fitur es una batalla de información entre diferentes destinos turísticos a menudo parecidos, en ocasiones iguales y, en pocas otras, completamente opuestos. Destacar en este totum revolutum de ofertas de experiencias resulta complicado. Pero la Feria de Turismo de Madrid brinda, cada año, ese reto. Los stands repartidos por los pabellones de Ifema luchan por llamar la atención. Los hay arriesgados (un ámbito donde los puestos internacionales suelen destacar), atentos (ahí las autonomías llevan la voz cantante), informativos o, como en el caso de muchas de las empresas representadas, simplemente útiles. Una fórmula exacta que combine estas cuatro temáticas es la clave del éxito porque, en ocasiones, se cae con facilidad en la exageración.
Euskadi se puede decir que lleva varios años dando en la tecla, tras diversas distinciones por el diseño de su muestrario. Este año, el stand resulta sencillo, directo y, a diferencia de otros que optan por escenarios de puertas abiertas, más bien recogido. Dicen quienes acuden a representar a las bondades del País Vasco que una de las claves de la propuesta vasca está en el bar, donde la selección de pintxos (labor a cargo de la Escuela de Hostelería de Gamarra) y caldos incluso obliga a controlar el acceso a este reservado. Pero ni siquiera en eso la CAV es única. Navarra, por ejemplo, en un stand convertido en una oda a Kukuxumusu, también apuesta por un aspecto de cafetería. La Rioja, por su parte, lleva a gala su lema de La tierra con nombre de vino, y Castilla y León presume de movilidad sostenible, con algunos integrantes de su staff recorriendo la feria en bicicleta.
Coincidencias como ésta parecen demostrar que, en materia de captar clientes de propuestas de ocio, todo está inventado. Sin embargo, siempre hay exposiciones que intentan dar la nota. Así, se puede ver recorriendo la feria a peregrinos a Santiago, montañeros de Castilla y León, empleados del ferrocarril de Ourense, un conquistador extremeño y un indígena semidesnudo, gigantes pies andantes, un mono enorme de Gibraltar o bailaoras flamencas. En el ámbito de los trajes regionales, en cualquier caso, son los destinos internacionales quienes captan más miradas. En especial, los puestos de América (con la sosa excepción de Estados Unidos) y Asia.
Los stands extranjeros registran, habitualmente, la mayor afluencia de público. Destaca la efectividad argentina (que parece, directamente, una agencia de viajes), la pirámide a lo Louvre de Egipto o los bailes colombianos. Quienes buscan el morbo, visitan Túnez; quienes quieren divertirse, se quedan en Puerto Rico; los que persiguen curiosidades, se ríen al ver extrañas combinaciones de ubicación, como Reino Unido junto a Siria y Eslovenia al lado de Libia; y quienes sólo tienen ojos para la espectacularidad, se quedan con la boca abierta ante la desmedida bandera de Francia o los monumentos mexicanos. Los escaparates estatales son, en su mayoría, más comedidos. Algunos simplemente apuestan por un color (Zaragoza se viste de rojo, Aragón de amarillo, Isles Balears de azul...) y otros se tiran a la piscina con arriesgadas propuestas como el jardín andaluz de Doñana, las ovejas de diferentes formas de Castilla La Mancha o el escenario cinematográfico de Murcia.
Sea como fuere, esta edición de la feria también tiene puntos en común, como la apuesta por el reciclaje, las estructuras en cartón y las bolsas reutilizables. Varios puestos repiten elementos y ahorran regalos, pero al menos esta vez sí hay un tesoro novedoso: la exhibición de la Copa del Mundo, que provocó grandes colas durante la jornada inaugural para que los visitantes se fotografiaran junto a la conquista de la selección. Eso, al menos, no estaba el año pasado. Y ahora toca rentabilizarlo.