oy, en la derecha hay euforia; en la izquierda, desazón. El PP recupera su pálpito; el PSOE, se psicoanaliza. Pablo Casado resurge; Pedro Sánchez calla. Hace apenas un mes, todo era al revés. En estos tiempos de política líquida, de redes incendiarias, de titulares sonoros y hasta de cortes de pelo, solo se vive de sensaciones. Arrasa Ayuso en el 4-M y, de repente, parece que también ha ganado en el resto de España, como si existiera un nuevo orden político. Es esa fuerza centrípeta de Madrid que si todo no lo mueve, al menos lo aparenta. En el 14-F catalán, en cambio, ganó Illa, se estrelló el PP y no se movió una hoja del árbol. Ahora, la agitación se desparrama. Hay mucha más inestabilidad. Y eso que sigue sin eclosionar el esperpento de las narcisistas negociaciones sobre el futuro Govern. Un desenlace con la carga suficiente para alterar el espíritu de la moción de censura en el Congreso, justo en el momento de mayor incertidumbre de los dos partidos de la coalición.
La tensión se palpa. Sin estado de alarma, se ha instalado el caos. Los veredictos judiciales han acabado a modo de lotería y enardecido las reacciones de las autonomías, aunque el eco de estos enfados tampoco inquieta en La Moncloa. Cada territorio marca su propia hoja de ruta y hasta algunos aventuran cómo será el verano en su tierra. A semejante desbarajuste se añaden las rectificaciones entre algunos ministros y su jefe: a una hora de la mañana les vale el recurso ante el Supremo para calmar las protestas y cinco minutos después, ya no. Un carajal avivado por mensajes contradictorios, desmadres de terrazas y algarabías nocturnas, mucha indignación de los sanitarios y, sobre todo, vista gorda para que empiece a llegar el turismo extranjero. Vaya, copia y pega del modelo de libertinaje de Díaz Ayuso que tan buenos réditos le ha dado.
Sánchez ha aprendido del sonoro bofetón de Madrid. Se acabó hablar de pandemias, estado de alarma, toque de queda y en casa sin salir. Vía libre a un nuevo lenguaje positivista: vacunas y brotes verdes. La pócima que entiende suficiente para levantar cuanto antes el ánimo de su tropa, rebajar las ínfulas de la oposición y recuperar buena parte del crédito perdido. La coreografía está diseñada: ir restando días en el calendario al objetivo fijado de ese 70% de la población vacunada. Toda la suerte a una carta y le puede salir bien porque sabe que Europa está firmemente comprometida a liberar las dosis de virales suficientes.
Con esa mejoría cada mañana en los informativos, Iván Redondo predice que empezaría a revertir ese estado de opinión tan inquietante. Esta vez tiene que acertar porque le empiezan a señalar desde Ferraz y, sobre todo, desde una FSM donde siguen azorados, aunque dispuestos a encarar la enésima escabechina sin preocuparse por el desgarro interno y las causas reales de su derrota. Los socialistas andaluces tampoco les van a la zaga. Se prevé una pelea a degüello donde Sánchez, autor confeso de la maniobra, se juega demasiado. Susana Díaz va a muerte en estas primarias porque no tiene nada que perder una vez que se sabe amortizada. El destrozo que se augura entre afiliados asegura unas derivadas nefastas para el partido porque le alejará aún más de recuperar el poder de la Junta que siempre creyó suyo.
Unas primarias, andaluzas, pero que tendrán una inmediata interpretación estatal. Una victoria del susanismo debilitaría en exceso al presidente dentro y fuera del partido. Internamente porque trastocaría los planes de esa mayoría a la búlgara para el Congreso Federal de octubre; en las Cortes, porque la atmósfera se haría más irrespirable todavía.
Flota demasiada inquina entre los partidos mayoritarios. Todos revueltos y ansiosos, pero nadie quiere un adelanto electoral, que no habrá. Unos, porque tienen demasiado miedo después del sonoro batacazo tan reciente; otros, porque están en plena renovación y necesitan tiempo para seguir agujereando a Ciudadanos. Unidas Podemos no cuenta porque bastante tiene con vigilar el espíritu verde que inspira a Errejón, Colau y Oltra y las sensaciones que le llegan no son buenas.