Vitoria. El profesor Juan Manuel Escudero apuesta por transformar los centros educativos en espacios de relación estrecha entre profesores a través de las comunidades de aprendizaje en las que se pueda hablar, discutir, colaborar y alcanzar una coordinación que sirva para mejorar la enseñanza. "En definitiva, crear espacios en los que los profesores aprendan a ser profesores", asegura.
Es una cuestión de formación, entonces. ¿Diría que al docente actual le falta práctica a la hora de impartir clases?
Una vez que un profesor está ejerciendo como tal es raro que tenga la oportunidad de ver a otro profesor enseñando, porque los centros no están pensados para ello. Están organizados de tal forma que el único interlocutor que tiene el docente son los alumnos y no otros compañeros. Y eso resta muchas posibilidades de crecimiento y de mejora, porque la profesión se realiza de una manera muy solitaria.
Puede que sea por falta de oportunidades, ¿pero cree que estarían dispuestos a dejarse mostrar ante otros cómo enseñan?
Es cierto que también por una tradición muy arraigada que hay en la profesión docente, cada profesor casi es un ferviente vigilante de la privacidad de su clase, de modo que si a alguien se le ocurriese visitarla, a menos que sea el inspector, sería una especie de intromisión. La clase se defiende como un espacio privado y el profesor lo que espera es que nadie se meta en lo que no le toca. De esa manera, al ser tan privado, digamos que cada cual tiene que construir su profesionalidad de una forma muy aislada, muy solitaria, sin tener otros referentes profesionales, a diferencia de otras profesiones, como los médicos, que se observan mucho. Y por eso las comunidades de aprendizaje precisamente pretenden crear condiciones para que los docentes, ya sea grabando las clases, observándolas y analizándolas conjuntamente, tengan la oportunidad de aprender la profesión.
¿Hay voluntad por parte del profesorado en aprender su profesión?
Hay de todo, pero sí que es cierto que en las últimas dos décadas hay gente que se ha quemado, porque ejercer esta profesión es un poco más complicado que antes. Pero si los centros se pensasen como un lugar en el que las personas que trabajan recibiesen más apoyos sociales y más estímulos intelectuales, la profesión sería más estimulante.
¿Considera los informes tipo PISA o las evaluaciones de diagnóstico que invaden a los centros cada año un instrumento útil para mejorar el sistema educativo?
Creo que son excesivos. Estamos en un tipo de sociedad muy competitiva, constantemente estamos comparándonos con los demás. Es importante tener información sobre cómo va nuestro país en relación con otros, pero le damos demasiada importancia. Ya es bastante triste que en este país sólo nos preocupemos de lo bien o mal que va la educación cuando sale PISA. Desde luego muchos de los datos no valen para nada más que para hacer rankings, porque en el fondo no se convierten en decisiones para mejorar la enseñanza. Los centros deben hacer un análisis reflexivo de los resultados de aprendizaje. Deben dedicar tiempo a investigar por qué estos resultados son los que son, y en qué medida se pueden deber a los contenidos que se están enseñando, que a lo mejor son indigestos, y las metodologías que se están empleando, que a lo mejor no son las más adecuadas.
En Euskadi preocupa especialmente los malos resultados que tienen los alumnos en Ciencias. ¿Cómo pueden saber los centros en qué están fallando?
Es un tema de preocupación no sólo en Euskadi sino en otras comunidades autónomas. Efectivamente, entre el alumnado que termina la Secundaria las opciones por las carreras científico-técnicas son menores que las relacionadas con las ciencias de la salud, económicas o derecho. El desafío más importante es renovar profundamente las metodologías de la enseñanza. La manera de que los alumnos puedan apostar por las ciencias puede que esté muy condicionada a las experiencias que han tenido con los profesores que les han enseñado esta materia. Un mal profesor de Biología lo que hace es inocular en sus alumnos ese rechazo.