El independentismo refuerza su mayoría absoluta en unas elecciones marcadas por la abstención y en la que se invirtieron los términos. El efecto Illa sirvió al PSC para merendarse y recoger el testigo de Ciudadanos, que en tres años pasa de vencer a convertirse en fuerza residual, pero que puede acabar con los socialistas al frente de la oposición aunque su candidato se presentará a la investidura; mientras que Esquerra pasa a dominar el espectro soberanista, que se fortalece por el fuerte ascenso de la CUP. La llave la tiene Pere Aragonès, que deberá escoger entre coser las heridas entre los socios de Govern o renegar de lo prometido en campaña y lanzarse a un tripartito de izquierdas improbable.
La suma de ERC (33 escaños y 21,3% de voto), Junts (32 y 20,1%) y los anticapitalistas (9 y 6,7%) proporciona al polo secesionista 74 parlamentarios, cuatro más de los obtenidos en 2017 en plena convulsión del procés. Y aquí entra en juego si se rubrica el manifiesto suscrito entre todas las marcas soberanistas rechazando cualquier tipo de acuerdo de gobierno con el PSC. A lo que toca añadir un dato relevante: por vez primera el conjunto del independentismo superó la psicológica barrera del 50% de votos (51,25%), lo que da muestras de su buena salud, pese a las divisiones internas y en un contexto, como la actual crisis sanitaria, donde el elemento identitario no era el único preponderante. Prueba de ello la elevada abstención, con una participación del 53,5%, casi 26 puntos menor que la precedente.
Pedro Sánchez puede sacar pecho de que su enviado, Salvador Illa, se colocó en cabeza en sufragios y dobló representación, con 33 actas (22,9% de voto), cifras que hacen buena su operación de enderezar, gracias al ministro de la pandemia, una marca que la última década perdió el rumbo. Pero hasta ahí. Quizás sea un resultado que le reporte más frutos a nivel estatal que en Catalunya. Lo que se pone en juego es su relación a futuro con ERC, que al pilotar el proceso soberanista podría dar salida a la mesa de diálogo bilateral merced a su vía más pragmática. Ahora bien, los republicanos continuarán poniendo sobre la mesa la exigencia de la amnistía a los presos y exiliados, y el referéndum, asuntos que desdeña un Gobierno español que prefiere hablar de indultos y reforma del Código Penal. La posición de la Fiscalía respecto al tercer grado de los reclusos puede dar muchas pistas. El PSC se presentará como el constitucionalismo amable, el carril del reencuentro, lejos del conflicto y el portazo con que se manejaba Ciudadanos. Pero la pelota está más en el bando independentista. Un tablero endemoniado, como estaba cantado, y que hace difícil la salida del atolladero.
Si Esquerra y Junts son incapaces de reeditar Ejecutivo, y para ello vuelven a necesitar a la CUP, el panorama podría tornarse en bloqueo y quedar condenado a una repetición electoral similar a la que buscó Sánchez en las generales, cuando arrampló con todo el voto naranja, una segunda vuelta que podría beneficiar a los socialistas. Horizonte que quizás esté ya contemplado por Iván Redondo, gurú del presidente español. Los republicanos quieren otro modo de relación en el Govern con los posconvergentes. Un JxCat que se tuvo que conformar con 32 escaños, cediendo dos, y con dejar sentir su aliento en el cogote de sus adversarios más directos en un casi triple empate que, esta vez sí, acertaron las encuestas. El tándem Puigdemont-Borràs deberá rediseñar su apuesta por la confrontación inteligente pero mantienen una base muy sólida de apoyos.
Quien pudo morder en el sector de Junts fue la CUP, que pudo recuperar el voto que le prestó en los comicios del 155 para encaramarse ahora a la quinta plaza doblando guarismos, pasando de 4 a 9 escaños. Los anticapitalistas tampoco pondrán fácil una investidura de Aragonès pero esta vez no quieren aparecer como protagonistas de una parálisis institucional, si bien forzarán a implementar no solo el 1-O sino sus políticas sociales.
El mensaje de vox
En el unionismo la fuga naranja tiene otro gran beneficiado, Vox. La marca de ultraderecha no solo se estrena en el Parlament como cuarta fuerza con 11 escaños sino que lo hace cuadriplicando los resultados de un PP más que a la deriva -pierde un asiento de los 4 que ostentaba-, lo que reabrirá una pugna cruenta en ese bando. El giro al centrismo de Pablo Casado desde la fracasada moción de censura a Sánchez por parte del partido de Santiago Abascal puede quedar seriamente dañado, y paralelamente discute su liderazgo. Los errores de campaña de los populares y el discurso radical han granjeado a Ignacio Garriga un cuantioso número de apoyos que le servirá para implantarse también en Catalunya y acrecentar la bronca en la Cámara. En Génova 13, o retroceden y retoman su guion más rancio o habrá quien llegue a plantear nombres sobre la mesa como posibles relevos de un nuevo proyecto, quién sabe si postulando a la jefa del despacho central de la Comunidad de Madrid.
Lo ocurrido con Ciudadanos era la crónica de una muerte anunciada. Después de que en la última cita autonómica se jactara de sus 36 escaños y el respaldo de más de un millón de votos, el desplome en Catalunya se escribió con los mismos tintes de su batacazo en las generales. La formación de Inés Arrimadas, cuyo dedo impuso con nocturnidad a Carlos Carrizosa como candidato arrinconando a Lorena Roldán, que ganó las primarias y acaba de marcharse a las filas del PP, se precipita al vacío con solo seis representantes. Su votante optó por tirar del voto útil socialista o por quedarse en casa desazonado por una sigla desnortada y aquella victoria estéril.
Mientras, Pablo Iglesias pudo respirar aliviado, al menos una noche. Las peores previsiones no se cumplieron y los comunes lograron sostener sus 8 escaños, y habrá que ver si se suman a la apuesta soberanista por el derecho a decidir o siguen instalados en quedarse a mitad de camino, en tanto que la fusión de la izquierda se adivina compleja. Al menos los morados no vieron agrietadas sus filas en el modo en que los sufrieron en Euskadi y Galicia, por lo que pueden vender que el electorado le ha sido meridianamente fiel avalando sus políticas como socios del Gobierno de coalición.
El PDeCAT se queda fuera
Otro de los posibles árbitros, el PDeCAT, se llevó el rosco de la noche. Sus papeletas únicamente sirvieron para arañárselas a Junts y para que el independentismo superara ese 50% de adhesiones, aunque la exconsellera Àngels Chacón no consiguió su objetivo pese a poner en la palestra un proyecto soberanista centrista y moderado que huyera de la confrontación y vendiera más gestión camino de la independencia. Su divorcio dentro de la familia posconvergente, de la que se arrogó como heredera de la antigua CDC, acabó en funeral y ni el impulso de Artur Mas ni el nivel de menor participación le valió para tener voz. Qué decir de las otras siglas que buscaron un hueco en este escenario, el PNC de Marta Pascal. Estaba pero ni se le esperaba.
El tablero se mueve. Pero aún se desconoce en qué dirección con este cambio de actores donde, eso sí, la fidelidad al independentismo no da síntomas de debilidad. Al contrario.