Cuando se echa la vista atrás a la trayectoria de la Ertzaintza, hay un puñado de hitos que aparecen de forma invariable en cada conversación. La visita de Juan Pablo II al santuario de Loiola en 1982, las inundaciones de 1983, el brutal accidente aéreo del 19 de febrero de 1985 en el monte Oiz, que se saldó con 148 muertos... En el caso de los ertzainas que han estado ahí desde el principio, es inevitable que estos hechos les hayan tocado de una u otra forma.
“Yo estuve en el monte Oiz desde el minuto cero”, afirma Iñaki del Pozo, que en ese momento era miembro de la Brigada Móvil. Explica que, tras recibir el aviso, “no pudimos llegar al lugar porque estaba atascado de vehículos, todo el mundo quería ayudar. Conseguimos llegar andado por el monte y había que ver aquello, era dantesco. Una ladera de pinos que no podías abarcar con los brazos, segados desde el repetidor hasta el valle, que es donde quedaron los restos más grandes. Y todo ese camino con cadáveres, pero no había ninguno entero, eran todo cachos”, describe.
Eso el primer día, pero el segundo día “ya empezaron los olores y es un olor que no olvidas en la vida”, asevera, un aspecto en el que coincide Iñaki Muneta, que estuvo presente en la visita del Papa. La misma tuvo lugar el 6 de noviembre de 1982, apenas un mes después de la graduación de los primeros ertzainas. Muneta ya estaba antes, al ingresar como miembro de los Berrozi en 1980. “La visita de un Papa tiene una repercusión mundial y fue un despliegue organizativo extraordinario para el momento”, algo de lo que no fue del todo consciente mientras estaba allí como escolta del consejero de Justicia, pero sí con el tiempo.
Coordinar unidades
En el momento en el que Wojtyla aterrizó en Euskadi, los berrozis ya no estaban solos y Muneta insiste en que “la salida de la Ertzaintza supuso un pulmón”. El comisario apunta otros “episodios de mucha enjundia que se salvaron con nota”, como la tumultuosa visita del rey Juan Carlos a la Casa de Juntas de Gernika, en febrero del 81 y sin que la Ertzaintza como tal hubiera echado aún a andar. “La diferencia en cuanto a tener que intervenir en un desalojo es abismal”, señala.
“Ya empezó a haber coches policiales por delante de la comitiva del lehendakari y de los consejeros, ibas a lugares y había un cordón policial de protección”, por lo que “era dificilísimo que te tocaran”, prosigue. “Y no digamos cuando salió la Brigada Móvil, eso fue una bendición”, agrega. “Solo se puede hablar bien porque los servicios de seguridad que ha realizado son extraordinarios”.
Del Pozo resume que primero salieron a la calle “y luego se fueron creando unidades, la Ertzaintza se fue desarrollando con especialistas y ya empezamos a ‘coordinar gremios’. Es como contratar una obra, cada uno hace lo que le corresponde y hay alguien que lo coordina todo”.