carlos Abaitua fue un cura de barrio. De esos que consiguen acercar la iglesia al pueblo en su obra de todos los días, la de la calle. Combinaba a la perfección su pasión por la dignidad humana con la divina. Nació en Berriz, en 1921, con mucha fuerza interior, pero no se la guardó para sí. Trenzó su creencia religiosa con el compromiso social con naturalidad. El sacerdote de la Diócesis de Vitoria fue de los primeros en poner los cimientos de los centros cívicos con su germen, los llamados centros sociales. Corrían los años 50 y con ellos, los primeros de la industrialización de Vitoria. Llegaban los primeros inmigrantes a la ciudad, a los que este hombre trató desde el principio como vecinos.
Comenzó con ellos su trabajo social con la promoción de viviendas en los barrios obreros de Adurza y Errekaleor. Allí fundó residencias para los recién llegados y otra serie de servicios que no se le ocurrían como caídos del cielo, sino por la voluntad expresa de una planificación humana. Una verdadera obra fruto de la ingeniería social. La cooperativa de viviendas Un mundo mejor, creada en junio de 1956, era un ejemplo de ello. "Controló el proceso de quién iba a adquirir la casa a través de una especie de estudio sociológico para que hubiese un equilibrio de procedencias y capacitaciones", recordó ayer Antonio Rivera, catedrático de Historia de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) y viceconsejero de Cultura, durante el homenaje a este religioso en el Seminario de Vitoria bajo el título La huella social de la fe cristiana.
Abaitua era de carácter metódico. Tanto que los que fueron sus alumnos de la Facultad de Teología, todavía hoy tienen de él esa imagen de hombre exigente. Uno de sus discípulos, José Ignacio Calleja Sáez de Navarrete, hoy catedrático de Moral Social, contaba cómo poco antes de que falleciera en febrero, cuando por su enfermedad apenas le quedaba un aliento de vida, estaba empeñado en indagar un poco más en los foráneos que había recibido la capital en los últimos años. "Las visitas las estimo mucho, pero no me dejan hacer nada", le decía por aquel entonces su maestro, quien catorce años antes de pronunciar esta frase, a los 75, creó una residencia para personas con discapacidad intelectual en Adurza.
El teólogo vizcaíno fue junto con Ricardo Alberdi, Rafael Belda y José María Setién, obispo emérito de Donostia, quien promovió las denominadas catequesis sociales durante la Transición. Llevaba la teoría a la práctica con la "acción pastoral", como así la califica Setién, quien no dudó en contextualizar los tiempos duros en los que se enmarcó la labor solidaria de Abaitua con los colectivos más desfavorecidos. "La doctrina social de la Iglesia era negada en la práctica por el nacionalcatolicismo, había que recurrir a los concordatos, como el de San Vicente, para salvar a los clérigos de las sanciones que les imponían por oficiar la parte social de su Ministerio sacerdotal". No en vano, era la época de la represión, en la que estaba prohibido el derecho de reunión. Y los centros sociales eran escuelas de ciudadanía, de convivencia. Una oposición peligrosa que se movía en el terreno social y que llevó a la Guardia Civil a redactar un informe sobre él de lo más explícito: "Abaitua es un demócrata avanzado, que amenaza en convertir su inocente residencia para obreros en un foco de acciones políticas".
Sus profundas convicciones humanas y religiosas llevaron al Consistorio vitoriano a nombrarle hijo adoptivo de la ciudad, a título póstumo, el pasado 19 de abril. Testigo de aquel día era el diploma enmarcado que presidía el Aula Magna, escenario de este acto.