que son los Obispos… buenos estamos nosotros, aquí en Gipuzkoa, para pensar que la voz de los Obispos es automáticamente y solamente ella la voz de la Iglesia. No es así.

¿Y, entonces, a quién le tiene que hacer caso un creyente?

A aquel a quien en conciencia crea que es lo que representa mejor el sentir de lo que tiene que ser la Iglesia. Si algo existe en estos momentos dentro de nuestra Iglesia de San Sebastián, es una manifestación muy plural ante la cual uno que quiera ser realmente miembro de la Iglesia no puede limitarse a decir "¿a quién tengo que escuchar?". Cada uno se tiene que formar un juicio, en lo posible objetivo, de lo que es ser miembro de una Iglesia, de una Iglesia que es Católica, con todas sus limitaciones y posibilidades, y actuar en consecuencia. De no ser así, lo que se hace es pasar el problema a los otros, sin enfrentarse uno mismo con el problema.

Pero parece que en cuanto alguien se sale del carril marcado, tiene dificultades. Mire a José Antonio Pagola, a quien no se le permite publicar su último libro.

El asunto de Pagola, a mi juicio, está mal planteado. Porque Pagola quiere ser y, en verdad, es Iglesia. Es cierto que también él tiene que ser fiel a la Iglesia, como hemos de serlo todos los que nos profesamos ser miembros de ella y hablar en su nombre. Pero la fidelidad a la fe de la Iglesia, ¿es la aceptación de lo que dice la Secretaría de la Comisión episcopal para la Doctrina de la fe, de la Conferencia Episcopal Española? La Comisión episcopal de la Doctrina de la fe no tiene, por sí misma, autoridad competente para decidir en este asunto de la ortodoxia católica de lo que dice Pagola. Es una instancia que no tiene poder para resolver esa cuestión.

¿Estamos asistiendo a una derechización de la Iglesia?

Hay una pregunta previa a esa: ¿Se trata de derechización de la doctrina de la fe o de una derechización de las personas que tienen autoridad en la Iglesia? Ese es el asunto. Yo no digo que sea fácil hacer esa distinción. En la medida en que la Iglesia sea obstáculo a la legítima libertad de sus miembros de hacer opciones políticas, es una Iglesia que entra en un campo que no es el suyo. Ahora, si yo pienso que ese tema de la derechización puede juzgarse desde la perspectiva de lo que fue el Concilio Vaticano segundo, para ir en contra de lo que aquel supuso en el diálogo con un mundo secularizado, efectivamente podré decir que esa derechización no es aceptable o por lo menos, que es discutible. Uno es libre para no compartirla.

¿Cómo debe superar la Iglesia el alejamiento de los fieles y de la sociedad en general?

Siendo cristianos. Hemos de tratar de situarnos de la manera más coherente posible con el Evangelio para ver qué se puede o debe hacer. Lo que no puede ser es que una Iglesia que tiene la misión de transmitir el mensaje del Evangelio lo haga sin que ella misma sea creyente.

Si echa la vista atrás, a sus sesenta años que ha realizado de labor pastoral, ¿qué ve?

Lo que he hecho, Dios dirá. Yo confío en su misericordia y también confío un poco en mi buena voluntad y en la ayuda de los que han colaborado conmigo. Ha sido una tarea compartida. Eso lo tengo muy claro. El individuo no es alguien en sí y para sí, sino un ser con otros y también en función de los demás y para los demás. También yo mismo soy deudor de muchas personas.

Acaba de presentar los volúmenes séptimo y octavo de sus Obras Completas. Ha dedicado mucho tiempo tanto a reflexionar como a escribir. Ha sido, sin ninguna duda, uno de los obispos más intelectuales de nuestro tiempo.

La vida de un obispo solamente tiene sentido desde una posición de servicio. Son la Iglesia y la sociedad quienes le van diciendo cuál es la manera más adecuada de prestar ese servicio. Yo he tenido que pensar, he tenido que escribir, pero cuando lo estaba haciendo, tenía en mente a quienes les estaba escribiendo, qué es lo que les tenía que decir y por qué se lo decía. ¿Eso es ser intelectual? Yo lo que creo es que una persona que camina en este mundo queriendo ser fiel a sí mismo no puede dejar de pensar. Para eso tenemos la cabeza. ¿En qué? ¿Solamente en ideas y conceptos abstractos? Pues yo creo que no. Más bien, en lo que se está viviendo.