Bilbao. En un par de horas, la voz mustia, nerviosa y juvenil de David Gregorio M.C. olvidó su tristeza y amargura. Su madre podrá estar a su lado el día que entre a quirófano en el hospital de Cruces para ser intervenido de un tumor cerebral. Sabe que se trata de una operación de riesgo; puede quedarse tetraplégico o sufrir pérdidas de memoria o quedarse sin olfato o tacto... o lo peor. Sin embargo, la angustia y ansiedad de este ecuatoriano de 28 años son menores después de que a última hora de ayer (mediodía en Guayaquil, la tierra que lo vio nacer) recibiera la esperada llamada telefónica de su Martina.
Por fin, la cónsul española en aquel país suramericano, Sofía Ruiz del Árbol, había dado el visto bueno a la concesión de un visado temporal por razones humanitarias para que su madrecita pueda cruzar los Andes y acompañar a su hijo pequeño en un momento tan delicado. "El sábado a primera hora espero que pueda estar aquí", reconocía un David cansado, "muy cansado", por el fastidioso peregrinaje que el Consulado español se empecinó en prolongar en el tiempo. "Hasta tres veces ha tenido que cambiar de vuelo mi madre porque no obtenía el visado", repetía, ahora sí, ilusionado este cocinero arribado a la capital vizcaina hace ocho años "para hacer mi vida", reconoce sentado en su hogar.
La diplomática española se negaba a otorgar el documento para que Martina saltara los nueve mil kilómetros que la separan de su hijo, a quien no ve desde hace cinco años, alegando que "no está debidamente justificado el motivo del viaje y hay temor de que la madre pretenda quedarse en España" a trabajar. "¿Qué va a venir aquí una persona de 57 años a trabajar?", respondía molesto David. "Tiene allí su vida hecha. Tiene incluso un pequeño comedor allí y eso se lo comentó a la cónsul", zanja.
El joven, incluso, tuvo que enviar una copia de sus nóminas, de su vida laboral, del contrato de trabajo, justificar su lugar de residencia, las bajas médicas... "No sé qué más quiere esta cónsul", razonaba. Y es que, hasta la tarde de ayer, la diplomática española también hizo caso omiso del informe médico que confirmaba la gravedad de la enfermedad de David expedido por el hospital de Cruces el pasado día 13, y de la carta de invitación policial favorable a la venida de su madre fechada a comienzos del pasado mes de agosto, el día 3 en concreto, tal y como ha podido saber DNA.
Todas estas peripecias burocráticas han agravado y oprimido aún más los sentimientos de David y de Martina, a quien la Defensoría del Pueblo de Guayaquil ha tenido que prestar apoyo psicológico para poder afrontar la dramática situación. "Yo sólo quiero que esté aquí. Necesito que mi madre esté conmigo", se sincera el joven con la mirada entregada al calendario.
Reunión en Cruces Hoy tiene que acudir al centro hospitalario para charlar con los neurocirujanos, quienes le recordarán los riesgos que entraña la operación para extirparle el angioma cavernoso cerebral, un tumor maligno congénito que le provoca ausencias, mareos, inestabilidad y otros males. "Se ha reventado y sangra cada vez más y más", abrevia sobrio David.
"Aparenta estar aceptable pero tiene un drama terrible", apunta su sostén legal de las últimas semanas, Javier Galparsoro, abogado especializado en asuntos relacionados con la inmigración y presidente de la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi y uno de los culpables de que David, finalmente, pueda mirar a su madre y sentir el calor de su mano antes de caer bajo los efectos de la anestesia. "Conoce los peligros de la intervención y lo afronta con dignidad y entereza", explica. El joven ecuatoriano repite que "yo quiero que mi madre esté conmigo porque estoy solo", para cerrar su plática con un dramático "tengo amigos y eso, pero... Estoy con coraje, indignado. Eso me preocupa más porque si me llaman para la intervención…". El propio informe médico remitido al Consulado español insistía en que "precisa soporte familiar in situ en previsión del postoperatorio de dicha intervención".