300 niños alaveses se mueren de ganas por ir a la escuela cada año. Ellos no fingen estar malos para no ir a clase, sino todo lo contrario. Los libros son los que les ayudan a normalizar su vida, a seguir con sus estudios y evadirse por un tiempo de la inquietud que les provoca estar postrados en su cama del Hospital de Txagorritxu. Lo normal es que su estancia sea corta, menos de dos semanas, o incluso media, hasta un mes, pero hay quienes están más de treinta días ingresados. Son tres tipos de hospitalización que en ningún caso suponen interrumpir su vida académica, gracias a las clases que se imparten en un aula muy especial, ubicada en la primera planta del ala de Pediatría, exclusiva para niños enfermos. "Hace dos años, en julio, entró una niña de origen guineano a la que no le dieron el alta hasta noviembre", recuerda Ana García de Motiloa, la profesora que se encarga del programa gasteiztarra Aula Hospitalaria desde hace 17 años, diez de los cuales los lleva en el centro de la calle José Achótegui. "Al principio fue duro porque nadie te enseña a trabajar con el dolor, pero al final intimas más con ellos porque trabajas desde sus miedos, como el que tienen al ir al quirófano". Ana les aconseja que metan toda esa clase de pensamientos negativos en un globo de helio y los echen a volar porque las clases para estos alumnos de 3 a 14 años también son terapéuticas. Tanto es así que ella denomina a este tipo de servicio, que en Euskadi, sólo existe en Cruces, Basurto, Vitoria y Arantzazu, "la isla mágica", por ser un refugio que les aleja por unas horas de doctores, pruebas y olor a medicamentos.
El brillo de sus ojos y la sonrisa en los labios de estos pequeños así lo demuestra cada vez que por la puerta aparece la inconfundible bata de rayas rojiblancas de Ana. Nada que ver con las blancas de los médicos y el triste gris que predomina en el resto de las habitaciones de Txagorritxu. El color es la nota dominante de este espacio reservado para escolares hospitalizados: desde el amarillo, que inunda las paredes adornadas a la multitud de sus adornos que cuelgan de ellas, como el gigante gusano de papel, las fotos de los pacientes con los facultativos, o el azul de las baldas de la biblioteca, dividas en Infantil y Primaria. El día allí comienza como el de cualquier otra escuela. "Por la mañana damos Lenguaje, Matemáticas, Conocimiento del Medio o Inglés. Y si están ingresados poco tiempo les ayudo con los deberes. Las tardes, las dedico a las artes plásticas, que son las que más les gustan", cuenta esta mujer, quien en su dilatada trayectoria profesional ha visto los cambios que ha sufrido el programa: Desde sus inicios, hará hace 34 años, cuando en la antigua clínica Arana, surgió la voluntad de que los menores enfermos no vieran interrumpidos sus estudios, hasta la época en la que la capital alavesa tenía dos Aulas Hospitalarias, con la otra que existía en Santiago. Sucedió hace no mucho, hasta que en 2007 el centro dejó de tener menores ingresados.
El propio Txagorritxu no ha sido ajeno a estas transformaciones. La 'isla mágica' antes de estar en la primera planta se localizaba en la cuarta. "Como el espacio era un poco más grande, se podía atender a los niños que estaban en cama". Un hecho que no impide ahora que los que no puedan salir de las habitaciones no puedan continuar con su educación. "Voy yo misma hasta sus cuartos", agrega esta maestra. La de Victoria, de 5 años, es una a las que se desplaza la docente ya que "está con el oxígeno". La lleva cuentos, fichas o dibujos, como los de piratas, sus preferidos, para colorearlos.
"Actualmente, hay menos hospitalizaciones de larga estancia porque se procura que los niños estén menos tiempo ingresados. Pero cuando eso ocurre me coordino con el jefe de estudios del centro de origen para que pueda seguir el curso. Hace tres años, había ocho casos de menores que llevaban meses ingresados, pero desde el año pasado tres o cuatro". El sistema para ello es sencillo, basta una comunicación diaria mediante correo electrónico. "Hace poco tuvimos en el aula a una niña de Miranda de Ebro. Un compañero de su colegio nos decía los deberes que tenían que hacer para ese día por email".
Sólo hay dos días en los que este colegio se interrumpe por unas horas: el miércoles y el viernes. El motivo en el primer caso se debe para mejorar la formación de la propia Ana. Hace cursos de reciclaje, mediante charlas y conferencias. "Los viernes voy al Centro Terapéutico Educativo, que está en el Instituto Ekialde, porque es el que gestiona en esta provincia el programa de Aula hospitalaria, el de Atención Domiciliaria y el de los niños que tienen dificultades para aprender por problemas psicológicos".
Akou (6) y ahyeuri (9)
La veterana y el último en llegar
Una de las alumnas que lleva más tiempo con Ana es la niña más risueña de Txagorritxu: Akou, de 6 años, quien a diferencia de sus compañeros no está hospitalizada, pero sí necesita rehabilitación a menudo. Llegó de Togo con dos años, a punto de cumplir tres, como parte del programa de Tierra de Hombres, que trae a niños africanos con falta de recursos para operarse en la capital alavesa. En su caso, su intervención era más que necesaria al haber nacido con los dos brazos puestos detrás de la espalda y, además, pegados. "Se pidió asistencia educativa porque los traumatólogos la atendían casi a diario". Al final, ha pasado tantas horas en el Aula Hospitalaria, que la considera como su segunda casa, aunque eso sí, después de la de Paqui, su madre de acogida en Vitoria. Está tan a gusto en las clases que hasta se ha adueñado de una muñeca a la que ha puesto un nombre "muy original". "Se llama Akou", dice con una sonrisilla esta parlanchina, cuya primera estancia en la capital alavesa se limitó a un año. "Cuando se fue le dimos unos folios con los números pintados y cuando vino de nuevo ya se los sabía".
A su regreso, en esta segunda etapa, Ana se ha centrado en enseñar a Akou a leer. "Ha aprendido todo el alfabeto hasta la letra 'X'. También le pongo deberes y la doy cuentos". Le encanta leer relatos, como el del zoológico que acaba de sacar de la biblioteca. "Reconoce las letras, pero no entiende todo lo que dicen". Así que toca refuerzo. Ana mete en su mochila Teo, vamos a la playa. "Un libro muy apropiado porque se va de vacaciones a ver a su hermana Michelle". Pero Akou no quiere salir aún del aula, así que saca de su mochila un divertido bolígrafo con una bola naranja en forma de cabeza que ha realizado en manualidades. Después de leer, le apetece pintar y luego quién sabe. Apura el escaso tiempo que le queda. "El martes se va a las 7.00 horas porque vino para cuatro meses. ¡Te tendrás que poner el despertador, Akou!". "Yo no tengo despertador", "¿Cómo que no? ¡Si hasta se llama Manolo!", dicen la una a la otra entre risas.
Uno de los últimos escolares en llegar al aula de Ana es Ahyeuri, un niño de República Dominicana que cumplirá diez años en agosto. "Estábamos un día en la playa y al meterse en el agua se empezó a poner amarillo. Desde entonces no podía estar de pie y necesita oxígeno", detalla su madre. Eran los perversos efectos de su enfermedad congénita que le llevaron a ingresar hace una semana en Txagorritxu. "Necesita hacerse transfusiones de sangre y ahora estamos esperando los resultados de una ecografía". Fruto de su dolencia, Ahyeuri tiene que entrar a este peculiar colegio con la bata puesta y arrastrando consigo la botella de suero. Durante estos escasos siete días, los esfuerzos educativos de Ana se han centrado en enseñarle a leer. "Llegó hace escasos dos meses de la República Dominicana y allí no pudo ir mucho a la escuela". La isla mágica también deja espacio para cuatro ordenadores, donde los alumnos practican las tres web quest: 'Diabetes', 'Apendicitis' y 'Descubriendo el hospital'. "Les proporciono direcciones web para que conozcan más estas enfermedades o el propio Txagorritxu, para que sepan que además de quirófanos también tiene piscina, capilla y cocinas", detalla esta docente.