Prostitución masculina en Euskadi >

Bryan, un joven brasileño, empezó a prostituirse hace seis años por necesidad, mientras que su colega vasco Eneko comenzó, apenas hace año y medio, por adicción al sexo. Dos visiones diferentes sobre una realidad extendida en Euskadi.

"Era hacerme chapero o pasar hambre"

Se anuncia como un jovencito cañero supervicioso, pero es puro marketing. Más que practicar sexo remunerado, a Bryan lo que le gustaría es poder tener amigos. O ir al cine. Toda una utopía para este brasileño que, recién estrenada la mayoría de edad, puso su cuerpo en alquiler. "Vine a Europa buscando un trabajo normal, pero como no tenía documentación, me tuve que poner a hacer de chapero. Era eso o pasar hambre", se lamenta. Seis años después de ofrecer su primer servicio, aún lo recuerda como si fuera ayer. "El primer día fue horrible, fatal. Eso no se olvida jamás, pero bueno, así es la vida", musita resignado.

Chico BRASILEÑO

"Éste es un trabajo más de psicólogo que de puto"

Su tiempo es oro. Una hora vale cien. Media, sesenta euros. Por eso no se anda con rodeos e invita a trasladar la conversación telefónica a su móvil personal. No es cuestión de ocupar la línea con la que se publicita en el periódico en plena crisis. "La cosa está fatalísima. Antes ganaba bastante, cinco, siete, ocho mil euros al mes. Ahora saco mil, ochocientos...". Con eso, dice, apenas le da para vivir. "Tengo que enviar dinero a Brasil, pagar la comida, el teléfono, los billetes, porque si me va mal aquí, me tengo que ir a otra parte y buscar piso y todo". De hecho, tan sólo lleva dos meses en Bilbao y ya está planeando poner rumbo a Alemania.

Por muy mal que vaya el negocio, Bryan, uno de sus múltiples nombres de guerra, no hace rebajas. "Igual trabajas en un piso, la dueña te cobra 150 ó 200 euros a la semana y hay veces que no haces ni para el alquiler. Pero yo no bajo el precio. Hay gente que sí. Muchos por 15, 20 ó 30 euros te ofrecen lo que quieras, pero es gente que no tiene amor propio". Él tiene una tarifa más abultada, que incluye, además de lo obvio, comprensión, masajes o besos. "Algunos vienen para hablar de su vida y de sus hijos, otros para follar, otros quieren sólo caricias y abrazos... Esto es un trabajo de psicólogo más que de puto", concluye.

Sin licenciatura que valga, Bryan se ha recorrido Londres, Bélgica, Francia, Italia y España. Y ha recibido en su cama, o eso dice, a "personas muy importantes". "Hay alcaldes de ciudades que han estado conmigo. Del País Vasco no", aclara para que no salten las alarmas. La mayoría de sus clientes "son señores de 35 a 75 años" y entre ellos no faltan un soltero maduro que vive con su madre, un sordomudo que se llegó a gastar 300 euros en una semana y muchos padres de familia. "Hay quien tiene tres hijos y mujer. Te quedas flipado. Les da vergüenza reconocer que son homosexuales".

Aunque "hay mucha gente que lo ve como un trabajo normal y otra que ha nacido para esto", este joven sin papeles se retiraría del mercado hoy mismo si pudiese acceder a otro empleo. "A mí personalmente no me gusta, lo hago porque no hay trabajo", insiste. Y sueña con poder salir de esta espiral por la que se le está escurriendo su juventud. "Pierdes mucha libertad, trabajas 24 horas, no tienes vida social. Estás 20 días aquí, 20 en Granada, 20 en San Sebastián, todo el rato viajando. Llevo seis años encerrado en pisos. No voy a estar hasta los 35 con esta vida. Quiero tener pareja, casa, trabajo...", ansía y asegura que, en cuanto "junte 5.000 euros", volverá a su país.

En Brasil, ajena a la ocupación de su hijo, su madre recibe orgullosa los 200 ó 300 euros que le envía al mes -antes mandaba hasta 1.500-. "Mi madre no lo sabe. Imagínate. "Mira, soy un puto". No es una alegría ¿verdad? No, prefiero que ella no lo sepa. Le digo que trabajo de camarero, de limpieza, de lo que sea. Ella no sospecha. ¿Qué madre va a pensar que su hijo va a trabajar de puto? A mí tampoco se me pasaba por la cabeza antes de venir".

Universitario euskaldun

"Esto es un pueblo, yo estuve con el mejor amigo de mi padre"

"Bai, nor da?". Suena tan familiar que por unos instantes uno duda de si se ha equivocado de teléfono. "Yo siempre contesto en euskera. Es una forma de atraer a esa persona porque dice: Joder, qué confianza, un chico de aquí, que no me la va a jugar". Otros tratan de copiar la estrategia, pero mueren por la boca. "Hay mucha gente que pone Eneko, chico dotadísimo y cuando llamas: No, es que mi madre es vasca, pero se fue a vivir a Brasil cuando yo tenía dos años y, claro, hablo sólo brasileño porque acabo de llegar".

Vestido con una camiseta roja y unos pantalones negros, este locuaz universitario abre las puertas de su casa y de su intimidad. "Yo tuve una relación muy importante con una mujer, tengo hijos, pero llegó un momento de mi vida -incluso acudí al psicólogo- que creo que fui adicto al sexo". Un amigo suyo se lo puso en bandeja. "Tenía un piso en Bilbao y me pidió que me quedara durante sus vacaciones controlando los ingresos. Aunque mis experiencias sexuales con hombres se habían limitado a roces y besos, una noche de fiesta me encontré con uno de los clientes y fue la bacanal de mi vida. Al final te lo planteas y dices: ¿Por qué no? Como yo me encargaba de abrir la puerta del piso, si físicamente la persona me atraía, le ofrecía mis servicios y si no, no, porque para mí era una necesidad sexual, no económica, en ese momento", se sincera y enciende un cigarrillo. "Estoy tenso", admite.

Consciente de que es un privilegiado, no trabaja de noche, descansa los fines de semana y se reserva el derecho de admisión. "Yo filtro muchísimo. Hay gente que con tal de ganar 1.000 euros es capaz de follar a pelo, cosa que yo no haría en mi vida, o de tragarse el semen". Tampoco practica sadomasoquismo ni acepta propuestas escatológicas, aunque le han llegado a ofrecer 100.000 euros. "El dinero estaba encima de la mesa. Yo le dije que no, pero encontré a una chica transexual dispuesta a hacerlo. ¿Por qué? Porque ese dinero es el que habría ganado en todo el tiempo que tenía previsto estar en España. Cobró y se fue a su país. Me relaciono con ella por Messenger y me agradece todos los días de su vida lo que hice. Teniendo en cuenta lo que tuvo que hacer, no sé cómo me lo agradece, pero bueno, allá cada uno con su conciencia".

Contratado por parejas, hombres y mujeres, él lo tiene más fácil. "Si tuviese sexo con todos los clientes, no me dedicaría a esto. La mayoría lo único que quieren es compañía y hablar. Les das un masaje, afecto, y eyaculan solos. Muchas veces ni les llego a tocar el pene", asegura y cifra en un escaso 10% el número de quienes le demandan sexo a secas.

Con un sueldo que oscila entre los 6.000 y 10.000 euros al mes -"yo no pensaba que se podía mover tantísimo dinero" -, calcula que en un par de años ahorrará lo suficiente para "dejarlo y montar algo" por su cuenta relacionado con sus estudios. De hecho, ahora también dedica parte de su tiempo a un trabajo convencional "porque quiero tener una seguridad social y unos ingresos fijos todos los meses". No en vano tiene que hacer frente al alquiler del piso donde vive y del céntrico apartamento, con ducha y jacuzzi, donde recibe a sus clientes, de entre 30 y 50 años. "Tengo desde políticos, curas, empresarios, gente que sale en los medios de comunicación, directores de lugares públicos... Son personas con gran poder adquisitivo. Luego te los encuentras por la calle y van con la mujer y los hijos y te hablan como si fueses un amigo de toda la vida. Es supercurioso", asegura.

Al otro lado de la mirilla, quien se anuncia como un chico dotadísimo y versátil se ha llegado a encontrar a más de un conocido. "Esto es un pueblo. Yo he estado con el mejor amigo de mi padre. Se quedó superpillado cuando abrí la puerta, pero a mí no me importa. Yo ofrezco un servicio y él paga por recibirlo. Entonces, ¿quién está obrando mal: él o yo? Yo creo que ninguno de los dos". A quien sí rechaza es a quien no ha cumplido la mayoría de edad. "Te llama mucha gente menor de 18 años porque quiere probar. O no te dicen la edad y cuando vienen: Joder, es que son de la edad de mi sobrino. Y entonces le digo: ¿Tú qué haces aquí, qué años tienes? Dieciséis. Siento haberte hecho perder el tiempo, pero vete". Suena el móvil. "Bai, nor da?". Queda con un cliente habitual dentro de poco más de hora y media.

Ni siquiera ahora que "ha conocido a una persona" y se plantea echar el cerrojo, reniega de su oficio. Tampoco, dice mientras posa desnudo ante la cámara, lo hará en el futuro. "No me voy a arrepentir. Hago lo mismo que hace la gente de 27 ó 30 años, pero cobrando. Tengo amigos que un fin de semana se follan a diez tíos. ¿Quién tiene más escrúpulos: el que folla en el váter de un bar o yo, que hasta les puedo duchar?". La pregunta flota en el aire, envuelta en el aroma de Jean Paul Gaultier con el que se ha perfumado para su cita.

Este joven vasco, que se prostituye desde hace año y medio, posa desnudo sobre su cama. Foto: PABLO Viñas

Bryan manda dinero a su madre a Brasil que lo recibe orgullosa sin ser consciente de cómo lo consigue su hijo

Prostitución masculina en Euskadi

Las frases

"¿Quién tiene más escrúpulos: el que folla en el váter de un bar y no cobra o yo, que hasta les puedo duchar?"

"Llaman menores de 18 años para probar o no te dicen la edad y cuando vienen: Joder, son como mi sobrino"

"Hay gente que, con tal de ganar 1.000 euros es capaz de follar a pelo"

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