A veces da la sensación que algunos lugares durante muchos siglos se han visto en el centro de todo y que en la actualidad han decidido apartarse de la primera linea para poder dejar reposar su historia y darla a conocer, mostrarla con tranquilidad a quienes los visiten.

El Valle de Aibar, en la navarra Merindad de Sangüesa es uno de estos lugares. Junto a la muga con Aragón, este recoleto valle entre la sierra de Izco y el río Aragón está recorrido por arroyos y barrancos que hacen de sus tierras fértiles campos agrícolas en los que el cereal y las vides protagonizan el paisaje contrastando con el bosque mediterráneo que cubre las laderas de montes y colinas.

Este paso natural hacia el Ebro, hacia el Pirineo y hacia el norte de la península Ibérica pronto se convirtió en un nudo de caminos.

La plaza Consistorial de Aibar. J.M. Ochoa de Olza

Vascones y romanos fueron de los primeros. Después se convirtió en campo de refriegas entre los reinos de Navarra y Aragón, con los musulmanes hostigando a unos y otros. El ramal aragonés del Camino de Santiago también trajo peregrinos de toda Europa. Comercio, arte, religión y política se dieron cita aquí.

De Aibar a Sada

Aibar, la localidad que da nombre a la valle, es ahora un municipio independiente, como todos los que formaron parte del antiguo almiradío de Val de Aibar.

Poco queda de su castillo encargado de su defensa, solo lo que parece la base de una de sus torres y que se puede visitar en las afueras de la villa, próximo al monumento a los republicanos represaliados durante la Guerra Civil.

Pasear por el casco urbano medieval de Aibar descubre el cariño de su vecinos en su esmero por ponerlo en valor. Destaca en el centro del pueblo la iglesia de San Pedro, una joya románica del siglo XII. A su alrededor se desgranan casas de piedra, muchas blasonadas y con nombre propio, que muestran un importante patrimonio civil ligado a su original función militar.

No hay que dejar de visitar la Casa Museo de los Oficios y de la Memoria, ni de acercarse hasta la plaza del Ayuntamiento, presidida por la escultura a Sancha de Aibar, madre del primer rey de Aragón, Ramiro I, y que cuenta con uno de los pocos frontones de plaza libre, sin pared lateral, de esta zona.

A la salida de Aibar, en dirección a Leache se encuentra el restaurado lavadero bajo una cubierta porticada de piedra y madera.

En Leache, recibe al visitante parte de la torre del viejo palacio, completamente derruido.

Los restos del palacio de Leache. J.M. Ochoa de Olza

Quizá algo menos monumental que Aibar, sus casas también son de piedra y tan cuidada como unas calles que, a diferencia de la mayor parte de los pueblos del valle, son llanas. Junto a la iglesia de la Asunción, otro templo románico, se encuentra la plaza de Moriones, considerada el corazón del pueblo. Además de la iglesia limitan el lugar el Ayuntamiento y la propia casa Moriones.

Dos arcos de un antiguo corral de campo dan paso a través de una escalera al Rincón de Juangarche.

En una comarca bien regada, no podía faltar un conjunto formado por un pozo medieval del siglo XIII, un lavadero bajo de piedra y una gran aska, un abrevadero en la que ya no bebe el ganado.

Finalmente, las ruinas de la iglesia de San Martín vigilan desde la ladera Leache. Solo queda en pie el muro que cerraba los pies de la nave, del resto solo la base del muro perimetral. Pero como son pocas las iglesias sin frontón, el muro superviviente es también el frontis del de Leache.

Sada es la última parada de este recorrido y es uno de los asentamiento más antiguos del valle. Por aquí pasaba la calzada romana que unía Liédena con Eslava. Por ella viajaban los productos agrícolas locales. Con el tiempo esta vía acabó dentro del Camino de Santiago aragonés.

Interior de la iglesia de San Vicente de Sada. J.M. Ochoa de Olza

Su edificio más destacado es la iglesia de San Vicente, edificio del siglo XVI pero que en su origen fue fortaleza medieval y reconvertido en templo cuando pasó a ser propiedad del monasterio de Leyre. Llama la atención que la torre e iglesia estén separados.

De Moriones a Lerga

A la salida de Sada un desvío de la ruta principal lleva a Moriones, una pequeña villa en la ladera de la sierra desde la que se obtiene una buena panorámica del valle de Aibar. para ello hay que subir hasta la iglesia de San Martín.

Una rápida visita a las ruinas de la antigua ermita de Santa María Magdalena, un templo románico cuyos muros se han consolidado y que ahora es el cementerio de la villa. Dos esbeltos cipreses anuncian su nueva función.

El siguiente hito es Eslava, una villa en la que además de admirar su legado medieval como bastión fronterizo y cuyo castillo fue demolido por orden del cardenal Cisneros en 1516 tras la conquista de Navarra, también nos remonta hasta las eras romana y prerromana con el yacimiento de Santa Criz, uno de los más impresionantes del norte de España, un importante foro junto a la que se ha descubierto un castro vascón anterior.

Eslava mantiene todo su encanto medieval de calles estrechas que desde la carretera al pie del cerro van subiendo hacia la ermita de Santa Bárbara, en lo más alto. Para llegar hasta ella hay que ver primero la iglesia de San Miguel, original del siglo XIII y ampliada en los siglos XV y XVI.

Pero a todo esto, el artista Félix Zaratiegui a añadido su Paseo Megalítico, un conjunto de seis esculturas que se van descubriendo sosegadamente mientras se pasea por Eslava.

La cercana y coqueta Lerga cierra este recorrido por el valle de Aibar con sus cuidadas calles y casas de piedra, muchas con blasones. Todas las características artísticas del lugar se pueden resumir en la iglesia de San Martín, un templo románico del siglo XIII. Como otros de su entorno fue ampliado en los siglos XVI y XVII, fecha de la que data su retablo mayor. En el exterior, un jardín recuerda a los claustros de los monasterios por su tranquilidad y el fresco de los árboles que le dan sombra.

La obra 'Cinco cipreses', parte del Paseo Megalítico de Eslava J.M. Ochoa de Olza

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El Paseo Megalítico de Eslava

El Valle de Aibar lleva habitado desde tiempos inmemoriales. Hasta los poblamientos romanos se llega sin problemas. También hasta los asentamientos prerromanos. Incluso más allá, hasta la Edad de Hierro. A partir de aquí, el escultor Félix Zaratiegui ha querido aunar esta presencia histórica con las costumbres del pueblo y la interacción del público con la obra. Para ellos creó seis conjuntos escultóricos que levantó en distintos puntos de la villa con la colaboración desinteresada de los vecinos en auzolan a lo largo de los veranos entre 2015 y 2019. El resultado son los monumentos Cinco cipreses, Agujas, Mirador, Enigma, Caminante y Korrontxos.