odas las victorias tienen su mística. Todas son el epílogo de muchos esfuerzos previos. Hay victorias más laboriosas, hay victorias pírricas y las hay incluso amargas. Esquerra tiene la llave para presidir la Generalitat, pero el camino para conformar gobierno se presume laborioso y complicado.
En estrategia electoral, como en el ciclismo, el principal logro no consiste en asaltar el maillot amarillo sino en saber defenderlo luego. Esquerra debe tomar decisiones cruciales para gestionar y confirmar su éxito. Desde su posición privilegiada le toca administrar los tiempos y la presión, y gestionar los riesgos que comporta su empresa de doble envergadura, la de la gobernar en tiempos de crisis y la de la reivindicación continuada del derecho a la autodeterminación. En palabras de la directora de Ara, Esther Vera, se ha abierto una “nueva etapa sin pasar página”. Excelente síntesis. Con presos, sin ningún tipo de referéndum en la agenda, sin pacto fiscal o sin Estado plurinacional, difícilmente Esquerra puede pasar dicha página sin hacerse una enmienda a la totalidad, o directamente el harakiri.
“Hay que decir no al pacto fiscal y que lo de la independencia lo gestione Mas si se atreve con ello. Vía libre”, escribió Victoria Prego el 12 de septiembre de 2012, al día siguiente de la primera Diada multitudinaria. Han pasado nueve años desde entonces, y esa emboscada hacia el desfiladero ha tenido severos costes para Catalunya, ciertamente, pero también afecciones graves para el propio Estado. Aquella inyección de nacionalismo español tan celebrado en otoño de 2017 ha ido en parte mutando a una extrema derecha con fuerza y visibilidad. Presente en el Congreso (52 de 350), y ahora también —en bastante menor medida— en Catalunya (11 de 135).
Esta legislatura es una nueva oportunidad para la distensión a partir de dos elementos que no se dieron en 2018. En la Moncloa gobierna Sánchez en coalición con Iglesias y el apoyo de fuerzas como la propia ERC. Esquerra ha entendido que la estrategia unilateral desde unas bases tan débiles como las de 2017 aboca al fracaso. Va a ir muy presionada, pero el PSOE tiene que asumir sus propias responsabilidades. Que ahora la Fiscalía anuncie su intención de que los presos vuelvan a la cárcel hace inevitable recordar aquel “¿De quién depende?” de Sánchez en 2019.
Para Esquerra gobernar con apoyo del PSC es un salto a una piscina en la que Sánchez se ha ocupado en muchos momentos de escatimar el agua, por más que un entendimiento entre ERC, PSC y los comuns sería un camino esperanzador para sectores con peso específico dentro y fuera de Catalunya. La presencia de Iglesias en el Ejecutivo español podría resultar un aliciente, aunque a la formación morada ya solo le queda aspirar a cambios de la mano de los socialistas. Catalunya ha confirmado que el ascenso a los cielos ha quedado en un sube baja escueto, con muy limitada capacidad de remontada.
También Junts per Catalunya debe decidir con qué cartas juega esta partida. El escozor de su paso a la tercera posición debería encontrar el alivio de entender que conservan una fuerza considerable, y agarrarse al buen resultado porcentual y en escaños que ha tenido el independentismo. Si Junts ha sufrido la erosión de su partición con el PDeCAT, debería recordar que ERC también se ha visto achuchada por el crecimiento de la CUP. Haría bien la formación de Laura Borràs y Carles Puigdemont, salvando las distancias, en tomar buena nota de lo que hizo Geroa Bai en Nafarroa en 2019: una lectura realista del resultado, asumir la pluralidad territorial, y desde presupuestos en este caso progresistas, tratar de preservar el cambio cediendo el testigo a la fuerza más votada de ese eje. Trasladado al partido liderado por Puigdemont: ya que Junts es un firme partidario del derecho a decidir, una vez que la ciudadanía ha pasado por las urnas, Borràs debería ceder el liderazgo a ERC, y asumir que toca reinterpretar el Govern y dar una nueva versión al soberanismo. En esa línea se manifestó ayer el secretario general de Junts, Jordi Sànchez, partidario de un acuerdo entre su formación, Esquerra y la CUP. Los cupaires deberán escoger ideal y realidad y en caso de querer participar en un gobierno de coalición, comprometerse a dotarlo de verdad de estabilidad. Esquerra quiere situar alrededor de ese Govern también a los comuns, vía de conexión directa con la vicepresidencia segunda del Gobierno y de mayor pluralidad en el eje nacional.
Los próximos días y semanas definirán el escenario. En política hay tres grados de dificultad. Ganar unas elecciones (o tener la llave parlamentaria para conformar un gobierno), poder acordar el Ejecutivo, y finalmente gobernar, que es lo más dificultoso y exigente. Esquerra Republicana solo ha alcanzado el primer escalón. No es poco, pero de momento resulta del todo insuficiente.