Vanesa González nació con el síndrome de Stargardt, una enfermedad que va degenerando su retina. Desde bebé tenía problemas de visión, pero en los 30 años que tiene de vida ha ido experimentado una paulatina pérdida de capacidad, hasta el punto de que hoy tiene una deficiencia del 75%. Afortunadamente, la enfermedad parece estancada. "Desde hace unos años no va a más, pero sé que me puedo llegar a quedar ciega".

Pese a su incapacidad, asegura haber vivido una infancia y adolescencia de lo más normal. "En parte, gracias a la educación que me han dado mis padres, que me han dejado entrar y salir cuando he querido. He viajado y me he ido de fiesta con mis amigas. Hay otros a los que les han tenido tan protegidos que han desarrollado muchos miedos", explica esta joven, que tiene una hermana, también con la misma enfermedad.

Su familia eligió para ella una escolarización integrada. Los primeros años los pasó en el colegio Samaniego y más tarde fue a Jesús Obrero a terminar la Secundaria. Ambas etapas son recordadas por ella con cariño. "Con mis compañeros me llevaba muy bien, aunque siempre hay algún vacilón, pero eso pasa en todas partes. Y claro que tenía mis limitaciones pero si no podía hacer algo, pues no podía, no pasaba nada".

Los profesores se volcaron con ella para que no perdiera el ritmo. "Seguir la clases es más costoso para nosotros, eso es así; sólo leer una página me cuesta el doble que al resto", asegura. Vanesa recuerda con especial dificultad las clases de matemáticas. "No poder leer la pizarra durante las explicaciones lo dificultaba mucho; pese a ello, los profesores iban diciendo en alto todo lo que escribían".

La joven reconoce que los avances tecnológicos han permitido mejorar mucho la calidad de enseñanza de los invidentes. Cuando ella iba a la escuela se valía sólo con una lupa y con libros ampliados -no necesita el braille, aunque lo ha aprendido por si acaso-, pero ahora los ordenadores adaptados les sacan de cualquier apuro.

educación integrada

18 niños y jóvenes acuden diariamente a centros ordinarios en Álava

Vanesa está dentro del centenar y medio de jóvenes ciegos o con alguna deficiencia visual que cada año cursa sus estudios en un centro ordinario de Euskadi. En el caso de Álava este curso son un total de 18 los escolarizados, una cifra que, como recuerda el director de la Agencia de la ONCE en Álava, Rafael Ledesma, cada vez es menor, afortunadamente.

El organismo cuenta actualmente con 511 afiliados, entre los que la edad media es de 63 años. "Generalmente son ya mayores, gente que ha ido perdiendo la visión por un glaucoma o una diabetes. A diferencia de años atrás, cuando muchos bebés se quedaban sin vista por efecto de las incubadoras, ahora nos vienen muy pocos niños", explica. En cualquier caso, entre los que les llegan, proporcionarles una adecuada formación es una de las prioridades, y más ahora en plena crisis económica y con una elevada tasa de paro que afecta también a este colectivo.

La educación integrada es la principal apuesta de la ONCE. La organización trata de que el alumnado ciego comparta clase con el resto de niños y jóvenes de su edad y por ello cuenta con un convenio con el Gobierno Vasco que abarca la enseñanza Primaria, Secundaria y la FP. Ya en la universidad, también se fomenta la matriculación de estos estudiantes en centros ordinarios, si bien es cierto que poseen además una facultad propia en Madrid dedicada a la formación de fisioterapeutas. "Imagínate, tenemos sólo a 24 alumnos en una clase, lo que permite una superespecialización; además, los ciegos tenemos más desarrollado el sentido del tacto", explica Ledesma. Igualmente, es frecuente que opten por sectores como el secretariado o el periodismo, donde hay buenos profesionales. "Evidentemente, no vamos a ser nunca cirujanos", bromea el director.

Para todos ellos, la ONCE pone a su disposición una serie de recursos tecnológicos cuyo objetivo es facilitarles el aprendizaje. "Primero evaluamos si tiene algún resto visual o es completamente ciego, y en función de eso decidimos qué tipo de adaptación precisa", explica Arantza Uriarte, rehabilitadora de la ONCE.

Entre los aparatos que les prestan a los centros escolares alaveses están los ordenadores, los MP3 parlantes, líneas braille, la máquina Perkins así como un software con programas adaptados para magnificar pantallas. Asimismo, se les enseña a usar el programa Jaws, es decir, aquel mediante el cual el uso del ordenador se hace a través de la voz, lo cual supone que una persona ciega acceda a todo siempre y cuando las páginas web sean accesibles. "La tecnología ha avanzado mucho. Antes teníamos que grabar las clases en un magnetofón y cuando llegabas a casa había que volver a escuchar toda la lección", recuerda Ledesma.

Entre otras cosas, los monitores les enseñan a usar también el programa Daisy, a través de los reproductores donde se puede leer un audiolibro que provenga del Servicio Bibliográfica de la ONCE, para lo cual existe un sistema de préstamo como en cualquier biblioteca al uso. En este sentido, se mantiene un convenio con el Departamento vasco de Cultura para grabar cerca de 80 novedades literarias en euskera.

Sin embargo, la integración del alumnado ciego en las aulas no sería posible sin el personal del Centro de Recursos para la Integración (CRI), dependiente del Gobierno Vasco. Ellos colaboran mano a mano con la ONCE, y son los que se encargan de enviar a los centros profesores especializados para que los estudiantes no pierdan el ritmo de la clase. En otras palabras, mientras que la ONCE se encarga de cuestiones más tecnológicas, el ámbito de la docencia queda en manos del CRI.

Pese a la multitud de recursos disponibles para la población ciega en edad escolar, su integración laboral sigue siendo todavía una asignatura pendiente. La crisis está castigando también a este organismo. Prueba de ello es que frente a los 108 vendedores de cupones que han llegado a tener, ahora sólo hay 98. En cualquier caso, disponen de una bolsa de trabajo que está dando buenos resultados. La mecánica es la siguiente. La ONCE paga a las empresas para que dejen que sus afiliados completen unas prácticas de seis meses de duración. "Es una estrategia para que les conozcan, y la prueba es que funciona porque en muchas ocasiones acaban contratándoles", explica Ledesma. Esto es precisamente lo que le ocurrió a Vanesa, que tras estudiar un módulo de Administrativo en Molinuevo ahora trabaja en una empresa de recursos humanos.

De esta forma, también consiguen luchar contra los prejuicios que puedan existir a la hora de contratar personal ciego o con alguna deficiencia visual. "Existen muchos miedos, principalmente por desconocimiento, pero al final entienden que es como el resto de las personas; hay gente que funciona y gente que no", añade el director. Una opinión que también es compartida por Vanesa. "Les asusta un poco porque no saben si vas a ser capaz de hacer tu trabajo", añade.

En la actualidad, la ONCE genera más de 115.000 empleos en todo el Estado. Además de la bolsa de trabajo, también existe la posibilidad de trabajar dentro del propio organismo, como instructor, administrativo, personal de oficinas y, por supuesto, como vendedor de cupón.