El coro Crescendo, ataviado de negro y con un foulard rojo, puso ayer la voz a los niños que no tienen acceso a la educación en la plaza de los Fueros con un repertorio de canciones de todo el mundo. "La idea es hacer un viaje para comprender que ir a clase no es tan fácil porque hay niños que tienen que realizar un esfuerzo importante para ir a estudiar", explica Nieves Alemán, una de las organizadoras de esta actuación, con motivo del XXI Aniversario de los Derechos de la Infancia y Adolescencia.

La reivindicación de ir a la escuela se materializó con Danza negroide, un tema de Latinoamérica en el que la voz melodiosa de estos jóvenes alaveses se acompasó con el baile de una mujer, que escenificaba la venta de tamales, unos tacos de maíz cuya venta aleja a los niños de la escuela.

Sin embargo, este concierto no fue el único que puso la nota de color en el día de la Convención de la Infancia. Bajo el lema Muévete por tus derechos, otras dos carpas perseguían concienciar a los menores en la importancia de la igualdad, el respeto y la salud a través de diversos talleres. La exposición fotográfica Vitoria y la infancia y adolescencia daba la bienvenida a los visitantes que entraban al recinto más grande y servía para demostrar que el parque, el colegio o los amigos son parte de la realidad cotidiana de los menores.

Al lado de esta muestra, los hermanos Lander, de 5 años, y Lucía, de 6, se encontraban en el taller de dibujo de la red de ludotecas, muy afanosos coloreando un payaso. "El de Lander defiende la igualdad y el de Lucía la identidad", cuenta Alicia, la madre de estos pequeños, de cuyos cuellos colgaba una tarjeta muy especial. "Por cada taller en el que participan les ponen una pegatina y, como han estado ya en todos, sólo les falta estar en el de la no discriminación para que les den el calendario", detalla esta vitoriana, quien a continuación ve cómo las obras de arte de sus hijos pasan a formar parte del mural de esta actividad, decorado también con globos, como Amor y respeto, o Educación y juego.

Una de las áreas que más público congregó fue la de hacer la careta de Kimbo, el personaje que protagoniza el spot de la campaña de Unicef. Un niño africano que enseña cómo con un gesto tan sencillo de cambiarse el nombre por el de un menor enfermo que viva en su aldea, puede ponerle sano de nuevo, tal y como enseña el mismo anuncio.

Aunque, en esta ocasión, a los gasteiztarras más txikis no les hizo falta viajar al continente negro para ponerse en la piel de los más necesitados. Con tan sólo recortar una careta del personaje de esta ONG, que trabaja en más de 150 países para reducir la mortalidad infantil, pudieron solidarizarse con la salud. Ibai, de un añito, ocultaba su rostro tras una de ellas a la que acababa de dar un poco de color con unos garabatos, que impresionaron a Mónica, su madre. Adrián fue otro de los niños que hizo esta máscara y que también aprovechó para fijar su nombre, lo máximo que pudo a sus cuatro años, en una chapa con la ayuda de Mari, su ama.

Por las actividades de manualidades también se decantó Izaro, de 7 años, quien había dejado a su padre con el portarretratos mientras esperaba a la cola del taller de dibujos.

En la carpa pequeña no pudieron faltar las chapas de Bob Esponja y mucho menos en las manos de Asier, de 7 años, fan incondicional de esta esponja que vive en una piña debajo del mar. La tarea de elaborar una casa para pájaros dejó con los ojos como platos a Eugenio, cuando se vio de repente convertido en carpintero, aunque eso sí, su hija Ixone, de 6, le sujetaba el martillo, mientras él se encargaba de encolar las cuatro paredes de la choza para canarios.