EMMA ensayaba al mediodía algo nerviosa la letra que entonaría a primera hora de la tarde junto al resto de sus compañeros del colegio Luis Dorao frente a los padres que, poco más tarde, observaban embelesados el desigual coro que formaban sus pequeños. "Aintzaldu daigun Agate Deuna...", canturreaba la pequeña de cinco años. Un par de fraseos más y... un lapsus. "No me acuerdo cómo sigue la letra", sonreía mientras su abuelo Julio le enseñaba lo que se cantaba también en jueves de Lardero cuando él era mozo.

Y es que, en el hermanamiento que supone la festividad de Santa Águeda, lo menos importante es cantar bien o mal o saberse la letra al dedillo. Porque makila en mano, la tradición se perpetúa y las diferencias entre gente de todas las edades y culturas desaparecen.

Así se demostró ayer una edición más. Y es que Vitoria sonaba diferente y se veía diferente. Porque Santa Águeda la dejó provista de voces blancas, melodías familiares y la protegió del frío gélido y los temporales que últimamente han azotado el territorio. Varios coros salieron la víspera de la festividad para cantar sus canciones y recordar a la que es la patrona de las mujeres.

Así lo hicieron en los colegios no sólo los más pequeños, sino también coros profesionales que templaron con sus notas la tarde-noche de la capital alavesa. Unos, vestidos de caseros y otros, con el pañuelo tradicional. Pero eso sí, todos con la makila en la mano para poder terminar la canción con determinación y pasar la correspondiente txapela más tarde para recaudar algunas monedas.

Ya no son sólo quintos como antes, ni se hace mayoritariamente en los pueblos. La tradición se recupera y se renueva en toda la provincia, pero no por ello pierde fuerza. El legado está en la mano de los más pequeños que, como Emma, siguen disimulando los nervios de una frase perdida para acabar makila en alto con el claro "bat, bi, hiru, riau!".