ebemos reconocer a los profesores De Pablo, Mees y Rodríguez Ranz su afortunada aportación de la figura del péndulo como metáfora de la trayectoria histórica del Partido Nacionalista Vasco. Una figura que se ha convertido ya en lugar común de quienes hablan o escriben acerca del partido presidido ahora por Andoni Ortuzar. Obviamente, no existe coincidencia a la hora de valorar lo que representa el péndulo en cuestión. Hay quienes lo consideran como un hábil ejercicio de combinación secuencial entre ortodoxia y pragmatismo, de capacidad de adaptación y de deliberada oscilación a la búsqueda de equilibrios, pero también quienes refutan tal proceder tachándolo de doblez y ambigüedad perversa.
Al camino emprendido por la Izquierda Abertzale desde hace algunos años se le ha venido caracterizando como ciaboga desde que, si no me equivoco, Arnaldo Otegi utilizó tal símil en el nefasto juicio de Bateragune. Como sucede con los jelkides, tampoco existe unanimidad a la hora de valorar los verdaderos motivos de tal cambio, ya que nos podemos encontrar a quienes lo valoran como una sincera reconducción estratégica, frente a otros que lo achacan a un inevitable movimiento tras la derrota absoluta.
Ciertamente, es absolutamente normal que los partidos políticos decidan periódicamente cambios de estrategia. Incluso que remuevan algunos de sus cimientos ideológicos. Todo ello suele resultar hasta saludable en infinidad de ocasiones. Pero convendremos al señalar que lo normal, lo natural, es que tales movimientos se produzcan tras amplias reflexiones; con propuestas encima de la mesa y la opción de enmendarlas; con procesos internos identificables y la posibilidad de que la gente participe en ellos. Con sus carencias y sus vicios, es lo que afortunadamente sucede con los del péndulo y los de la ciaboga. También con los socialistas y los podemitas, por poner otros dos ejemplos.
Lo que está resultando delirante es el espectáculo que la derecha española nos está ofreciendo durante estos días de verano. Porque no merece otra calificación el hecho de que los líderes de unos partidos como el PP y Ciudadanos nos anuncien a golpe de tuit o de titular estival importantísimos movimientos estratégicos que sus respectivos propagandistas mediáticos están bautizando rimbombantemente como giro moderado en el primer caso y reubicación en el de los naranjas. También sustanciales cambios en portavocías, ejecutivas y candidaturas.
En este contexto resulta difícil evitar la comparación de lo que estamos observando con el comportamiento megalómano de algunos presidentes de clubes de fútbol que fichan y rescinden contratos a capricho, o con el tornadizo proceder de algunos no menos vanidosos entrenadores. Todos ellos, políticos y futboleros, cada vez más cautivos de esos líderes de opinión, de esos medios que creen amigos. En definitiva, convertirte en moderado -o en lo que sea- una mañana de agosto como si ello consistiera en cambiar de un 4-4-2 a un 4-3-3 en el descanso de un partido de fútbol, no deja de ser un bandazo. Un estéril bandazo que deja en evidencia la impotencia del que lo ejecuta y la vacuidad de militar en algunos partidos.